Espejismo o realidad
Por: Esteban Jaramillo Osorio
No está tocado de muerte, como muchos afirman, el fútbol colombiano. Tiene, eso sí, la disyuntiva de aplicar soluciones para salir de la crisis o persistir en sus fallos para ahogarse en ellos. Imperioso resulta redibujar los campeonatos con visión estratégica, evitando la degradación progresiva, la animadversión del público ausente de las tribunas y el descrédito de la calidad con que se juega.
Una mirada hacia atrás trae consigo una catarata de recuerdos, amargos tantos, con episodios tan inverosímiles como la componenda de 2004, cuando en la Dimayor se bendijo al ascenso del Cartagena, en perjuicio del Cúcuta y de la legitimidad de la competencia. Se le cavo una tumba a la credibilidad del fútbol.
No podemos quedarnos en el pasado. Es por ello que el público espera reformas consensuadas que no pasen simplemente por un espejismo o por la careta para ocultar intereses distintos a los de reactivar la competencia. No se ve como un toque inútil el reprogramar el torneo a partir del próximo año con presencia de 20 equipos en la división de honor, siempre y cuando sea el comienzo de una reingeniería que traiga consigo un cambio radical. Deben ser considerados también los futbolistas tramposos, los árbitros con sus mañas, la presencia de veteranos intrascendentes en su juego, arrastrándose en las canchas; el irrespeto de los recogebolas, las infracciones inventadas, en evidencia en la televisión; la superposición partidos locales e internacionales y la premeditada pérdida de tiempo que menoscaban la calidad. Sin pasar por alto a los directores técnicos que, sin escrúpulos, cobran a sus dirigidos por ser escogidos o alineados. De estos hay bastantes, divisiones inferiores incluidas.
Es el punto de partida para un cambio rotundo que espera el fútbol. De lo contrario, el simple alargue del torneo se verá como una medida inocua, de necios deliberantes, con beneficios directos para clubes reconocidos.