lunes noviembre 18 de 2024

Las rumbas santas de Chucho el Padre

01 abril, 2015 Bogotá Ricardo Rondón Ch.

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El padre Chucho acompañado de una de sus oficiales de confianza: «Listos en paz o emergencia». Foto: La Pluma & La Herida

Por: Ricardo Rondón Ch.

http://laplumalaherida.blogspot.com

Las misas del padre Chucho suelen ser las más largas de las que se tenga noticia, se ofician en Colombia, pero no por eso las más lúgubres y tediosas. Por el contrario: podría decir, sin temor a profanar ni a equivocarme, y con el respeto que me inspira el polémico y controvertido curita de la Iglesia de Jesús Amor Misericordioso, del barrio Castilla, en Bogotá, que son un festival con eucaristía y bazar incluidos.

Misa campal, desde luego, porque si en domingos ordinarios el edificio en terracota de la parroquia no alcanza a albergar la cantidad de feligreses, mucho menos en estos días de Semana Santa, donde se vuelca no solo el vecindario del citado barrio con todos sus apéndices y nuevas urbanizaciones, sino los habitantes de sectores circunvecinos, ávidos de confesión, perdón y penitencia, y una modesta ofrenda en plata blanca o en especies para compensar pecadillos, arrepentimientos y golpes de pecho.

De ahí que la celebración religiosa se realice en una tarima, en menor escala pero con el mismo ¡entusiasmo!, parecida a la de don Jorge Barón para el Show de las Estrellas, con el engranaje y la logística de un evento macro, y el respaldo de oficiales de la Defensa Civil, “Listos en paz o emergencia”, agentes de seguridad privada por todos los flancos con sofisticados equipos de comunicación, y una red de monitoreo a través de un circuito cerrado de televisión.

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«¿Y usted de qué medio viene?». Padre: de La Pluma & La Herida

Es que Chucho el Padre se resiste a olvidar los multitudinarios pantallazos domingueros cuando su misa era transmitida a nivel nacional por el fluido electromagnético, y eran tal las aglomeraciones que los socorristas de la Cruz Roja no daban abasto con sus camillas a atender casos de desmayos, insolaciones, sofocaciones, preinfartos, o las vergonzantes pataletas de borrachos amanecidos que asomaban sus narizotas extraviados en la búsqueda de un cantina o un orinal.

En el parque aledaño a la iglesia de Castilla, el territorio de vendedores y mercachifles está oficialmente marcado con anterioridad. Como también están dispuestas las carpas de algunas de las firmas patrocinadoras, porque ahí donde ven al padrecito con su sonrisa de comercial de dentistería plus, el hombre mueve el merchandise como si sus raíces no fueran santandereanas, por sangre materna, o de cepa muisca de Usaquén, por papá, sino de Turquía o de los Emiratos Árabes.

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Esta vez la celebración del Domingo de Ramos estuvo pasada por agua. Foto: La Pluma & La Herida

Es que para Jesús Hernán Orjuela Pardo no habido imposibles a la fecha. Ni el mismísimo diablo ha podido con él, como cuando fue párroco de una iglesia de Bosa (territorio caliente al sur de Bogotá) y las sectas satánicas, los jíbaros lugareños y la gente de poca fe, le hizo la vida imposible: le arrojaban chandosos, avechuchos, gatos y ratas muertas en la puerta de la parroquia; le pintaban con sangre tenebrosos símbolos diabólicos en las paredes, y hasta llegaron a atentar contra su vida, como la vez que le mezclaron una pócima de cianuro al vino de consagrar.

Y Chucho el Padre ahí, vivito y coleando, poniéndole el pecho al Patas con oración y agua bendita, y no sólo al cornudo del averno sino a las autoridades locales (el alcalde de Kennedy) que lo llamaron al orden ante la queja de los vecinos por la estridencia de sus misas campales, a primera hora y a lo largo de los domingos, con el alegato unánime de la vecindad de que el único día que tenían para el descanso, se veía menoscabado por sus prolongados oratorios, sus arengas de caudillo en campaña, y de ñapa, una retreta festivalera en tarima con todos los ritmos del folclore y la parranda criolla, incluidos champeta y reguetón.

Chucho el Padre desafió ante micrófonos al presidente Santos y retó al entonces burgomaestre local Luis Fernando Escobar, y al mayor de la ciudad, Gustavo Petro, para que lo retiraran con sus respectivas fuerzas de su oficio de presbítero, intercesor ante Dios de la fe católica con sus hermanos en Cristo, y el escándalo, de tantos de los que le ha tocado librar, llegó a las barandas distritales donde se vio obligado a bajarle el tono y a pedir disculpas.

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El mercado de la devoción palpita en el parque aledaño a la parroquia. Foto: La Pluma & La Herida

Orjuela Pardo haría hasta lo indecible por no dejarse bajar del bus de las aleluyas. Como concursar en todos los realitys posibles para mantener el rating con sus feligreses. Lo acaba de hacer en Tu cara me suena, que ha sido la tapa de las desesperadas convocatorias, amasijo del látex imitación Hollywood, pelambre artificial del inventario rezagado de La Voz Colombia, y canutillos y lentejuelas del circo de Los Hermanos Gasca.

Está escrito. Chucho se le mide a todo. Lo he visto, con estos ojos que devorarán los cuervos al final de sus homilías, ponerse las botas de Juan Charrasqueado para alebrestar a la concurrencia con rancheras y corridos bien mentados. O, cantar y bailar la Cumbia Cienaguera al compás de la pista en el estereofónico master, animado por las palmas de las viejitas rezanderas de primera fila, que ven en él al legítimo mensajero de Dios en la tierra, y a la vez, al ídolo mediático que regocija sus corazones al final de sus rosarios en sus televisores.

Por obvias razones de cuestionamientos y escándalos, esquiva a la prensa. Y si ve una cámara próxima a su pedestal, un leve guiño suyo a cualquiera de sus guardianes, bastará para retirarla. Ahora, con unos decibeles menos, atendiendo a conciliaciones jurídicas, Chucho El Padre justifica sus rumbas santas con la certeza vox populi de que si el ‘chucuchuco’, el merengue, la salsa, el vallenato, la champeta y el reguetón de Maluma y asociados desencadena tanta euforia en la sangre, hasta ponerla erguida e incontrolable, él se sirve de esa amalgama para alabar a Dios y extasiarse con su presencia, sin una gota de licor, salvo el vino de consagración. Y todos felices.

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La parroquia en terracota de Jesús Amor Misericordioso. Foto: La Pluma & la Herida

Esta vez, el Evangelio de la Pasión de Jesús también es representado en tarima, con Chucho el de carne y hueso, ornamento en grana como protagonista, y un séquito de feligreses que han contribuido con su verbo y algunos ensayos de sacristía, a desempolvar los parlamentos de Jesús en la última cena; del Judas Iscariote que lo vendió por un puñado de rupias; de Pedro, el apóstol, que lo negó tres veces antes de que cantara el gallo, y posterior, cuando la guardia romana lo retuvo en el jardín de los olivos; amén de la alevosía de Caifás que pedía a gritos su crucifixión; y la sentencia a regañadientes con lavado de manos de Poncio Pilato, gobernador de Judea.

En el sermón exhorta a una reflexión sobre corruptos y traidores, y hace un comparativo sobre los fariseos bíblicos y los de ahora; los que rigen los destinos del país, “aquellos -señala irónico- que están echando suertes con la paz de Colombia en una mesa coja de La Habana, tal como hicieron los soldados romanos cuando se jugaron a los dados la túnica de Cristo”.

Todo esto, mientras en los alrededores del parque se trenza en voz rumorosa el diálogo del rebusque: la señora con el baúl de su Mazda abierto que promociona el merengón más rico de Castilla; el hombre con un balde al hombro repleto de refrescos; la dama de los postres, las obleas y otras delicias de almíbar; los muchachos de delantal y cachucha que sortean volantes del asadero Mi Llanera “para que vayan todos a degustar la mejor mamona después de la eucaristía”; los vendedores de relicarios y medallitas de los almacenes de San Nicolás y de San Miguel; y los mercaderes de paraguas y chubasquillos ante el inclemente invierno que azota a Colombia en estos días de recogimiento.

Porque si hay un rebusque mayor, es en una misa larga del padre Chucho, como la del Domingo de ramos, y cualquiera de las que él anuncia con fanfarrias, las venideras del lavatorio del Jueves santo; la de la procesión del Viacrucis, el viernes, a partir de las 10 de la mañana; la de la Adoración de la cruz, el sábado; y la fiesta de remate, el Domingo de resurrección, La pascua, “a la que están todos invitados con sus respectivas proles”.

Que lo diga don José Francisco Huertas, de 75 años, habitante del barrio 20 de julio; carguero del Crucificado de la Catedral Primada de Colombia desde hace 30 años, y para esta época de golpes de pecho, rodillas peladas y santiamenes, próspero negociante de matracas, esos palitos bulliciosos que, en manos de los párvulos, arman la guachafita más ensordecedora incluso después de la media noche, y no hay poder humano que los silencie.

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La terna de cargueros, lista para ponerle el hombro a la procesión. Foto: La Pluma & La Herida

A Orjuela tampoco le tiembla la voz cuando convoca a la ofrenda en rama y lanza puyas contra los alcabaleros, los millonarios impuestos, como el “despiadado predial” que nos acontece en Bogotá, y la humillante costumbre de cobrarlo todo.

“A los potentados no se les cuestiona –replica-. Ustedes no se avergüencen de ser católicos. No escondan su fe. No salgan corriendo cuando se les pide el tributo al Señor, que esta contribución es para ayudar a quienes no tienen ropa, techo ni alimento. El que quiera hacer su donación, pude pasar, es bienvenido, el Señor se lo multiplicará», invita Chucho, con el soporte de la misión carismática que viene emprendiendo el papa Francisco.

Al final, después de dos horas largas de predicar, alabar, cantar y bailar, el sacerdote más polémico del país se apropia de una lista de agradecimientos comerciales: a la marca Big Cola, que le colaboró con carpas y aguas para sus feligreses; a las parrillas y pizzerías circunvecinas; a la almojabanería El Buen Sabor; a La Casa de Novias y Smokings, y desde luego, ni más faltaba, a su propia casa, la Parroquia Jesús Amor Misericordioso, donde se sirven las más suculentas viandas criollas, con recomendación del exquisito mute santadereano como cabeza de carta. “Y a precio de ‘corrientazo’”.

Chucho El Padre se despide, imparte bendiciones: “Corran la voz con un aleluya. Se prendió la rumba santa en la casa del Señor. En esta fiesta no hay cover ni se reserva el derecho de admisión. Menos líos vergonzantes con incómodos borrachos. ¡Corran, corran!, rieguen la bola…Están todos invitados”.

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