Óscar Collazos, el hombre que parecía una fiesta
La eterna sonrisa de Óscar Collazos registrada por la lente de Yomaira Grandett
Por: Ricardo Rondón Ch.
http://laplumalaherida.blogspot.com
En su penúltima columna de El Tiempo (publicada el 4 de febrero de 2015), Óscar Collazos le solicita al científico colombiano del cerebro Rodolfo Llinás, ampliar información sobre la terrible enfermedad que le diagnosticaron en agosto de 2014: esclerosis lateral amiotrófica (ELA).
Escrita con el pulso, la virtud y la transparencia que lo caracterizó como uno de los mejores columnistas colombianos, laureado dos veces consecutivas con el Premio de Periodismo ‘Simón Bolívar’ (2003: Soy zurdo a mucho honor, publicada en El Tiempo. 2004: Bebo, luego vivo. revista Soho), Collazos, no obstante el mal que lo aquejaba, más física que mentalmente, puso a medio país en guardia con su estado de salud, y la solidaridad de sus amigos y lectores se hizo ver con una avalancha de mensajes afectuosos y alentadores, que se volvieron virales en redes sociales.
“Tengo dificultades de deglución y el habla registra retrocesos preocupantes. Me puedo mover por mis propios medios, pero me fatigo pronto y demasiado. Mi vida intelectual, en cambio, sigue siendo casi la misma: escribo mis columnas de opinión cada semana y trabajo en la escritura de una nueva novela, mientras descubro una dimensión desconocida del amor y me conmuevo con la solidaridad de los amigos. Esto me ha fortalecido. He tratado de instalar mi mente en el presente, desechando la tentación de dejarme llevar hacia el impredecible escenario del futuro”, apuntaba el escritor. Y así lo cumplió.
Collazos se afincó en el presente hasta sus últimos días y no dejó de escribir sus columnas y avanzar en una nueva novela, con una lucidez, en la última etapa, más nítida y sabia, ayudándose con el traductor de voz de su tableta, sin perder el desparpajo, la malicia y el sentido del humor que eran su impronta como opinador y narrador.
La última columna en El Tiempo (donde colaboraba desde 1997), la firmó el pasado 7 de mayo y la tituló El ladrón de libros, a propósito del robo de la primera edición de Cien años de soledad (1967), propiedad del librero Álvaro Castillo, a quien el Nobel de Literatura dedicó, y que fue sonsacada de una vitrina de la librería del Pabellón de Macondo, en la Feria del Libro de Bogotá.
Por esas fechas, la salud de Collazos se empezó a agravar. Incluso corrió la noticia errónea de su fallecimiento, que él desmintió con su habitual socarronería: “No se apuren. Todavía estoy en la unidad de chismes intensivos”, fue su mensaje.
Durante la presentación en Cartagena de su novela ‘Rencor’. Foto: eluniversal.com
El escritor chocoano estaba radicado en la capital para asumir con rigurosidad el tratamiento, luego de quince años de vivir en Cartagena. La última semana de marzo fue ingresado a la Fundación Cardioinfantil para recibir manejo integral de su enfermedad neurológica por parte del equipo científico de la institución.
En la madrugada del domingo 17 de mayo de 2015, la fundación dio a conocer el reporte de su deceso. Óscar Collazos Camacho, nacido el 24 de agosto de 1942, en Bahía Solano, descansaba para siempre al abrigo de dos de las mujeres que más amó en la vida: Laia, su hija, y Jimena Rojas, su tercera esposa.
Con más de cuarenta libros escritos, cuentos, novelas, una vigorosa producción crítica y ensayística, Collazos transcurrió su prolífica existencia como un libérrimo a contracorriente, soportablemente neurótico; erotómano por nervio y convicción; tercamente enamorado, con un apego irremediable a la relación de pareja, y un halo seductor entre las mujeres que él remitía más a lo que escribía que a la fama de amante resoluto que se había ganado.
Su literatura siempre estuvo comprometida con el dolor y el desarraigo de las víctimas directas del conflicto armado, la usurpación de sus tierras, el éxodo sin rumbo de humildes campesinos, el luto y el llanto permanentes de ver morir y enterrar a sus seres queridos, en su mayoría inocentes de la estúpida guerra, como él lo plasmó en novelas y crónicas, verbigracia Rencor (2006), Señor Sombra (2009), Desplazados del futuro (2003), el reportaje de largo aliento Cartagena en la olla podrida (2001), y Tierra quemada, su última novela (2013).
Siempre rodeado de libros, compañeros inseparables de su oficio. Foto: siruela.com
Además de su obra prolífica como narrador y ensayista, desde el primero relato, Solo su testimonio, que publicó a los 20 años en El Espectador; su primer libro de cuentos, a los 24, El verano también moja las espaldas, y de ahí en adelante una ininterrumpida y profusa actividad literaria alterno a su bitácora de vuelo de halcón sin fronteras por América y Europa, con asentamientos de largas y cortas temporadas en México, Argentina, Cuba, Alemania, España, particularmente Madrid y Barcelona; su bella parábola ecológica La ballena varada -que debería ser texto obligado en primaria y secundaria-, Las trampas del exilio, Los días de la paciencia, Morir con papá, La muerte de Érika, El exilio y la culpa, Batallas en el monte de Venus, una de las primeras biografías de Gabriel García Márquez, La soledad y la gloria, entre otros.
Bachiller del colegio Pascual de Andagoya, de Buenaventura, Óscar Collazos sembraba la semilla del amor y la amistad a donde quiera que llegaba. Independiente de la pluma cáustica y corrosiva de sus artículos, de moverse a sus anchas entre los afectos de sus simpatizantes y los odios de sus contradictores (“no me incomodan que me insulten, pero sí me enfada que lo hagan con errores de ortografía, decía”), Óscar se caracterizó por ser un intelectual de puertas abiertas, estupendo cocinero y alcahuete de tertulias acompañadas de ron, sones y boleros, y de mujeres inteligentes, de las más próximas a su grupo, la poeta Piedad Bonnet, y las actrices Carmenza Gómez, María León y Maribel Abello.
En Cartagena, donde vivió la última etapa de su vida, no era extraño ver en la mañana a Collazos en plan de reportería, en el mercado de Bazurto, conversando con bulteadores o vendedores de pescado para un informe especial de los periódicos El Heraldo o El Universal, para los que colaboraba; o en la tarde observarlo en la legendaria librería Ábaco, de la ciudad amurallada, reunido con Enrique Vila-Matas, Juan José Millás o Manuel Vicent, en el marco del Hay Festival; en la noche en un concierto de Jazz en la plaza de la Aduana, para rematar en Quiebracanto bailando salsa con extranjeras remotas y adorables.
A Óscar Collazos, el hombre que se tomó la vida como una fiesta, que era una fiesta a fin de cuentas, con todos sus tropiezos y derrotes, nunca se le vio el ceño fruncido ni un dejo de reproche. No obstante fue el crítico más puntual y acérrimo con los abusos del poder, la corrupción imperante, los descalabros y las miserias consecuentes, pero sobre todo la violencia arrasadora durante años que tantas viudas y huérfanos ha dejado a su paso.
Hace justo veinte años, en mayo de 1995, lo invité a una entrevista para la sección de Mundo Loco, del antiguo diario El Espacio, con un encabezado que él tuvo la generosidad de participarme, tomado de una canción de George Moustaki: “Se llega a los 50, mitad sabio, mitad tierno”. Y ese era Óscar: sabio y tierno. Y lo seguirá siendo en la memoria de quienes lo seguiremos leyendo y admirando.
Como un homenaje, reproducimos apartes de la amena conversación.
Uno de sus semblantes más recientes, tomado en Manizales. Foto: lapatria.com
¿Cuáles fueron las primeras revelaciones literarias que alimentaron su apetito narrativo?
“Yo no tuve infancia. No leí ni a Verne ni a Salgari ni a Stevenson, sino cuando me hice adulto. Salí del paraíso de Bahía Solano a las perversiones de Buenaventura”.
¿Entonces a quién leía en sus agitados años de adolescencia?
“Leía a Vargas Vila, a los enciclopedistas franceses, a Rómulo Gallegos, libros prohibidos y cuanta literatura de adulto cayera en mis manos”.
¿Y de dónde los sacaba?
“Como en mi casa no había libros, entre los 12 y los 18 años me devoré la biblioteca del colegio y la biblioteca municipal de Buenaventura”.
¿Aprendió primero a leer que a nadar?
“Aprendí las dos cosas al mismo tiempo, porque leía el oleaje del Pacífico para no ahogarme en sus turbulencias”.
Con todo eso, da la impresión de que conoció el amor un poco tarde…
“No. Lo conocí temprano y con una prima hermana. Desde entonces soy un enamorado incorregible del cuerpo y del corazón femeninos”.
¿De qué escribía en su juventud?
De adolescentes, de conflictos familiares y religiosos, de la prostitución, de la música del Caribe, y de seres que se consumían en el trópico entre las frustraciones y la más absoluta libertad”.
Collazos, uno de los columnistas más controvertidos y leídos de Colombia. Dos veces laureado con el Premio de Periodismo ‘Simón Bolívar’. Foto: bluradio.com
¿También amó a las ardorosas meretrices de Buenaventura?
“Era una experiencia obligada y el primero en propiciarla era el papá. Si las niñas bien cerraban las piernas, había que pagar a las que las abrían”.
¿Cómo se manejaba la prostitución en ese entonces, en tan legendario puerto?
“Las prostitutas eran tiernas y comprensivas, y a veces, por el privilegio de desflorar a un adolescente, ofrecían sus servicios sin costo alguno. Era como un regalo que les ofrecía la vida”.
¿Se acuerda de alguna en especial?
“En muchos cuentos y novelas míos aparece Carmen la ‘Tetona’, la ‘Trasnocampo’ y ‘Rita’, porque ellas fueron las figuras femeninas y deliciosamente corruptoras de mi adolescencia”.
¿Cómo son los escritores Virgo?
“Una vez perdida la virginidad son disciplinados, perfeccionistas, temerarios y con una rara tendencia a la privacidad, como los gatos que marcan su territorio”.
¿Cómo era su correo literario con el interior del país, siendo usted un adolescente que aspiraba a ser escritor en Buenaventura”.
“Nada más solventes, precisos y entretenidos que los suplementos dominicales, no sólo de la capital sino de otras ciudades mayores como Cali, Medellín y Barranquilla”.
¿A qué edad empacó maletas para la gran ciudad?
“A los 20 años ingresé a la facultad de Sociología de la Universidad Nacional. Deserté a los dos semestres”.
¿Por qué?
“Porque me di cuenta a tiempo que lo que más me interesaba era la literatura, la bohemia que servía para soportar mejor la pobreza, y una vida de escritor, quizás irresponsable, que nada tenía que ver con el rigor de la sociología”.
Alfredo Gutiérrez y Óscar Collazos, amigos de muchos años. Foto: eltiempo.com
Crepitaba por esa época la década de los 60, ¿verdad?
“Sí, ardían el Che Guevara, Camilo Torres, los hippies, el Nadaísmo, Jean Paul Sartre, los Beatles, la música ‘ye-yé’, el ácido lisérgico, la marihuana, las comunas, el sexo libre, la minifalda, los estudiantes de Berkeley, Marcuse, y unas tremendas ganas de cambiar la vida y el mundo”.
¿Fue marihuanero duro?
Esporádico, siempre preferí el alcohol, porque me mantenía los reflejos a punto y no ese sueño introvertido de lo que llamábamos ‘bareta’”.
¿Bailó salsa en ‘La jirafa roja’?
“Sí, pero también en el ‘Caney’, de Buenaventura, al ritmo de la Sonora Matancera, Cortijo y su combo, Rolando Laserie y la Billo’s Caracas”.
¿Y con qué sostenía esos placeres indómitos?
“Milagrosamente esos placeres eran casi gratuitos, aunque desde niño vendí periódicos, fui guía de gringos que averiguaban por burdeles, vendí enciclopedias y me pagué los pocos estudios universitarios haciendo periodismo y endeudándome con los amigos”.
¿Cómo disfrutó mayo del 68 en París?
“Hospedado en el apartamento de Gustavo Angarita. Me iba todos los días a sacar adoquines en el barrio latino, creyendo que la revolución era para mañana, sin saber que en realidad era una fiesta”.
¿Como la fiesta de Hemingway?
“La más grande que en su historia haya tenido la juventud, porque era una fiesta del deseo y la solidaridad”.
¿Se sentía usted como un personaje de Cortázar?
“Claro, como Oliveira, esperando encontrar a la Maga en un puente del Sena, mientras los sueños de un mundo mejor se mezclaban con las sábanas primaverales de alguna francesa que compartía iguales deseos”.
¿Qué significó para usted conocer y entrevistar en varias oportunidades a Julio Cortázar?
“Una exquisita experiencia la de percibir y compartir con el genio admirado, pero también con el hombre tierno en la amistad, generoso en el trato, y libre en esa vida ejemplar que lo llevó a vivir la vida tal y como la había imaginado en sus libros”.
¿Qué fue lo que más aprendió de él?
“La tolerancia y el placer del diálogo”.
¿Cómo era Cortázar con un par de botellas de vino en la cabeza?
“Nunca lo vi ebrio, pero sí rodeado de buen whisky, buen vino, buena mesa, con ese entusiasmo siempre latente de hacer de la palabra un banquete, una fiesta. Nadie como Cortázar para conversar horas enteras sin que se produjera el bostezo del cansancio o el aburrimiento”.
También vivió usted en Barcelona. ¿Cómo fue esa estadía suya en esa ciudad de editoriales, traductores, buena vida y efluvios del Mediterráneo?
“Me fui en 1972 detrás de una mujer con la que después me casé. De esa unión tengo una hija, y me quedé allí por dos décadas publicando la mayor parte de mi obra, explorando cada rincón del Mediterráneo, luego de asistir a la fiesta que significó para la democracia la muerte de Franco, y por último, el tedio irremediable de los españoles cuando pretendieron convertirse en europeos”.
Proponiendo a las castas políticas la Cartagena del futuro, la ciudad donde trascurrieron sus últimos años. Foto: el universal.com
¿Por qué tres matrimonios en su vida? ¿Ha sido inconstante con las mujeres?
“Todo lo contrario. He sido el más afortunado. La constancia en el amor no es más que una gran esperanza con diferentes objetivos”.
¿Y con sus libros?
“También con ellos he sido afortunado. He contado con el reconocimiento de mis contemporáneos y el placer de saber que muchos años después de haber sido publicadas se siguen leyendo y estudiando mis primeras obras”.
Con quiénes ha tenido más suerte: ¿Con las mujeres o con los libros?
“A veces creo que los libros y lo que contienen han sido mi mayor instrumento de seducción. Mis libros, soy yo mismo”.
¿Cómo es su rigor y responsabilidad cuando acepta ser jurado de un concurso literario?
“Soy natural en mis preferencias literarias y objetivo en el juicio, incluso a sabiendas de que concursan amigos a quienes estimo y admiro en su persona y en su obra”.
Con quién es más tolerante: ¿Con las escritoras o con los escritores?
“Soy más exigente con las escritoras, porque de lo contrario sería rebajarlas por medio de una cortesía machista que no se merecen”.
¿Es más lector de escritoras que de escritores?
“Estadísticamente, de escritores, porque son más y porque el espacio femenino en la literatura es todavía reducido, pese a la magistralidad de algunas escritoras de la historia”.
¿Ha amado a escritoras eróticas?
“Curiosamente, las pocas que he conocido, o eran lesbianas, o feas, es decir, escritoras eróticas por carecer de aquello que recreaban en sus libros”.
¿Y a vedettes consumadas?
“A vedettes, no. A actrices, sí. Y en realidad lo que se consumaba transcurría en los escenarios del erotismo y no del libreto”.
¿Es usted un escritor que se cree sus propias mentiras?
“Si no me las creyera, no convencería a mis lectores”.
¿Cómo le gustaría morir?
“A nadie, es mi caso, que ha disfrutado la vida como si fuera una fiesta, le ‘gustaría morir’. Pero si ese fuera el plan, sería rodeado de la gente que más amo, con un ron venezolano en la mano y todos los boleros de Rolando Laserie”.