La fiesta en otro estadio…
Por Esteban Jaramillo Osorio
Era Millonarios, dicho en lenguaje figurado, un tren de alta velocidad cuando consiguió su estrella 14, con Hernán Torres, en diciembre de 2012. Las “medicinas” que llegaron de la mano de nuevos inversionistas, habían recompuesto un club en quiebra, lleno de fracasos y fatalismos, al que dotaron de capacidad competitiva y elevaron en las tablas hasta llegar al título. En el trasfondo reposaban las ilegalidades perpetradas por los dueños, que degradaron un magnífico ambiente de negocios con la truculencia en el manejo de dineros captados entre ahorradores pobres o inocentes. En esos rifirrafes, se fue Torres y llego Lillo con su compinche devastador el Españolete José Portolés, para configurar un grave error estratégico. Pasaron entonces cuatro presidentes en dos años, las ilusiones cayeron de bruces y los planes cambiaron; en el ámbito deportivo el equipo entró en caída libre, perdió cohesión, estructura y valor en la competencia.
La idea actual de una reconstrucción lenta y firme, promovida por dirigentes entusiastas, pero con ingenuidad y desconocimiento, choca con la incapacidad financiera. Cinco mil millones inyectados recientemente, se van consumidos por las deudas. Lunari parece ser un tiro al aire. No se ve clara su idea de juego, es confuso en el manejo de grupo, el que llena de presiones y amenazas, con rendimiento que se diluye en los partidos, para cerrar una mediocre campaña con eliminación prematura. Pudo gestionar mejor la nómina.
Llega a diciembre Millonarios lleno de necesidades, con las contradicciones de un entrenador sin experiencia, que pide una pretemporada al nivel del mar, pasando por alto que compite en la altura y aprueba jugadores representados por su empresario, sin percatarse de las necesidades del club y su capacidad de maniobra financiera.
En la sala de espera continua la propuesta de Colpatria, para hacerse al control de Millonarios, pero, quienes hoy lo dirigen, no aceptan que aquel que aporte el dinero imponga condiciones.