Estiércol
Por Gustavo Gómez Córdoba
Twitter no es virtual. Es real. Sobre todo si se lo evalúa por la capacidad que tiene de reciclar información que hace daño a la gente. En él, la mala leche y la infamia van y vienen, una y otra vez, como olas que barren la playa del buen nombre ajeno. Cada tanto, por ejemplo, se repiten en mi cuenta cinco episodios fundamentales, en una especie de agobiador déjà vu:
I. Advertencias sobre la inminente liberación de Luis Alfredo Garavito, uno de esos personajes a los que palabras como “hijo de puta” les sientan de maravilla. La salida se produciría, según los trinos reenviados, antes de 24 horas.
II. Historias sobre llamadas en las que reconocidas empresas de medios informan a un fulano que, sin mover un dedo, se ganó un carro cero kilómetros. La mitad de los que trinan quieren advertir sobre la estafa; el resto, establecer si se trata de un espejismo.
III. Una foto mía abrazando a un contratista del aseo. Quien me acompaña es en realidad Jairo Velasco, experimentado productor radial cuya relación más cercana al negocio de los desperdicios es la basura que trinan sobre él por parecerse a alguien.
IV. Duelos de trinos. El catálogo incluye: José Obdulio vs. Juan Carlos Pastrana (con acusación de castrato y Uribe como conciliador), Daniel Coronell vs. Tomás Uribe (declaraciones de renta, amistades, sociedades, negocios), Armando Benedetti vs. Políticos (insultos, acusaciones, mofas, petulancia) y, fijo, un par de tuiteros que se pelean por la autoría de un trino, como si esos 140 caracteres valieran más que una novela de Vargas Llosa.
V. La denuncia de que uno de los estudiantes investigado por la muerte de Luis Andrés Colmenares ha recibido trato preferencial porque es familiar del ministro Mauricio Cárdenas y de su hermana embajadora. No hay tal parentesco, de la misma manera en que nunca hay un Cárdenas sin puesto.
Solo estiércol es lo que Twitter despacha incesantemente. Jamás un trino enaltecedor regresa a nosotros después de unos días. Lo positivo se esfuma y lo negativo permanece, como si los buenos olores se disiparan más rápido que los hedores de cloaca. La escatología, que contempla la posibilidad de comunicarnos con gente que está en el más allá (y entendida también como el tratado de las cosas excrementicias que tanto trasnochan a Gerlein), es la esencia pura de esta red ¿asocial?
Hace poco, después de una emisión de Cero Noticias en la que pusimos banderillas a los nuevos barones electorales de la Costa, recibí un puñado de trinos pidiendo que me echaran ácido en la cara. Horas después me contactó una colega periodista para contarme que uno de los tuiteros que me insultaba había hecho lo propio con ella, pero en combo completo: oprobio, ácido y promesa de violación. Ella me contactó con un capitán de la Dijín que comanda el grupo investigativo de la Policía contra el ciberterrorismo, encargado de estos energúmenos.
¿Vale la pena estar en Twitter o conviene apearse de este potro con síntomas de irreversible encefalitis? Déjenme plantearlo en una frase armada con los términos escatológicos de hace un par de párrafos: cuando Luis Alfredo Garavito muera, se va a ir directo al Twitter.
Ultimátum: Daniel Samper Pizano se retira de El Tiempo, noticia que me amarga los domingos. Completa 50 años en el periodismo el primero de mayo, Día del Trabajo en el que dejará de trabajar como opinador de tinta. Le agradezco tantas buenas columnas; le reclamo dejarnos a todos huérfanos de sus esquirlas. ¡Grande, Daniel!
@gusgomez1701