«País de Mierda»
Por: Cesar Augusto Londoño
El 12 de agosto de 1999 Jaime Garzón estaba a menos de doce horas de morir. Era jueves por la noche y, como casi todos los días, él salió de R@dionet y se metió a la oficina de deportes del Noticiero CM&, donde yo trabajaba, a mamar gallo, a tomarle el pelo a todo el mundo, a decir que los paramilitares lo iban a matar. Era una afirmación recurrente que hizo muchas veces y que nadie tomó nunca en serio. Esa noche había organizado la rumba del fin de semana.
Al día siguiente, antes de las seis de la mañana, él iba para su trabajo, pero lo asesinaron dos cuadras antes de llegar. Cuando el semáforo de la carrera 42B con Calle 22F estaba en rojo, un sicario le descargó seis disparos a su Cherokee gris desde una moto blanca. Cuatro alcanzaron su cabeza y su cuello. Habían matado la risa de Colombia y una de las voces más sabiamente críticas del establecimiento. Fue un día de caos,de confusión, de muchas lágrimas, de inmenso dolor y de rabia infinita. Yamid Amat se encerró en su oficina de R@dionet, no hubo consejo de redacción en CM&, nadie supo qué hacer. Por la noche, el noticiero fue un homenaje a Garzón.
Ni la sección deportiva que yo hacía se escapó de su humor incomparable. Con Jaime fuimos amigos, cómplices y alcahuetes de travesuras, ideas y truculencias. Muchas veces nos gustó la misma, otras veces nos escondimos en la oscuridad para delinquir en la conciencia ajena y siempre coincidimos en que esta Colombia era un país de ladrones e ignorantes. Le decía que yo hacía parte de los segundos y que él era la excepción que confirmaba la regla.
Esa noche de rumba resultó de tragedia, pero no se perdió la fiesta. A las 9:30 empezó el noticiero y él fue el del baile. En la emisión sonó el tema que cantaba y tanto le gustaba: Canela, de César Mora (ver a Jaime Garzón cantando el tema).
Quiero morirme de manera singular
Quiero un adiós de carnaval
Quiero morirme al arrullo de tu voz
Y un réquiem en guajira y ron
Que sepan la razón de tu inspiración
¡Aquí murió el corazón rumbero!
Quiero alegría, quiero un gran vacilón
No quiero llanto, tristeza ni dolor
Y mientras dicen que yo fui un buen cantor
Que brinden por la mujer y el amor
Llegaron los deportes y todas las notas hablaban de él, de su amor por Millonarios, por la tenista Mariana Meza, -a quien recibió después de un torneo en una limusina llena de rosas–, de sus entrevistas al Pibe Valderrama, a Lucho Herrera, a Édgar Perea. Mi memoria fue invadida por sus personajes: el brillante embolador Heriberto de la Calle, Émerson de Francisco, María Leona Santodomingo, Néstor Elí –el portero del Edificio Colombia–, John Lenin, William Garra, Godofredo Cínico Caspa. Mi mente se apretaba mientras seguían los recuerdos. Cada vez era más clara la versión de Jaime de cómo los políticos se robaban nuestra patria, los guerrilleros hacían negocio y terrorismo invocando la igualdad social, y los paramilitares pasaban cuentas de cobro arrullados por el silencio militar.
Cuando terminó la sección, la despedí como todos los días, pero con un sentimiento que no pude controlar: “Hasta aquí los deportes… ¡país de mierda!”, exclamé. Mi mano derecha bajó con fuerza y golpeó la mesa. Un intenso silencio invadió el estudio, y mis colegas, con sus miradas lastimeras, acompañaron mi soledad. Pensé que hasta ahí había llegado mi trabajo en el noticiero. El director de entonces, Ricardo Santamaría, me dio un abrazo y dijo: “Mañana hablamos”.
Esa noche salimos todos los de CM& a la velación en el Capitolio, menos Patricia, la recepcionista, que se quedó recibiendo llamadas. Fueron más de 200, todas respaldando la frase final. Eso salvó mi pellejo. Supe que esa noche delaté al país que había matado a Garzón.