Mondragón
Por Esteban Jaramillo Osorio.
Un año antes de su nacimiento, le rapaban la camiseta a un Pelé deslumbrante y lo llevaban en hombros, después del título de Brasil, el mejor equipo que ha dado el planeta tierra, según los entendidos.
Década de los setenta, de hippies estrambóticos con amor libre, pelo largo y sucio, bota campana y camisas chillonas; con el furor de la Fania y sus éxitos inolvidables; “we are de Champions” de Queens y la fantástica interpretación de Freddy Mercury, en un himno de exaltación a los ganadores; también la marihuana, la revolución juvenil y “La piragua” de Gabriel Romero, que puso a bailar a Colombia entera. Willington Ortiz ya era el mejor de nuestro fútbol y Cochise ciclista campeón e ídolo nacional.
El 12 de junio, cuando ruede la pelota en Sao Paulo, tendrá 42 años y 356 días de vida, con record por ser el jugador de mayor edad en jugar un mundial. El 21 tendrá 43.
Instaló el teatro de sus sueños en Brasil, donde pondrá fin a su carrera brillante, con paradas previas de alegrías infinitas, como la asistencia a los olímpicos de Barcelona, la clasificación con Colombia 2014, o el título de la Superliga que celebró conmocionado, como futbolista aprendiz: el primero en Colombia. Doce equipos, ocho países, el mejor guardameta extranjero en Alemania, cinco idiomas y tres torneos orbitales con nuestra selección.
Maestro sin duda, en el arte de tapar; reconocido por sus fortalezas y su liderazgo, que supo de épocas sombrías, con insultos en rima, en el consumo pasivo de títulos ajenos, hasta ganarse un espacio en la memoria colectiva del futbol internacional. Imbuido en su trabajo, ejemplar en la rutina que inspira a los alientos frescos de los deportistas, para que no mueran en ellos sus esperanzas jóvenes, con el club de sus amores el Deportivo Cali.
No es para Farith desmesurado el elogio. Lo tiene merecido. Tantos no habían nacido cuando su poder atlético, con intuición, potencia y reflejos se ganaba un puesto en la elite del fútbol colombiano.
Pasar por alto la carrera de Mondragón, equivale a pisotear la historia. No tiene la magia de los armadores, ni la potencia bulliciosa de los goleadores. Sus éxitos los ha conseguido con profesionalismo, fe en sí mismo y perseverancia. Es un campeón