Álvaro Castillo Granada, el ‘librovejero’ más triste del mundo
Por: Ricardo Rondón Ch.
http://laplumalaherida.blogspot.com
El sábado 2 de mayo de 2015 se puede contar como el más triste en la vida de ‘librovejero’ -como lo bautizó Gabriel García Márquez- de Álvaro Castillo Granada, cuando a las 6:39 de la tarde recibió la nefasta llamada de David Roa, director del stand de la Librería Macondo:
-Álvaro, se robaron tu edición de Cien años de soledad-, lo enteró el funcionario.
Castillo Granada quedó mudo. Por un instante pensó que se trataba de una broma pesada, pero cuando Roa le comentó que de forma inexplicable alguien se las ingenió para correr el cerrojo de la vitrina y sacar el preciado libro, en medio del gentío que a esa hora circulaba por el pabellón erigido al Premio Nobel colombiano en la 28° Feria Internacional del Libro de Bogotá, Álvaro sintió un mareo momentáneo, acompañado de un sudor helado, y lo único que atinó a decir fue: “No puede ser”.
De los miles de libros que ha acuñado por diecisiete años en San Librario, su librería de viejo del sector de Quinta Camacho, este de la primera edición de Cien años de soledad -de 8.000 ejemplares de la editorial argentina Sudamericana (fundada en 1939, en Buenos Aires), el de la carátula del galeón, que en 1967 salieron al mercado- es el de mayor arraigo y devoción para Álvaro.
Subrayo “es”, porque Castillo se resiste a perderlo, y porque a partir del escándalo y la solidaridad del gremio de libreros y editores independientes, y el eco con que ha repercutido la noticia en los medios, aspira a recuperar esa joya, que no sólo es de él en su valiosa colección e incalculable precio, sino que “es un robo que nos hicieron a todos”, asegura.
Por varias razones y argumentos, la primera edición de Cien años de soledad, propiedad de Álvaro Castillo Granada, usurpada de la vitrina de la Librería Macondo, donde también se exhiben decenas de ediciones de la obra cumbre del Nobel, entre otras novelas, memorias y libros de cuentos en varios idiomas, y algunas de primera edición con dedicatoria a Daniel Samper Pizano, donadas por él a la Biblioteca Nacional de Colombia, es de profundo apego y significado editorial.
Una de ellas, por la amistad, que gracias a los libros fortaleció con García Márquez desde 1996, año de su primer encuentro con el laureado novelista en un Festival de Cine de Cartagena, cuando hizo la fila para que le firmara una edición de Cien años de soledad (no la que le robaron).
Después, en 1999, cuando logró la prestigiosa firma de la misma novela para un cliente; y a partir de ahí en repetidas oportunidades, bien por contacto del hermano del escritor, Eligio García Márquez, o cuando el autor colombiano más leído del mundo viajaba a Bogotá a los consejos de redacción de la revista Cambio, de la que fue su presidente, o del noticiero QAP, su director.
En esos ires y venires, Castillo resultó ser un cálido y entretenido contertulio de Gabo, y a la vez el amigo que por encargo le conseguiría los libros más difíciles y extraños, como la primera edición de Arde París, de Dominique Lapierre y Larry Collins, que venía con un anexo de mapas, entre otros. El librero cumplía puntual a las peticiones de su amigo, pero nunca le cobró un peso por sus encomiendas.
El Nobel se refería de Castillo como “Álvaro, mi amigo el libroviejero”, y por últimas, el “librovejero”, parodia mamagallista de los “ropavejeros” de la plaza España de Bogotá, término que utilizó en la dedicatoria de la novela robada: “Para Álvaro Castillo, el librovejero, como ayer y como siempre. Su amigo Gabriel”.
Esa edición de Cien años de soledad, la robada, dice Castillo -aunque insiste no revelar el precio-, la había comprado en una feria de Montevideo en 2006. Tenía un lugar privilegiado en las estanterías de su librería, hasta hace un mes, cuando los organizadores de la Feria del Libro de Bogotá se la pidieron en calidad de préstamo para exhibirla.
Desde el sábado, cuando fue denunciado el hurto, Álvaro no ha tenido vida propia. No ha podido pegar ojo. Sumido en su tristeza de librero y coleccionista, se la ha pasado dando declaraciones a la Fiscalía y a los medios de comunicación, algunos de ellos que, por desinformación, han confundido su nombre con el de Álvaro Castaño Castillo, que también es un hombre culto, de libros y añejas cintas magnetofónicas con escritores y poetas del mundo para la HJCK, y otrora de una estrecha amistad con Gabo.
Que el valor económico de la obra usurpada esté en calculado en 25.000 o 30.000 dólares, como han especulado algunos despachos noticiosos, eso sólo lo puede evaluar su dueño, que por lo pronto no quiere saber sino de la recuperación del libro.
Igual que todas las conjeturas y especulaciones que ha arrojado el macondiano escándalo editorial: que puede haber complicidad de algunos de los encargados de las vitrinas con el ladrón. Que por qué tamaño descuido en materia de vigilancia cuando a diario, y sobre todo los fines de semana, en lo corrido de la feria, el pabellón de Macondo estuvo atestado de visitantes. Que si habrá una recompensa representada en dinero de parte de los directivos de Corferias en caso de que, definitivamente, no aparezca la novela.
Castillo Granada, confundido con el lamentable hurto a su bien más preciado, pone de manifiesto que esa, la primera edición de Cien años de soledad, de 1967, es la única que le quedaba, de media docena que alcanzó a tener, algunas comercializadas, otras de obsequio a sus amigos y amigas entrañables; pero que la firmada especialmente para él por el recordado narrador, es de un valor sentimental y comercial incalculables.
“No puedo agregar más, porque eso hace parte de la reserva del sumario”, sostiene el librero, presuroso en esta mañana de comienzo de semana, atosigado por una timbradera incesante en el celular y en su teléfono fijo, con la expectativa en su nervio de que su amado ejemplar haya sido rescatado, o al menos de una pista de las autoridades que le den un atisbo de esperanza, de que la primera edición de Cien años de soledad rubricada por su amigo ‘García’, como él lo llamaba, sí tendrá una segunda oportunidad en su librería.
El apóstol de San Librario
Sonaría descabellado, pero la memoria del Funes borgiano de Álvaro Castillo Granada se podría equiparar, en guardadas proporciones y en lo que se relaciona con literatura, al disco duro de una biblioteca institucional. De hecho, el Apóstol de San Librario -por su librería anticuario-, como se le conoce, supera los diez mil títulos. Y de ellos, para asombro de muchos, se ha leído más de la mitad.
Han pasado ya veintisiete años cuando este bogotano de origen bumangués, del colegio San Bartolomé, se empleó por unas vacaciones universitarias en la librería Enviado Especial, propiedad del escritor y periodista Germán Castro Caycedo y de su señora esposa Gloria Moreno, por esa época ubicada en el centro comercial Granahorrar.
Lo que para el joven estudiante de Literatura de la Universidad Javeriana fue una oportunidad para ganarse unos pesos de momento, se convirtió más adelante en una obsesión por la narrativa y quienes la producen, los libros, los libros viejos, que él empezó a adquirir en sus correrías, sigiloso y en solitario por el centro capitalino, en el sector de los ventorrillos de la legendaria avenida 19, donde también se conseguían acetatos de segunda.
Aunque no alcanzó a graduarse, cuando tenía claro que su cometido era ser librero, Castillo Granada es una fuente inagotable de autores, géneros literarios, obras, bibliografía, datos inéditos, anécdotas y curiosidades. De ahí que el nuevo semillero de literatos, al igual que estudiantes, lectores y aficionados, frecuenten su librería para consultarlo, incluso para pedirle el favor que les ayude a guiar sus tesis de grado.
En el apartado de sus libros de colección, es decir los que no están a la venta -aunque en temporadas de premuras económicas le haya tocado salir de algunos-, figuran primeras ediciones de obras firmadas, entre otros, por Ernest Hemingway, José Lezama Lima, Augusto Roa Bastos, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Paul Eluard, Gabriel García Márquez, y una antiquísima edición sin restaurar, por llanos motivos románticos, de un ejemplar de ‘Canciones’, con la rúbrica del genio castellano Federico García Lorca.
Hace cinco años inauguró su website, y no podía ser otro el nombre que el que identifica su razón de ser y el amor por el oficio: San Librario. Por su blog se entera uno de noticias y novedades literarias, concursos y premios de narrativa, y del trasegar de los autores, de aquí y allá, amigos suyos, de los más frecuentes en su librería del sector de Quinta Camacho, el poeta, novelista y gabólogo José Luis Díaz Granados.
En 2010, la Cámara Colombiana del Libro le hizo un encargo mayor del que él se sintió honrado y orgulloso: la curaduría del pabellón destinado al homenaje del escritor colombiano Eduardo Caballero Calderón, a propósito de las actividades culturales y editoriales para celebrar el centenario de su natalicio.
No se conoce un profesor de Literatura que conozca a fondo y en detalle la obra de Caballero Calderón como Álvaro Castillo Granada para realizar un análisis en profundidad y contexto de sus títulos: Tipacoque, Siervo sin tierra, El Cristo de espaldas, Caín, Manuel Pacho, Ancha es Castilla, entre tantos; igual como resuelve las dudas, los datos, las fechas y la bibliografía de decenas de autores y libros con clientes, estudiantes y lectores del común.
Su más reciente aparición en público, a propósito de su disertación de la producción literaria y ensayística de Eduardo Caballero Calderón, con su hija Beatriz, fue en la Librería Lerner (sede centro), en el marco del programa cultural Los Libros se toman Bogotá.