Santos reconquistó la presidencia gracias a votos de la izquierda
Por: Alejo Vallejo B.
Con un superlativo y decantado grado de entusiasmo y optimismo, matizado por el triunfo apabullante de Colombia ante Grecia (3-0) en el Mundial Brasil 2014, el país votó por el candidato Juan Manuel Santos para nuevo presidente de la república, y en contra del candidato del uribismo, Oscar Iván Zuluaga, derrotando los fantasmas y los espectros de la guerra. Los colombianos en general votaron más por la paz que por un nombre específico dada la composición de la sumatoria de los votos triunfadores.
Podría sostenerse, como lo dijo Juan Manuel Santos cuando apenas despuntaba como dirigente político de alas anchas, la paz está de un cacho. Con ese mensaje, su contraparte quiso restarle méritos sin sospechar que el tiro le saldría por la culata. Junto con ese mismo dicho, el país ve enfilarse como una realidad posible las oportunidades de salir de la olla de las desilusiones y los desengaños, y por ende alcanzar la paz que sí está de un cacho, particularmente por el espíritu de conciliación y diálogo que acompaña a la fuerzas insurgentes, un factor histórico que por más de seis décadas ha inflamado sin parar las llamas de la violencia y la guerra, junto con la inequidad de los malos gobiernos del bipartidismo recalcitrante.
En los resultados obtenidos por el candidato-presidente Santos fue determinante la izquierda colombiana, en particular en la ciudad de Bogotá y en los departamentos costaneros, donde marcó la diferencia y supo inclinar la balanza para ganar las elecciones. Las alianzas pactadas, muchas de ellas desahuciadas, que surgieron después de conocidos los resultados de la primera vuelta, en especial con el alcalde resucitado Gustavo Petro Urrego en nombre del Progresismo, y con Clara López, que obtuvo una gran votación y dejó en libertad de acción a sus seguidores del Polo Democrático, fueron definitivas para que Santos alcanzara la victoria y derrotara al candidato de las chuzadas atentatorias contra la seguridad y la soberanía nacional.
Es posible entonces pensar, en esa misma tónica de las promesas que nunca habrían de cumplirse, con las cuales le atacaron sus antagónicos, que Santos también declaró ante prestigiosos medios de comunicación e información su interés en legalizar el consumo de marihuana y cocaína con lo cual buscaría solucionar una de las plagas más dañinas que ha carcomido y azotado a la sociedad en todos los niveles, sectores y clases. Un problema de salud pública nacional que se convirtió en negocio redondo de los grupos locales de poder con tentáculos en los mercados periféricos de la globalización y la internacionalización de las economías. La mayor amenaza que jamás sufrió Colombia y que intimida con borrarla del mapa.
Los colombianos fuimos a las urnas con el deseo y el anhelo de superar los fantasmas de la anarquía y la desesperanza que como gigantescos nubarrones se han instalado en el horizonte de las regiones y se han apoderado del alma de la gran mayoría de los electores. Sólo un poderoso paradigma, como la paz y sus bondades frente a la guerra y sus desastres, siempre había prometido y continuará prometiendo, por más de siete décadas, acabar de una vez por todas con la prolongada sequía de tranquilidad, de amor, de concordia, de comprensión y entendimiento para que los colombianos pudiéramos regresar a pescar a los ríos en noches de luna. Pero ese anhelo imposible, materia prima de un reality, se transformaba día a día en palos de ciego a una nación poseedora de todas las potencialidades y ventajas para salir adelante frente al concierto de las naciones del mundo.
Ahora un mandato claro, meridiano, contundente, ha recibido el presidente reelegido Juan Manuel Santos para poner orden en casa y recuperar la institucionalidad perdida por obra de tantas chuzadas y marrullerías gatunas. Ojalá el nuevo presidente de la república cumpla con su prometido, cifrado en conseguir el gran acuerdo por la paz. Ese propósito colectivo de hacer viable una nación, visibilizando las regiones y en ellas las infraestructuras necesarias para oxigenar las infinitas condiciones existentes. Lo que trae la paz será producto de las fuerzas energizadas a partir de los nuevos objetivos de participación, inclusión e interacción que desencadenará, como el ave fénix que recobró su vuelo desde las cenizas, una nación que se mamó de ser vapuleada y que ahora despierta con firmeza y pundonor.
Ojalá que el nuevo presidente Santos comprenda que la paz va más de palomitas de colores pintadas en la pared, más allá de un pacto cuya firma depende de un acuerdo todavía en veremos, por no decir entre paréntesis. Una paz que ante todo debe ser construida por todos en el empeño de alcanzar una identidad extraviada, una dinámica interregional siempre desdeñada, descubrir un territorio biodiverso y pluricultural hasta ahora birlado por la manipulación ideológica, sometido a la instrumentalización de falsas conciencias en un territorio narcotizado, entregado al encantamiento de anquilosados discursos folcloristas y culebreros.
Colombia despierta a la nueva realidad de otros tiempos, más primaverales que caóticos, pese a los tamales, la lechona y las arepas con que en la sede del partido de la Unión Nacional (U) saludaron a las 4 y 45 de la tarde de este domingo, el nombre del nuevo presidente de Colombia: Juan Manuel Santos.