¿El posconflicto en Nariño, retos y oportunidades?
Por Carlos Villota Santacruz
Internacionalista. Comunicador social-periodista, experto en marketing político, director de vsnewsamerica
Con el paso del tiempo y con la llegada del siglo XXI, con la pesada carga de más de cinco décadas de violencia que dejaron miles de huérfanos, viudas, desplazados y personas con marcas en su cuerpo, es evidente que el gran reto del Estado colombiano es darle paso a la paz. Es evidente, además que la paz no se construye con una marcha, con una paloma pintada con una cita en la solapa ni con millones de pañuelos blancos, pero estas demostraciones –como la del 4 de febrero de 2008.- han sido necesarias para derrotar la indiferencia frente al terrorismo.
En el caso del Departamento de Nariño, en estos largos años de muerte, desolación y lágrimas que ha dejado a su paso la violencia, acompañada del narcotráfico, no solo se perdieron varias generaciones, también se frustraron los sueños de padres de familia de ver crecer a sus hijos y convertirse en abuelos. Ese es un dolor que llevan dentro y que guarda en silencio. El mismo silencio de quienes hoy reclamamos un nuevo escenario social, económico y político para la tierra de Aurelio Arturo y cuna del Carnaval de Negros y Blancos y el Festival Internacional de Tríos de Ipiales.
En otras palabras, si se firma la paz entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC en La Habana, más allá del acuerdo de reconciliación nacional, debe convertirse en la plataforma para que la región se enfoque en la investigación, en la construcción de zonas francas agroindustriales, la modernización del puerto de Tumaco, una revolución educativa de la mano de los rectores de colegios públicos y privados.
Solo de esta manera, Nariño y los nariñenses alcanzaremos la ruta del polo de desarrollo que no hemos podido cristalizar por culpa de la violencia y de quienes se han nutrido de ella.
El reto no es de poca monta. Tampoco es una tarea fácil. Los ciudadanos de Nariño –incluidos los residentes en el exterior debemos creer en nuestras capacidades, en pasar de la teoría a la acción, asumir un liderazgo individual y colectivo. Todo dentro de una cultura de respeto por lo público.
Esa es la clave. No hay otro camino. La ilegalidad y la violencia solo produce más caos y crisis. Un análisis que con seguridad comparten muchos lectores de está columna. Como hijo del Galeras, espero ver a mi departamento en el posconflicto en la cúspide del desarrollo, con un crecimiento organizado, sostenido y viable, más allá de mi presencia física. Porque quienes la amamos, queremos ver que de Nariño se escriba páginas positivas, incluso desde nuestra tumba, cuando Dios nos llame a su lado. A propósito de este comentarios, usted que piensa E mail [email protected]