jueves diciembre 19 de 2024

A VUELAPLUMA

08 marzo, 2015 Opinión

Augusto León Restrepo RamírezPor Augusto León Restrepo

Este domingo 8 de marzo estaré en la caminata por LA VIDA, cogido de la mano con mi esposa, mis hijos y mis nietos. A ellos les he infundido que LA VIDA es sagrada, inviolable, única e irrepetible. Son tantos y tantos los calificativos y adjetivos que se nos pueden ocurrir que llenaríamos varias planas. Que la cuota inicial de la utopía de LA PAZ, es la consagración del derecho a LA VIDA. Que LA VIDA es el único patrimonio que podemos acreditar sin distingos los seres terrenales. Son frases que deberían pertenecer al listado de las obviedades.

Pero para que ese patrimonio no sea lesionado, tenemos que propender desde la cuna un valor que olvidamos, que pisoteamos, que es la tolerancia. LA VIDA y la tolerancia son postulados de lo que alguna vez pueda ser LA PAZ, la civilización. En nombre de sentimientos pasionales, de supuestas verdades, de subjetivos fundamentalismos, de ideologías o religiones, de concepciones políticas o económicas, por intolerancia u obcecación, no se puede cercenar LA VIDA.

Por LA VIDA y contra la intolerancia marcharemos el domingo. La tolerancia no nos permite calificar a quienes se queden en las casas, de guerreristas , ni a los que ignoran la caminada, de indiferentes antipacifistas. Como no nos pueden señalar como conmilitones del régimen a quienes enarbolamos el estandarte de LA VIDA, ni mucho menos como paniaguados contratistas. Unos y otros podemos tener razones íntimas para actuar como actuamos. El lunes, los periódicos mostrarán las nutridas o huérfanas manifestaciones y no debe haber motivo para befas o exaltaciones. Y ni los unos seremos castro chavistas ni los otros fascistas., por la posición que asumimos. Los que marcharemos, lo haremos contra la muerte gratuita, la infame segadora. Los que no, allá ellos. Pero no dejaremos de lamentar que la convocatoria hubiese sido ocasión para la confraternidad, la unión y la identidad de propósitos.

En Colombia se mata por todo o por nada. Hay insensibilidad ante la presencia de la muerte en calles y caminos. En otras sociedades, la zozobra ante los hechos fratricidas y su rechazo se manifiesta en protestas y descalificaciones señaladoras contra sus autores. Se pellizcan sus gentes. Aquí, ni las monstruosidades individuales ni los genocidios nos conmueven. O la conmoción es pasajera. Todo lo vamos echando en el saco roto de nuestra violencia cotidiana. Como que si los colombianos fuéramos congénitos violentos, asesinos apasionados con los letales fuegos de las metralletas y de los fusiles, como se nos ha querido señalar con una mentira estigmatizante.

Se suceden tantos homicidios unos a otros, que no dejan de ser más que un titular, unos renglones de páginas interiores de los periódicos. Y si son el pan diario de noticieros radiales y televisivos, el anonimato de las víctimas es agresivo.. Tienen más exposición los victimarios. Pero no hagamos filosofías ni sociologías superficiales. Aunque sea un símbolo, como las palomas blancas o las canciones, los lemas y los poemas que ensalzan LA VIDA, pongámonos los tenis y vamos a las plazas, los parques, las esquinas y digámosle sí a LA VIDA y nó a la muerte. Para sembrar tolerancia. Y para que en los hogares, desde la cuna, en las escuelas y colegios de toda Colombia, se reitere que no es cierto lo de que los colombianos, por idiosincracia, irrespetamos LA VIDA. Que nuestra cultura, es la de la muerte. El 8 de marzo, ¡ a la calle !.

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