El octogenario Rodrigo Marin Bernal
CONTRAPLANO
Por Orlando Cadavid Correa
Una mañana de un domingo electoral le preguntamos en las escalinatas de la Catedral a don Pacho Aristizábal—el papá de Esperanza– ¿por quién iba a votar y por qué?
— “Votaré por El Ronco Marín” (así llamaba, confianzudamente, al jefe del Laureanismo caldense). Y anotaba graciosamente que todas las gallinas de Manizales sabían el nombre de su candidato al Senado.
Antes de ingresar al devoto rezo matutino en el máximo símbolo de la cristiandad, don Francisco, que seguramente está en el cielo, nos respondió la segunda parte de nuestra pregunta: “Porque este doctor es la pura doctrina andando y no nos promete nada a cambio del voto”.
El Contraplano le había perdido la pista al notable hijo de don Jesús Antonio Marín y doña Pastorcita Bernal, hasta cuando William Calderón, el barquero, su fiel escudero por muchos años, dio cuenta del homenaje que le acaban de tributar, en Bogotá, sus más íntimos amigos, al hacer su arribo a su octagésimo aniversario, el 28 de diciembre, el día de los santos inocentes.
“El agapito” –diminutivo de ágape de todavía no aprueba la Real Academia de la Lengua— se efectuó en el restaurante “El Pórtico”, donde -–según dicen los rolos más avaros– “vale más una ala de pollo que una ala de avión”.
La animada concurrencia llevó al expositor desde el comienzo del acto a que se desparramara en prosa reconstruyendo sus arriesgadas rebeldías en la clandestinidad contra el dictador Gustavo Rojas Pinilla, dándole frecuente salida al periódico “Afirmación”, que se imprimía en la Editorial Zapata, (diagonal a la Catedral) y ante el peligro de ser descubiertos en la intimidad, se optó por tirarlo en mimeógrafo, en el sótano de un viejo caserón deshabitado, en el entorno del Parque Fundadores. Nunca fueron sorprendidos por el Sipec ni la Odipe en su quehacer subversivo.
En una de las tantas ediciones de la artesanal publicación el joven Marin denunció la existencia de “Melgarcito”, una finca de recreo que sostenían para sus libidinosas diversiones en la vereda El Rosario, de Manizales, los gobernadores militares de Caldas, Gustavo Sierra Ochoa y Daniel Cuervo Aráuz. El nombre, en diminutivo, del “rumbiadero” de entonces, era una parodia del gran centro de veraneo que tenía el presidente-dictador en Melgar, a tres horas de Bogotá.
Otra tarea conspiradora de Marin consistía en apoyar y poner a circular en las madrugadas, deslizándolo por debajo de las puertas del Gran Caldas, el periódico –también clandestino– “El Intransigente”, que les hacía llegar a hurtadillas, desde la capital del país, el llamado ”Escuadrón Suicida”, encabezado por Belisario Betancur y Alfredo Araujo.
En territorio caldense, todas las tareas anti-rojistas eran desarrolladas, además, por Mario Calderón Rivera, Emilio Echeverri Mejía, Hernando Yepes Arcila, Guillermo Escobar Alzate, Tulio Urrea Herrera, Jaime Villegas Veásquez, Roberto Rivas Salazar y Héctor Jaramillo Gutiérrez.
Cuando los áulicos del gobierno de facto delataron a Marin por considerarlo el cerebro de los excesos de la camarilla local, le fue negado su acceso, como estudiante, a la facultad de derecho de la Universidad de Caldas y después de un carcelazo infame, escapó a Bogotá oculto en un camión carga. En el altiplano encontró su primer refugio en las instalaciones del diario El Siglo, situado en el entorno del templo de La Capuchina, donde trabajó como redactor. Cincuenta años después se convirtió en su director. Luego, buscó el apoyo de Rodrigo Ramírez Cardona, tocando las puertas de la Universidad Javeriana, en la que tampoco fue recibido. Finalmente, obtuvo su ingreso a la Universidad Nacional de Colombia, en la que coronó su carrera de abogado.
La apostilla: La muchachada conservadora manizaleña se las ingeniaba para hacer circular disimuladamente el periódico. Cuando permanecían muy vigiladas por la “Gestapo” rojaspinillista las calles y carreras de Manizales, no lo podían echar por debajo de los portones de las casas, procedían a despacharlo por correo ordinario a otras regiones del país. El octogenario Marin confiesa que se sintió muy a gusto oficiando como conspirador contra el régimen de Rojas.