Un homenaje al mago Dávila-Campanario
Por Tomás Nieto
El colega Óscar Domínguez Giraldo –esporádico colaborador de El Campanario– le acaba de tributar este sentido homenaje al mago Guillermo Dávila:
El único colombiano de 85 años cumplidos que puede decir que en 1951 fue amigo y linotipista de García Márquez y sigue vivito, coleando y trabajando, es Guillermo El Mago Dávila. Le ha rendido al caballero de la eterna sonrisa y la blanca barba.
Con Gabriel, como le dice al Nobel sin que se le oiga raro, hace 63 años, en septiembre, editaron en Cartagena el periódico más enano del mundo, Comprimido, (22 cms. de alto por 14 cms. de ancho, sin márgenes). El Nobel lo dirigía, Dávila lo gerenciaba. Circuló seis números.
En 2013 estuvo en Medellín apagándole a su nanocadapuedario 62 velitas. Este año apagó las 63 en su refugio bogotano.
El frente y el perfil del mago
Bumangués pacífico, optimista de ley, enemigo íntimo de la tristeza y de la pereza, esposo de doña Lyda Forero, quien se “fue a la morada celestial”, es taita de cinco hijos y abuelo de trece nietos, incluida Sofía una pequeña que le pidió permiso para ser su nieta. Accedió, encantado, y de ñapa adoptó el 13 como número de suerte.
El Mago mantiene relaciones inecestuosas con el azar. Como tal promueve juegos “azarosos”, lee la palma de la mano, adivina el futuro y encima el pasado. Ha vendido lotería y chance.
Mormón, tiene los ojos del Corazón de Jesús cuando estaba chiquito. Como el rector de EAFIT, Juan Luis Mejía.
Las siete vidas del gato
Sobrevivió a dos accidentes de aviación y a uno de ferrocarril; a caídas por las escaleras, atracos, diverticulitis, bohemia, “mujeres bravas y maridos incomprensivos”.
El Salmo 91, su mantra, es culpable de tantas supervivencias. Para ayudarle al Salmo vive debajo de un sombrero.
Su prolífica hoja debida nos cuenta que fue certero pronosticador hípico, jefe de relaciones públicas y asesor de ministros, brujos e indios amazónicos. Edita la revista El Congreso.
Aparece en una antología
Figura en “Selecciones de Sucesos”, una antología de grandes cronistas hecha por el caminante Rogelio Echavarría (editorial Universidad de Antioquia). En el libro, el Nobel García Márquez habla de muertes. El Mago, de caballos, para variar.
Se niega a pasar de la edad de la pasión a la de la pensión. Lo llaman para hacer algo y está cogiendo una gotera, redactando un comunicado, o redistribuyendo el ingreso con algún antípoda de Bill Gates que se encuentra en la calle con el almuerzo embolatado.
Fue galardonado con la orden de “Caballero del turf”. Si los caballos no existieran el Mago los habría sacado del sombrero. Los equinos han sido su “modus vivendi y comiendi”.
Fiel a la memoria del Linotipo
Pero entre todos sus destinos privilegia el de linotipista-periodista. De su primer oficio recuerda que “la linotipia convertía las ideas en plomo”.
Siempre en noviembre, en el Cementerio Central de Bogotá, se echa el mismo discurso para recordar a sus colegas “linotiplistas” idos. Desde septiembre empieza a cambiarle alguna coma al discurso para que siempre sea distinto. Luego posa para la foto con los sobrevivientes de la logia.
Tolón Tilín
Los linotipistas cierran la jornada con almuerzo de compañeros. Hacen inventario de código de barras o arrugas que llaman, y regresan a casita a soñar con plomo derretido. Y a poner los fatigados pies en agua caliente con sal.
Ver al Mago con semejante vitalidad encima me provoca siempre envidia perversa. Debería cobrar por verlo actuar en esa película que es su vida.