Un mandato por la paz
Un mandato por la paz
Por Augusto León Restrepo
Yo quiero pensar que el resultado electoral por medio del cual los colombianos le dieron una segunda oportunidad al Presidente Juan Manuel Santos para dirigirnos desde el primer cargo de la nación, fue fruto de una instrospección sobre lo que significan la paz, y el acallamiento de los fusiles como método de obtención del poder. No otra cosa puede deducirse después de haber superado Santos una ventaja inicial de seiscientos mil votos que le había tomado Oscar Iván Zuluaga, gracias a ondear con obstinación la bandera del entendimiento con los subversivos, en escasos veinte días, y haber apelado al sentimiento latente de los compatriotas por ponerle punto final a la lucha fratricida de los últimos cincuenta años.
En estas columnas machaconas sobre el sentir palpable de imponer LA Vida por encima de la muerte, de condenar el reinado de esta última en aras de cruzadas contra quienes propongan, expongan o defiendan ideas distintas a las que uno profesa, de fundamentalismos por «altos ideales » ( los de ellos ), mandados a recoger, hemos defendido las aproximaciones , por encima de las disensiones y de los desencuentros, sin que descalifiquemos las discrepancias razonables y argumentales, porque es connatural en el animal político, descrito por Platón y Aristóteles, Rousseau, Hobbes y Maquiavelo, Jhon Locke, Marx y Mao, hasta aterrizar en los proselitistas del socialismo del siglo XXI y los neoliberales, que las diferencias para solucionar al Estado se hagan ostensibles y se defiendan con garra y convicción. Sin embargo hemos preconizado que el ejercicio se lleve a cabo sin apelar a la muerte, a las armas, al terrorismo ni a la tortura, a los secuestros ni a los falsos positivos, en una palabra, a la violencia letal, porque repetimos lo que debe ser un lema incrustable en letras imperecederas en nuestra ética social: que la vida es sagrada, única e irrepetible.
Las campaña por el poder que finalizó anoche, analizada en caliente y con criterio personal, nos dejó numerosas lecciones, que , obvio, no alcanzamos a enunciar en un artículo periodístico. A pesar de su crispación , no dejó una sola víctima fatal en ninguna parte de la geografía nacional , cuya causa fuese la política. Esto nos lleva a esperanzarnos en que es posible, para el futuro, que ojalá sea inmediato, que los enfrentamientos que llegan con el pos conflicto, se efectúen en un clima civilizado. Si se coronan las conversaciones de La Habana, la anunciada consulta de sus decisiones al pueblo colombiano debe ser un ejemplo de serenidad electoral como la de ayer. La acritud a que nos referimos, nos ratificó en lo que ya sabíamos: que la brega política no es propiamente una lid poética en unos juegos florales. Es pasión y sentimiento, que mientras no se desborden, son válidos aun cuando no deseables. Los partidarios de uno u otro bando mostraron sus colmillos y apelaron a los más disímiles y agresivos argumentos. Que ojalá se olviden para el plebiscito diario que exige la democracia. La educación cívica y política debe implantarse para las nuevas generaciones. Y para las antiguas. No podemos aceptar que la disyuntiva que se nos presente sea votar por la loca de las naranjas o por la bilis de Iván Cepeda.
El mandato claro y mayoritario que recibió el Presidente Santos, significa que debe emplearse a fondo, como lo ha hecho hasta ahora, en la terminación de la lucha armada y el cierre del conflicto. Mandato que se extiende a sus compromisarios en La Habana, que creemos recibieron su justo espaldarazo por su sacrificado desempeño en obtener lo mejor para sus compatriotas: una inteligente, firme y acertada interlocución con los subversivos, que nos abre un futuro esperanzador, después de cincuenta años de desatinadas agresiones a nuestra institucionalidad. Institucionalidad asaltada desde los más agresivos frentes, pero muy en especial por quienes en forma irresponsable y con verborrea incendiaria lograron desestabilizar nuestras Fuerzas Armadas, ocasionando un daño que ojalá sea subsanable a la brevedad posible. A esos, fue a quienes el pueblo con sus mayorías, sancionaron en las urnas.
Ya volveremos sobre el tema y con temperamento sosegado, para analizar las enseñanzas que nos dejó el enfrentamiento democrático y pacífico por el poder. Y lo que hay que proponer para la reconciliación, porque si lo analizamos con detenimiento, encontraremos que es mas lo que nos une que los que nos separa. Por lo pronto, exaltamos con admiración el gesto gallardo de Oscar Iván Zuluaga al aceptar, sin ambages y sin aristas, el nítido triunfo de Juan Manuel Santos . Con madurez, criterio democrático y patriotismo que lo enaltecen, borra las desapacibles palabras de quien calificó a los vencedores como cómplices de una » trampa victoriosa «. Zuluaga se ganó el respeto unánime de sus oponentes y el reconocimiento a sus relevantes calidades ciudadanas.