Abuelos traviesos
Por Esteban Jaramillo Osorio
Los placeres que el fútbol da, están en las canchas, con los artistas, la pelota y las agitadas tertulias que de ello se derivan. No pasan por las teorías conspiratorias, el señalamiento de los árbitros como único argumento en la derrota, ni por las grietas nauseabundas de los dirigentes de élite, que envilecen la competencia.
Preferible la combinación deliciosa, con sucesión de pases al pie, que embriaga a los rivales y embelesa los ojos de los hinchas, que la asociación delictiva hoy investigada, de gordiflones acartonados y ventajosos, con la indiferencia solidaria de quienes los eligen.
A diario hay exhibiciones artísticas de gran calidad, con bocados sabrosos de buen fútbol. Una muestra, los cierres de las ligas y las copas en Europa, con actuaciones de lujo de cuanta estrella habita en los mejores y consagrados clubes. En nuestro medio, las confrontaciones de semifinal, abiertas, atrevidas, con prelación a la fase ofensiva, por encima de la mezquindad del resultado en cero, sin pasar por alto las formidables presentaciones de la selección que, con frecuencia, nos dejan boquiabiertos.
Frente a la intrincada red urdida por los abuelos traviesos de la FIFA, los errores arbitrales, las averías de los campeonatos, la manipulación de resultados y demás enfermedades del fútbol, parecen males menores, al compás del rampante carrusel de sobornos disfrazados de donaciones, en corrupción masiva, con pugnas políticas, patrocinadas por un dirigente resbaladizo y sus secuaces.
Prefiero ver rodar la pelota, manejada con destreza o sin ella, al hedor que desprenden tantos despachos, tantos escritorios, allanados en pesquisas judiciales, que buscan la trasparencia en el juego.
La pelota, fuera de las canchas, se ha manchado, en abierta traición a los cimientos de la competencia y al juego limpio, el que no solamente debe estar en los escenarios deportivos sino fuera de ellos.
Que viva el fútbol, quienes lo practican y los aficionados del mundo que lo disfrutan, por encima del paisaje siniestro que lo rodea y las impudicias de quienes lo promueven.