Bello homenaje póstumo a doña Geno de su hijo Óscar Domínguez
Queridos familiares y amigos, saludos. La mamá grande, Doña Geno nos acompaña ahora desde las estrellas. Se fue en silencio, sin incomodar. La mamá de todas nuestras vidas se fue quedando callada. Escogió la tarde del domingo de ramos para irse con su calidad y calidez. Para dejarnos con su calidad y calidez.
La misma noche el domingo la dejamos en la sala de velación en Rionegro en compañía de Biela, Lucy, Nando. Gloria y yo le dimos un beso de despedida por todos. Que no falten oraciones por su eterno y merecido descanso. Se lo ganó y de qué forma.
(Sus exequias fueron el lunes a las 11 de la mañana en la Iglesia de san Antonio de Rionegro. Dentro de unos días habrá misa en Medellín).
Quedó linda para el viaje final. Bien maquillada a tono con su coquetería de siempre. Quedó como acabada de salir de la peluquería, lista para la cita con Don Luis, quien ahora la tendrá para él solito, el muy acaparador.
Las “muchachas” le escogieron una pinta linda para el viaje. Una blusa impecablemente blanca, como su alma bella, con bordados, una pañueleta color guayaba, o curuba. Su pelo blanco, abundante, le luce más que de costumbre. Sus manos de pianista hechos para la fatiga diaria, hechas para hacer el bien. Sus ojos cerrados miran ahora hacia adentro, hacia la eternidad.
Nos dejó la mamá frágil, dulce, solidaria. Nos quedamos con la madre frágil, dulce, solidaria.
Nos dejó la compañera, consejera sabia que hablaba desde su silencio. Nos quedamos para siempre con la compañera, con la consejera sabia.
Se fue dejándonos su vida y obra. Nos dejó una talla muy grande de entrega, lealtad, sacrificio. ¿Cómo decir que nos dejó solos? Pendejos seríamos si pensáramos que quedamos huérfanos si la tenemos toda para nosotros, para mirarnos en su espejo, en el espejo de su ejemplo.
No hablaba, actuaba. El blablablá nunca fue su fuerte. Había que sacarle las palabras con ganzúa. Nos habló con sus ejecutorias. Que es de lo que se trata en este paseo de olla que es la vida. Que ella supo disfrutar con su sencillez.
Su mano izquierda nunca sabia en qué buenas obras andaba su derecha, siguiendo el mandato del evangelio en el que creyó a pie juntillas.
No propondría un minuto de silencio por ella, sino un minuto, una hora, una eternidad de alegría porque nos dejó, quedándose con nosotros.
Enalteció el oficio de mujer en todas sus acepciones de: hija, hermana, novia, madre total, suegra alcahueta, abuela, bisabuela, amiga de pocas amigas. Anfitriona excelsa que daba gracias por todo, hasta por ver pasar una nube, cualquier expresión de la naturaleza.
Hizo del disfrute de las cosas pequeñas una religión, una forma de vida. La riqueza para ella estaba en disfrutar nuestro entorno, en saber mirar el paisaje, en leerlo.
Se fue en el mes de san José, uno de los santos con los que se tuteaba en sus oraciones. Partió en la celebración de los 500 años de Teresa de Jesús, que dejó escrito:
“Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir,
porque el placer de morir,
no me vuelva a dar la vida”.
No lloramos su muerte, nos regocijamos con su vida. Como en el verso de Geraldino Brasil, mamá Geno, no murió, quedó encantada.