A VUELAPLUMA
Por Augusto León Restrepo
Manizales , 28 de Junio_ RAM_ Me sigo preguntando: si en La Habana, en corto o no tan largo plazo se va firmar la terminación del conflicto armado, ¿ qué extraña razón tenemos para seguir matándonos, en aras de ideologías o de concepciones del Estado ?. ¿ Qué intereses hay para eternizar la balacera entre las fuerzas del Estado y las fuerzas de la subversión ?. ¿ Cuántos muertos más necesitamos , para que cese el fuego, unilateral, o de las dos partes en combate ?. Si la guerrilla quiere salir de las montañas a obtener triunfos electorales y representación en el Congreso, Asambleas y Concejos, ¿ por qué no ceja en sus actos terroristas contra la población civil y el entramado económico de la Nación, con los que atrasa el desarrollo económico que conduce al mejoramiento de las condiciones en que vive el campesinado y las clases marginales ? . Pero sobre todo ¿ porque insisten en asesinar, en acabar con la vida, a mansalva y sobre seguro de policías y soldados ?. ¿ Si ya estamos en posconflicto, si para el Estado es inminente el camino del cese al fuego bilateral, cuota inicial de la paz, porque se insiste en responder con el ojo por ojo y el diente por diente, como política de Estado ?.
Claro que yo estoy del lado de quienes piensan que ha sido erróneo y absurdo que para cerrar brechas de inequidad, para que la justicia social sea eficaz, para que el Estado sea incluyente, para que atienda las súplicas del pueblo, se haya tenido que apelar al uso de los fusiles, de las ametralladoras, del secuestro y de la extorsión y se cubran de sangre campos y ciudades y creer que para eliminar la pobreza haya que eliminar gente. El signo de los tiempos es el del rechazo a la muerte como forma de lucha ideológica o de búsqueda de prepotencia latifundista o económica. Los grupos armados paramilitares que se han organizado para precaverse de despojos y expoliaciones, para reemplazar las autoridades encargadas de defender la propiedad privada en el Estado de Derecho, carecen de fundamento. A todos los bandos que esgrimen fútiles razones, para acabar con la vida de sus semejantes, hay que repudiarlos. Y aquellas que lo hacen en ejercicio de las obligaciones que les imponen la Constitución y las leyes, lo deben hacer dentro de las restricciones humanitarias de la guerra, sin falsos positivos y con el uso de la fuerza dentro de las justas proporciones. Es la Policía en puridad de verdad, la que debe proteger la vida y los bienes de los ciudadanos. El Ejército en el posconflicto, debe volver para lo que fue creado: para defendernos de los ataques de los agresores externos y para defender y e imponer la soberanía del pueblo en un Estado institucional, como garante de la supervivencia de nuestra inmadura Democracia.
Todo esto y mucho más lo hemos escrito en repetidas ocasiones, pero con un argumento que quizás lo podamos denominar como Humanitario y humanístico. Antes de pensar en ideologías, en imposiciones políticas que tienen que ver con el poder o el establecimiento de las teorías librescas de la equidad, la justicia social, la igualdad, muchas de ellas sobrepasadas por los aconteceres históricos, o repudiadas por la utilización de las personas como máquinas de producción que agigantan las brechas sociales, hay que pensar es en la protección de la vida humana. No es inteligente ni razonable que se lleve a los campos de la guerra a inocentes y desentendidos militantes de causas que hoy lo son y mañana desparecen como por encanto. De ahí que hemos aplaudido, y lo reiteramos, los esfuerzos de los gobernantes nuestros en lo últimos treinta años o más, para buscar fórmulas que terminen con la muerte entre compatriotas. Que en la existencia del conflicto han ascendido a la cifra de 250.000 y de unos siete millones de víctimas y de desplazados, según lo reconoció en Oslo el Presidente Santos.
Hemos estado de acuerdo con indultos y amnistías, con desmovilizaciones de paracos e impunidades, con treguas unilaterales, con las conversaciones de La Habana y con las mismas posibilidades de entendimiento con el ELN, con el implantamiento de una tregua bilateral con vigilancia de los países facilitadores y garantes, con cuanta fórmula haya, que sea realizable y pragmática, siempre y cuando que con ello se logre que se salve la vida de un solo colombiano. Lo que hoy reafirmamos ante los huracanes que pretenden arrojar por los aires la Mesa de La Habana; para la que va este mensaje que encontré al azar en un texto de mi biblioteca. “Las cosas hay que llamarlas por su nombre: matar a una persona por defender un ideal no es defender un ideal: es matar una persona». Mensaje poético si se quiere, para los políticos negociadores de La Habana. Y para los colombianos que aún creen en las ideologías y los principios inamovibles. Hay muchos, conmigo, que priorizan el derecho a LA VIDA.