La necesidad de un aeropuerto para Manizales sigue siendo apremiante y el no tenerlo, humillante
N.D. El escritor Hernando Salazar Patiño envió esta nota a nuestro colaborador Augusto León Restrepo a propósito de su artículo “Que se pellizque la clase dirigente de Caldas”.
Por: Hernando Salazar
Manizales, 15 de Junio_ RAM_ La “indolencia” de los manizaleños y de los caldenses que quedamos en Caldas, parte del Centenario de su capital, que fue su canto de cisne. Como historiador, como pensador, nunca creo que las cosas vengan de un momento a otro, como actos de voluntarismo de las sociedades, sino que se van incubando con actitudes, gestos, ausencias y exilios, falta o decadencia de medios de comunicación y larga agonía del espíritu cívico. En mi libro “Manizales bajo el volcán” es fácil deducir la parábola. Sobre él no dijeron ni mú.
Pero insisto, hasta que no les cuenten a las nuevas generaciones y nos recuerden a las viejas, qué o quiénes fueron los responsables, cómo y porqué se clausuró el aeropuerto de Santágueda, en el que no se presentó, que yo sepa, ni un solo accidente, como sí o casi, cuando se inauguró La Nubia, no nos podremos explicar con claridad, qué fue lo que pasó para que se presentaran tantos errores y obstáculos en el ponderado como grandioso proyecto de un visionario, que dio la idea, indicó el sitio y como que también hizo el trazado primigenio.
¿Lo tergiversaron? ¿Lo traicionaron? ¿Lo excluyeron? ¿Se marginó? ¿O simplemente los convenció, los ilusionó y adiós Morena? No puede ser. Porque con su nombre fue bautizado desde un principio, no un aeropuerto inaugurado, sino el imaginado. Primero tuvo nombre, y después… nada. En la sección de Hace 25 años de La Patria, esta misma semana, puede leerse que en ese entonces, se insistía en que la idea del aeropuerto en Palestina, “no se ha abandonado” Un cuarto de siglo después, hay quienes piden que se abandone y quienes que siga.
Simplista, localista o parroquial, y nada constructiva ni analítica, es la fácil lavada de manos de los que ven todo con la miope y apasionada mirada partidista, de endilgar la culpa a las personas que asumieron la dirección del proyecto en el comienzo, por el hecho de pertenecer a un grupo político o haber sido nombradas por a o b dirigentes, sin apuntar en qué consistieron las fallas, cuáles errores cometieron, cómo debieron corregirse desde el principio y cuánto y de qué manera contribuyeron como caldenses a tratar de evitarlos. ¿Únicos y exclusivos responsables y única causa? ¿Y el resto de manizaleños, hoy acusadores, qué hicieron? ¿Qué papel crítico y orientador cumplieron los medios para prevenir, rectificar o direccionar la idea? Porque la necesidad de un aeropuerto para Manizales sigue siendo apremiante y el no tenerlo, humillante, además de paralizarnos en todo. Sólo viviendo en estos años en la capital de Caldas, se puede dimensionar la magnitud del daño o de la carencia. Los que viven fuera de ella, pueden medirlos apenas de oídas o por inconvenientes coyunturales que hayan tenido, de vez en cuando.
El aeropuerto de Santágueda comenzó a funcionar primero que el de Matecaña. (También la laguna de Balsora servía para concursos de regatas. Fui testigo de ello, muy niño por los años del Centenario) Los pereiranos, con su ánimo emprendedor, tratando siempre de emular y no quedarse atrás de nada ni de nadie, también hicieron su aeropuerto poco después, a punta de empanadas y convites, como hicieron los manizaleños cívicos y generosos -especie extinguida- de aquellos años del 26 al 39, la Catedral.
Las declaraciones o quejas del capitán Pérez sobre los riesgos de aterrizar en Santágueda, influyeron para que se abandonara este sitio. Pero no creo que hayan sido tan definitivas. El hambre de tierras o más exacto, de valorizar tierras, de los codiciosos, fue la causa principal. Es cierto que un monte, que en este momento se me escapa el nombre, constituía un obstáculo para el funcionamiento a derechas, la ampliación o modernización del aeropuerto.
La verdad, cincuenta años después, es que pudo derribarse ese monte y veinte montes iguales más, una cordillera si se quiere, con el lucro cesante, los costos de ciudad quedada -era la quinta del país en esas fechas y en todas las geografías- y todos los millones que se han dilapidado. Y eso no hubiera excluído la construcción de La Nubia como aeropuerto alternativo. Y el sitio de Santágueda, de fincas de lujo, de construcciones recreativas, de esparcimiento social, aunque no en la totalidad de su extensión, podría haber sido lo que es hoy o mucho más turístico, dado el aeropuerto moderno, internacional, quizá el de pista más larga del país y entre los de mejor ubicación.
¿Dónde estaban los visionarios de entonces? ¿Los cívicos? ¿Los caldenses auténticos? ¿Qué aportaron los medios, intelectualmente brillantes, en esos años? ¿Qué advertencias hicieron o qué temores manifestaron? Sí, una cosa es llorar sobre la leche derramada y muy otra es la historia sociológica y psicológica de un pueblo que tuvo un surgimiento como el que tuvo, y está, ochenta años después, en esa disyuntiva. La historia no es la solución, sino la que nos aclara muchas cosas, la que nos revisa y hace que nos revisemos. La historia de la grandeza de Grecia y la del Imperio Romano todavía se escriben y son las que nos explican por qué somos parte de la cultura occidental.
Tenemos el privilegio de contar con un puñado de viejos manizaleños, todavía vivos, y maravillosos así sea por el solo hecho de serlo, y de estarlo, que pueden narrarnos lo que recuerdan, y muchos jóvenes investigadores que, sin sesgos ni intereses ocultos, tienen aquí un tema para desentrañarnos, conocernos mejor, y ayudarnos a no caer en los mismos o peores errores contra nosotros mismos, vale decir, contra la ciudad.
Que se pellizque la clase dirigente de Caldas (Columna de Augusto León Restrepo)