miércoles diciembre 18 de 2024

Recuerdos de Ovidio Rincón  en el centenario de su natalicio

 Jorge Emilio Sierra MontoyaPor: Jorge Emilio Sierra Montoya*

 Manizales, 26 de Julio_ RAM_ Sierra Sólo después, mucho después, supe que Ovidio Rincón había formado parte de ese grupo estelar de jóvenes intelectuales, periodistas y escritores, que en los años 40 y 50 del siglo pasado brillaron con luz propia en la vida cultural de Medellín y, desde allá, hacia el resto del país: Belisario Betancur, Jaime Sanín Echeverri, Otto Morales Benítez, Carlos Castro Saavedra…

Entonces no lo sabía, claro está. Cuando lo conocí personalmente, a comienzos de los 70, recién llegaba a Manizales para reemplazar en “La Patria”, como subdirector, nada menos que a Jorge Santander Arias, uno de los mejores ensayistas del país, quien falleció a temprana edad, víctima de un cáncer.

¡Y cómo iba a saberlo! En mi caso, apenas me acercaba a las dos primeras décadas de vida, mientras él ya tenía el pelo cano. Su apariencia era simple, más bien modesta, poco acorde –pensé- con su prestigio y alto rango.

En tono débil, pausado, se atrevió a sugerirme que no escribiera más sobre literatura o filosofía y aprovechara mi columna editorial para hablar sobre temas de actualidad, como la política y, sobre todo, la economía. Recibí con indiferencia y cierto desdén su comentario.

Pero, le seguí llevando mis artículos. Y lo fui conociendo. No atendía en la oficina principal, del Director, sino afuera, donde luego estaría el puesto de la secretaria; nunca paraba de teclear, a las carreras, en su máquina de escribir, y poco a poco me acostumbré a leer sus escritos, en especial su columna sin firma: “Rincón”, donde exhibía una bella prosa poética con olor a aldea, a cafetales, a nostalgia.

En Manizales estuvo poco tiempo, por desgracia. Viajó a Bogotá para vincularse a “La República”, pero mantuvimos contacto, como cuando viajé a entrevistarlo para mis “Historias contadas” con personalidades caldenses de talla nacional (Fernando Londoño Londoño, Jaramillo Meza, Arturo Zapata…) o cuando me envió algún ensayo -¡una verdadera diatriba contra el tango!- para la “Revista Dominical”, suplemento literario que estaba a mi cargo.

Presencié, además, el solemne acto en el Teatro de la Universidad de Caldas cuando recibió, con Adel López Gómez, el Doctorado Honoris Causa. Otto Morales fue el orador principal en aquella ocasión, algo emocionante incluso por la mención que hizo de mi nombre al citarme entre los escritores sobresalientes de la región. ¡No me cambiaba por nadie!

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Y cuando decidí trasladarme a Bogotá para seguir mis estudios universitarios, pasando de la Filosofía y la Literatura a la Ciencia Política, no tuve otro camino que recurrir a él para buscar puesto en “La República”, donde era mano derecha del dueño, Rodrigo Ospina Hernández, y amigo inseparable del subdirector, Héctor Ocampo Marín, célebre de tiempo atrás por sus brillantes notas de crítica literaria en el Magazín Dominical de “El Espectador”.

Me abrió las puertas de “El diario de los hombres de trabajo”, debo proclamarlo con orgullo. Allí entré como redactor político, pero dos años más tarde fungía como jefe de redacción, de donde luego di el salto a la subdirección y, por último, a la Dirección, periplo que se prolongó durante más de veinte años. En ese largo tiempo tuve la oportunidad de conocerlo mejor y atender, por fin, a sus consejos, recibidos como de un tierno abuelo.

Era sencillo, humilde, tímido en extremo; un cristiano a carta cabal, con los valores éticos en primer plano, y no paraba de teclear su vieja máquina de escribir, mirando con indiferencia los modernos equipos de los jóvenes periodistas mientras llenaba más y más “cuartillas” de papel sobre todo lo divino y lo humano, en especial sobre empresas, negocios y economía, haciendo gala de su memoria enciclopédica, de veras envidiable.

“Ovidio Rincón, pionero del periodismo económico”, dije en mi primer libro publicado: “Protagonistas de la Economía Colombiana”, donde narré una vez más su historia que sólo Dios sabrá cómo logré sacársela entre tinto y tinto en la pequeña cafetería al lado de “La República”, en pleno centro de Bogotá.

En sus últimos años, solía visitarme en la oficina para compartir, en confianza, hasta sus asuntos personales, familiares, con su esposa -a quien tanto quería-, sus parientes cercanos -“que tanto gastan, sin necesidad, como el resto de los colombianos”- y el hogar para ancianos adonde fue trasladado en Anapoima, un sitio de recogimiento, de tranquilidad y alegría en sus días postreros a pesar de las protestas iniciales que yo le escuché en silencio, siempre con respeto, cariño y admiración.

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La noticia sobre su muerte, en marzo de 1996, no la recibí con sorpresa (era de esperarse por su avanzada edad) pero sí con dolor, con profundo dolor en el alma, según dejé constancia en algún poema, dedicado a su memoria, y que ahora rescato en homenaje póstumo al gran escritor, periodista, maestro y amigo, Ovidio Rincón Peláez, de quien el pasado 24 de julio celebramos el centenario de su natalicio.

Un domingo, pocos días después de su fallecimiento, estos versos aparecieron en “La República”, sin firma. Sólo personas cercanas, como Ocampo Marín, conocieron el nombre del autor, quien no necesitaba siquiera identificarse por ser Director del periódico.

Y es que para mí el maestro Ovidio fue ante todo un poeta. Lo era de hecho, según consta en su citada columna “Rincón” y en su único libro de versos: “El metal de la noche”, tema también vedado en sus charlas amables, cordiales, con tono menor.  De ahí la despedida que le hice, con palabras nada más, enviadas al Cielo.

Adiós a un poeta

(En memoria de Ovidio Rincón)

Esa lejana muerte que cantabas

en rítmicos poemas;

a la que tú invitabas en las noches

para dar compañía;

esa que adivinabas cada día

al caer de la tarde,

por fin te ha visitado.

Debes estarla viendo cara a cara,

con los ojos cerrados;

el terror de encontrarla en la agonía

te dejó el rostro pálido,

y conservas el cuerpo frío y rígido,

sin la pluma en las manos.

 

Pero toda la belleza del mundo

repite tus mensajes:

los pájaros derraman su alegría

en medio de los árboles;

la leve lluvia cae, gota a gota,

entre la luz del sol que la acaricia

con sus limpios rayos,

mientras los enamorados se besan

todavía en los parques.

 

Es la misma belleza que soñabas

con la mirada ausente,

los pies cansados de tantos caminos

que borraron tus huellas,

la voz del trovador entre los campos

donde habrás de ser polvo,

polvo que se levanta hacia los cielos

y llega a las estrellas.

 

El poeta aún vive en el recuerdo

de sus tristes poemas

y en la tenue luz que viene de lo alto

con las voces del viento que es el eco

de sus antiguas rimas.

 

Deja que el más allá te dé el silencio

y la paz que buscabas.

Director de la Revista “Desarrollo Indoamericano”

[email protected]

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