La mujer que dejó de ser víctima y se hizo verdugo
Crónicas del Caribe
Durante varios años padeció, en forma pasiva, sus maltratos y agresiones, su violencia verbal y física, sus amenazas de quitarle al niño porque no recibiría un peso –le decía, a los gritos- para alimentarlo.
Y cuando ella, una humilde mujer, ingresó al Sena para estudiar y hacerse un futuro mejor, la obligó a salirse por temor, por celos o sabrá Dios porqué.
Ni siquiera cuando lo abandonaba, cuando se iba a la casa de sus padres y cuando él le rogaba, arrepentido, que volvieran, dejándose al fin convencer, las cosas cambiaban. En realidad, la situación era cada vez peor. La llamada violencia intrafamiliar, causada por su cónyuge o compañero permanente, alcanzaba niveles críticos.
Cierta noche, durante una fiesta familiar a la que asistieron, fue la disputa definitiva. Su marido se había dormido, en medio de la borrachera; al despertarse, la acusó sin motivo de hacer algo indebido mientras dormía, y cuando empezó a darle una paliza, arrastrándola del pelo, ella trató de defenderse, tomando un cuchillo que a tientas logró alcanzar.
“Eres tú o soy yo. O me matas tú o te mato yo”, gritaba el hombre, fuera de sí, pocos segundos antes de sentir el arma clavada en su cuello, en la yugular, y ser trasladado de urgencias a un hospital, donde falleció.
La mujer, de inmediato, fue detenida.
Caso para investigar
Esa historia la ha oído muchas veces Sandra Viviana Díaz, joven abogada de la Universidad Simón Bolívar –USB- y filósofa de la Universidad Industrial de Santander –UIS-, quien ahora cursa una Maestría de Derecho Procesal en la Universidad Santo Tomás.
La oyó en la cárcel, claro está. De labios de la propia víctima que, como acabamos de ver, se convirtió en victimaria, en asesina, por lo que fue condenada a diez años de prisión, de los que sólo ha pagado dos años y varios meses.
Todo esto fue parte de un trabajo académico como miembro del Grupo de Investigación en Violencia, Criminalidad y Familia, con la tutoría, la supervisión y el acompañamiento del profesor Raimundo Cabiedes, igualmente de la USB.
Acaso por su condición de ser mujer, el tema le interesaba. Quería conocer más sobre sus congéneres detenidas por cometer homicidios contra los cónyuges tras haber sido víctimas, estudiando sus casos con entrevistas personales, según la metodología adoptada.
Escogió a dos mujeres, los únicos casos con tales características en la cárcel El Buen Pastor de Barranquilla, que por ello constituían una muestra representativa al ser el 100% en la población de reclusas (dos más, que se vieron al principio, no entraron luego en la investigación porque fueron trasladadas a otros centros penitenciarios).
El estudio fue aprobado por Colciencias, organismo que lo financió con la USB durante el año de duración, sin incluir la fase previa al cumplimiento de los requisitos para su aprobación. Hace apenas varios meses que terminó, con resultados bastante positivos.
Causas del problema
El segundo caso no fue menos trágico. Según contó la víctima-victimaria, su crimen fue el resultado de un día completo de espera a que el marido llegara con alimentación para su familia, para ella y su hijo, pero en lugar de esto, sin un peso y borracho, hacia avanzadas horas de la noche, la cogió también a golpes que la obligaron a defenderse, hasta matarlo.
En ambas situaciones, la causa principal del homicidio es evidente: el maltrato, la violencia, las agresiones del cónyuge, tanto sicológicas como físicas, aunque la investigación pudo establecer otros factores que tienen una alta incidencia al respecto.
En efecto, expertos nacionales y extranjeros de diversas disciplinas (abogados, sicólogos, sociólogos, antropólogos…) revelan que este comportamiento criminal obedece a factores culturales, educativos, que se remontan a muchos siglos de historia donde la mujer es obligada a ser sumisa, obediente, casi esclava del hombre, en sociedades patriarcales, machistas.
Por lo general –explica la investigadora-, la mayoría de las mujeres acepta su discriminación y dependencia por la fuerte coacción social, por temor a enfrentar el correspondiente rechazo de la sociedad, un temor superior al de incurrir en el delito. “Algunas, sin embargo, no soportan ni toleran tanto abuso”, agrega.
Influyen, pues, factores sicológicos, de carácter o personalidad, que son sólo personales o individuales, como los hay de tipo social, “en la comunidad donde la persona nace, crece y se desarrolla”. Hay factores endógenos y exógenos, mejor dicho.
A modo de conclusiones
La primera conclusión es obvia: una sociedad antropocéntrica, donde el hombre es padre o cabeza de la familia cuyos demás miembros están sometidos a él, crea condiciones favorables a los abusos y conflictos.
La investigación, a su vez, reveló que la violencia intrafamiliar contra la mujer, tanto del cónyuge como de otros familiares (padres, hijos, primos, etc.), es un fenómeno común a diferentes estratos culturales, sociales y económicos, sin excepción.
En Colombia, de otra parte, el fenómeno en cuestión registra niveles elevados en comparación con otros países (España y México, por ejemplo), si bien acá no se denuncian muchos casos porque las víctimas temen la sanción social, perder a sus hijos o ser expulsadas de sus hogares, cuando no porque las denuncias a la policía o la justicia de poco o nada sirven.
¿Qué hacer, entonces? Según Sandra Viviana Díaz, es urgente una adecuada política pública en tal sentido, que sea eficaz; disponer de mecanismos alternativos, pacíficos, para resolver los conflictos conyugales o familiares, como la conciliación, la transacción, la mediación o el arbitramento, y sobre todo adelantar los procesos debidos de resocialización en las cárceles para que las mujeres condenadas allí se puedan luego reintegrar a la sociedad y reconstruir sus vidas.
“No que salgan con la misma mentalidad criminal o incluso peor por la recriminación interna y externa de la sociedad”, agrega mientras analiza, por enésima vez, los casos de las dos mujeres reclusas, transformadas de víctimas en verdugos, que todavía pagan sus condenas en la cárcel El Buen Pastor de Barranquilla.
(*) Director revista “Desarrollo Indoamericano”, Universidad Simón Bolívar –