martes diciembre 17 de 2024

Una breve lección de ética empresarial para Navidad

jorge emilio sierra

Cierto día, un hombre llegó con su familia a un pequeño pueblo, donde estaba dispuesto a hacer fortuna tras perder lo poco que tenía en otro pueblo cercano, en el que había administrado una miscelánea, propiedad de sus hermanos.

Sabía, pues, del arte de comprar y vender víveres, por lo que su decisión de montar el negocio no sorprendió a quienes lo conocían en aquel lejano municipio rodeado de montañas.

Y claro, cuando abrió las puertas del local, ofreció sus productos a los precios más bajos, convencido de ser ésta la mejor manera de atraer a los clientes, en su mayoría humildes campesinos cuya escasez de ingresos salta a la vista. Nada sabía, en realidad, sobre complejas teorías económicas como la elasticidad precio de la demanda, pero las aplicaba a cabalidad, con éxito asombroso.

Así, a la tienda llegaron más y más compradores, quienes por momentos incluso la llenaban por completo, sobre todo en los fines de semana, razón por la cual, en un abrir y cerrar de ojos, el parroquiano de nuestra historia se puso al frente del sector, tomó la delantera a sus competidores y asumió un reconocido liderazgo, suficiente para mirar confiado el futuro, especialmente para asegurar la educación de sus hijos.

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Pero, no todo fue color de rosa. Al contrario, los derrotados competidores, que tenían de aliados a las autoridades oficiales encabezadas por el alcalde, se dedicaron a hacerle la guerra al forastero, descrito por ellos como una persona sin escrúpulos, amigo de hábiles artimañas para arrasar en el mercado y enriquecerse, como fuera, de la noche a la mañana.

Llegaron a decir que era un ladrón; que alteraba su balanza para que las libras de arroz y azúcar, entre otros alimentos, salieran con menor peso, por lo cual su valor podía ser inferior al de los demás; y que su mercancía era robada, haciendo las veces de reducidor o algo por el estilo, según le comentó un prestigioso ganadero, solidario al parecer con el ya desesperado comerciante, quien no sabía qué camino coger ante las terribles acusaciones.

¿Quién dijo eso?, preguntó el tendero, salido de casillas. Y al ver, indignado, que su interlocutor no revelaba la identidad del que aseguraba tal monstruosidad en perjuicio de su honra, lo amenazó con acusarlo ante la justicia por calumnia, pues no descartaba siquiera que él fuese el culpable.

En estas circunstancias, el ganadero, exigiendo sin embargo la reserva absoluta, no tuvo otra salida que suministrar la fuente de información, con nombre y apellidos que resultaron ser, como era previsible, de un comerciante afectado, resentido, incapaz de concebir una estrategia diferente para vencer a su molesto rival.

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Un domingo, día “de mercado, la tienda estaba repleta, pues era la única que se había aprovisionado bastante por el riesgo, advertido en la prensa nacional, de escasez en productos básicos como arroz, chocolate, aceite, papa y fríjol.

Las demás, en cambio, estaban vacías, pues sus clientes llegaban y, al enterarse sobre la falta de aquellos artículos de primera necesidad, volvían sobre sus pasos para dirigirse al negocio del forastero, donde las gentes se atropellaban para comprar, temerosas de quedarse sin su ración de comida para la siguiente quincena.

El tendero atendía con celeridad, siempre con una sonrisa de satisfacción por haber actuado con previsión, hasta cuando vio al frente del local, en la acera opuesta, al personaje que lo tildaba de ladrón y cuya identidad no podía hacer pública.

De pronto, el hombre cruzó la calle, se abrió paso a empujones y llegó hasta donde él para pedirle, con rostro compungido, que le vendiera, a cualquier precio, una modesta cantidad de los bienes que escaseaban, advirtiendo que se había quedado sin clientes y que sus pérdidas por ello eran cuantiosas.

El tendero, sin pensarlo dos veces, atendió el pedido, lo surtió con más mercancía de la solicitada y se la entregó “a fiado”, para pagarla cuando pudiera, a un precio menor, de mayorista.

Desde entonces, ambos empresarios se hicieron amigos, desapareciendo las antiguas calumnias como por arte de magia. Son las ventajas, sí, de tender la mano al enemigo en lugar de pelear hasta la muerte, que es el verdadero camino hacia la paz. Fue eso precisamente lo que nos enseñó, hace dos mil años, el pobre hijo de un carpintero, nacido en Belén.

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