Ahora los ´crímines’ son ambientales
Por aquí en los años 50 y 60 los enemigos eran los ‘pajaros’ y los ‘chusmeros’, dos grupos insurgentes hijos del bipartidismo, que asesinaban y provocaban desplazamientos y dividían familias enteras -unas conservadoras y otras liberales-. Ahora los ´crímines’ son ambientales. Al imponente Río Magdalena se despellejaron los cerros protectores y se le sometió a viajar por un túnel mientras se termina de construir la represa de El Quimbo; fincas cacaoteras y ganaderas se han convertido en campamentos transitorios y en extensos garajes de maquinaria pesada; los pescadores de el Paso de El Colegio fueron reubicados en donde no hay bocachicos, cuchas ni patalós; y la naturaleza ha dejado de brillar en el día y arrullar en las noches. A lo lejos, y me consta, se escuchan los estallidos de dinamita y los temblores de la tierra. ¡Es el progreso, dicen algunos que han encontrado trabajo en la región! ¡Es un crimen contra la naturaleza y el Magdalena cobrará tarde o temprano la degradación!, afirman otros. A la margen izquierda, otro proyecto impredecible: los campos petroleros del Alto de La Ocha. Los manantiales, abundantes hace unos años, se han secado, el agua escasea y la temperatura ha subido, y la compañía entrega tejas de zinc, cemento y estantillos a los habitantes de la región. Un contentillo mísero para las generaciones futuras que no podrán vivir en un desierto. En la zona brillan por su ausencia proyectos sostenibles, aunque la tierra es mágica; abunda la población flotante; se ha perdido tranquilidad y las puertas de las casas ya no permanecen abiertas como antes; hay una nueva lucha de clases: los pocos que trabajan en El Quimbo y la petrolera y los muchos que luchan por entrar a ese ‘sueño’. En esa vorágine, el medio ambiente, la preservación de los ecosistemas y la milenaria vocación productiva no cuenta. Ese es el presente. Nadie habla del futuro.