Malala, la educación es paz
La proclamación más contundente de que la educación es el mejor camino hacia la paz la acaba de hacer el comité noruego del Nobel al concederles el preciado reconocimiento a dos defensores de los derechos de los niños: Malala Yousafzai y Kailash Satyarthi.
El Premio Nobel de la Paz compartido entre la joven musulmana, de Pakistán, y Satyarthi, un profesor de la India, dos naciones con arsenal nuclear que mantienen vivo un conflicto fronterizo por la región de Cachemira, envía un claro mensaje en torno a la importancia de valorar la niñez y potenciar su educación.
Y esto es lo que tienen en común la joven paquistaní de 17 años y un profesor de 60, que han dedicado sus pocos y muchos años a decirle a su gente que vale la pena luchar por un mundo mejor, si en vez de darles niños a la guerra y prestarlos para reproducir cadenas de pobreza mediante el trabajo infantil, se los entregamos a las escuelas.
No han ahorrado esfuerzos ni sacrificios. En el caso de Malala, incluso su propia vida ha estado expuesta en forma clara a sus 15 años. El 9 de octubre de 2012, cuando volvía de la escuela a su casa con otras compañeras, fue atacada salvajemente por los talibanes. Un disparo en el rostro estuvo a punto de terminar con su corta existencia.
Su recuperación todavía continúa. Ha sufrido varias operaciones para reconstruir su cara, donde aún se observan algunos rastros del atentado. Tiene un implante de titanio y debe utilizar un dispositivo auditivo.
Sin embargo, el terrorismo, que aún la amenaza, no la ha podido silenciar. Por el contrario, esta joven maravilla, inteligente y bella, de cabeza rotunda y ojos que interpelan al mundo, se convirtió en una líder mundial en defensa de los derechos a la educación de todos los niños y niñas. Y no solo los de Pakistán, donde un fanatismo ciego pretende impedirlo.
Malala es la persona más joven en recibir el Premio Nobel de la Paz. Pero ya antes había obtenido múltiples reconocimientos, entre ellos el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia, del Parlamento Europeo. Satyarthi, por su parte, es uno de los más destacados activistas contra el trabajo infantil de la India. Se le atribuye el haber liberado a cerca de 100 mil niños de un trabajo casi esclavo en las fábricas de su país.
Son dos voces en favor de la niñez que seguramente aumentarán su volumen y su audiencia con este reconocimiento, y por qué no, la enemistad que también generan entre quienes se sienten lesionados por la nobleza de su causa.
Para Malala, simplemente será la continuación a nivel global de la tarea que emprendió a los 13 años, cuando comenzó a escribir un blog para la BBC con el nombre de Gul Makai, contando incidentes de su vida cotidiana en torno al estudio durante la dominación talibán del valle del Swat, en el norte de Pakistán, entre los años 2008 y 2009, estimulada por el ejemplo de su padre, rector de una escuela.
Y que tuvo el máximo eco cuando expuso, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el año pasado, su bandera de lucha por el acceso de todas las niñas a la educación.
En «Yo soy Malala», su autobiografía, cuenta su historia y pinta sus sueños, donde no está excluida su aspiración política, pues como lo ha confesado, quisiera llegar a ser primera ministra de Pakistán. Nada fácil, pero aunque en su país encuentra barreras, seguramente el Nobel le abrirá más puertas en el mundo entero y amplificará su mensaje.
EL COLOMBIANO/EDITORIAL