miércoles diciembre 18 de 2024

A Cali, nada ni nadie le quita lo bailado

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El frenesí de la salsa que ofrece con su rotundo espectáculo la carpa Delirio. Foto: La Pluma & La Herida 

Por: Ricardo Rondón Ch.

 La suave y cálida brisa del Bulevar del Río, en pleno corazón de Cali, es la mensajera del aroma dulce y frugal de almendros, palmeras, chiminangos, y otros arbustos exóticos del Pacífico, calle de honor al visitante en este tramo simbólico de la Sultana del Valle, que ofrece una postal romántica de la vieja Europa: los arcos centenaristas del Puente Ortiz, versión caleña del parisino puente sobre el río Sena, y al fondo, la majestad marmórea de la Iglesia de la Ermita, con sus imponentes agujas góticas que semejan, en guardadas proporciones, las de la Catedral de Colonia, o las de la Iglesia Luterana de Ulm, en Alemania.

El Bulevar del Río –que conecta con la Avenida Colombia- es un territorio de gatos, pero no de felinos hampescos y esmirriados como los que azuzan al turista en inmediaciones del Coliseo, en Roma, sino los memoriosos Gatos del Río, que derivan del icónico minino del maestro Hernando Tejada, alegóricos en su ribera tutelar, de vivos colores, genio e inspiración de consagrados artistas como Omar Rayo, Pedro Alcántara, Nadin Ospina, Ángela Villegas, Maríapaz Jaramillo, Alejandro Valencia, Mario Gordillo y Carlos Jacanamijoy, entre otros, cada uno con una reseña lúdica y reveladora.

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El histórico Puente Ortiz, amo tutelar del Río Cali. Al fondo las agujas góticas de la Iglesia de La Ermita. Foto: La Pluma & La Herida

Este apacible sector de la capital valluna resume una extraordinaria historia, un hálito permanente de arte, bohemia y cultura. A lado y lado, jóvenes entusiastas se trenzan en tertulias de autores y libros, de la novedad narrativa del momento, de los debates y las críticas de ‘Viva la música’, la película de Carlos Moreno, basada en la novela homónima del caleño más mentado y recordado en estos lares, incisivo notario del cine y la salsa en el Caliwood de los años 70: el frágil y trágico Baudelaire tropical, Andrés Caicedo, de quien se percibe su espíritu y su huella.

Un émulo de Charlie Parker de Siloé entona en un saxo desgastado por el oficio y la herrumbre una versión personal de Summertime, ojo avizor al sombrero de utilería donde los idólatras del jazz y las señoras de buen corazón, que apuran el paso a la misa de seis de la tarde en La Ermita, depositan billetes y monedas.

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El Bulevar del Río, pasaje abierto al arte, la imaginación y la tertulia. Foto: la Pluma & La Herida

Los acordes de Summertime se confunden con los del Sonido Bestial del piano brujo de Richie Ray que despacha La Matraca, uno de los tantos barcitos de rumba entronizados del Bulevar, y que incita de inmediato a enchufar los sentidos y el alma con el eterno hábito de esta urbe sensual: el baile, hoy por hoy, en todos sus ritmos, fusiones y expresiones.

Porque Cali vive al ritmo de su pasito melao, que ha sido por décadas el sinuoso contoneo de caderas de sus espléndidas mujeres de sonrisa abierta, pero también de ese tumbao que tienen los guapos al caminar… que mientras caminan pasan la vista de esquina a esquina, evocando al maestro Rubén Blades para subrayar a aquellos camajanes de camisas floreadas, pantalón blanco, zapatos bicolor y sombrero de ala ancha que se perfilan como damas ante el espejo antes de abrirle la puerta a una sandunga.

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Los Gatos del Río, cada uno con su propia rúbrica y una fábula entre líneas. Foto: La Pluma & La Herida

Bailar es el verbo que se conjuga en los cuatro puntos cardinales de la Sultana del Valle, desde la exclusiva y encopetada Ciudad Jardín, pasando por San Fernando,  Granada y San Antonio, hasta lo más popular y candente de sus parcelas, el Barrio Obrero, Terrón Colorado, las barriadas novelescas del Distrito de Agua Blanca, la Comuna 16, o ese enorme pesebre llamado Siloé, que por estas fechas prenavideñas se alista a acicalar sus fachadas y a encender sus bombillos intermitentes de mil colores.

Caleño que no salga al baile está en cuidados intensivos, porque allí se baila hasta para despedir al muerto, que por antonomasia de sus ancestros, pances y calimas, no es un luto sino una celebración. Ver para creer los funerales que le hicieron a Edulfamid Pimienta Díaz -el hombre que ante ese nombre de antiparasitario decidió llamarse para honra y memoria de la salsa ‘Piper’ Pimienta- en junio de 1998, luego que un sicario lo atacara a tiros en el antejardín de su vivienda, en el barrio La Rivera.

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A manteles, esta preciosa reina del Pacífico ofrece lo más representativo de la gastronomía valluna y de sus exóticas bebidas. Foto: La Pluma & La Herida

Al espigado cantante que inmortalizó en su voz a las caleñas como las flores más admiradas y apetecidas del orbe, y dejó sentado con su firma que Cali es Cali y lo demás es loma, lo lloraron y bailaron por igual en el cementerio, a sorbos de ron para zanjar las cicatrices imborrables de la tragedia, pero con la absoluta convicción de que se nace para morir, y que si te tocó el turno en Cali, nada ni nadie te quita lo bailado.

Por eso nos trasladamos de ‘La nevera’ a la Sultana, atendiendo con beneplácito y gratitud el pasaporte de la 2° Bienal Internacional de Danza de Cali y Cotelvalle, para ver bailar, para intentar acompasarnos con su frenético ritmo, conocer de primera mano, no sólo cómo se baila salsa en Cali, sino la asombrosa multiplicidad de géneros y tendencias que en salas y espacios abiertos confluye el vigor y el talento de veintiséis compañías nacionales, doce internacionales de tres continentes, para un total de más de ochocientos bailarines.

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El Teatro Municipal ‘Jorge Isaacs’, patrimonio cultural y arquitectónico de Cali. Foto: La Pluma & La Herida

El resultado, un peregrinar alucinante por el atlas del cuerpo y su alfabeto propio, desde que arribamos a las tarimas del Bulevar del Río, con escala en el Teatro ‘Jorge Isaacs’, la sede de Proartes, el Centro de Eventos Valle del Pacífico, la Carpa Delirio, y en idas y vueltas, a lo largo y ancho de plazoletas y alamedas, donde los bailarines de hip hop, con su potencia centrífuga, nos ponen al tanto que una anatomía debidamente cuidada y entrenada, puede romper los límites de gravedad, masa y equilibrio.

Contemplar por ejemplo la virtud del grupo Raíces Folclóricas de Colombia, ejecutando con sus vistosos trajes ‘Mi Buenaventura’, de Petronio Álvarez, es apropiarse con orgullo del invaluable legado de la cultura tradicional del Pacífico, de esa música latente que rebota entre el diástole y el sístole, y de un ballet ancestral que ha sido retomado de generación en generación.

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El Parque de los Poetas, en pleno corazón de Cali. Al fondo, el edificio de la Compañía Colombiana de Tabaco. Foto: La Pluma & La Herida

O pegar un salto abrupto de lo legítimo, rico y variado folclore de esa región del país, para asomarse a lo más representativo de la danza urbana, con la electrizante puesta en escena de The Black Windows. Y, de ahí, dejarse seducir por el duende de la melodía de arrabal con los integrantes de la revista Tango Vivo, que estimables frutos ha arrojado en festivales internacionales, incluido el Mundial de Tango, en Bueno Aires.

No sales del arrobo que contagia la vibra milonguera, cuando te encandilan las luces fosforescentes que emanan de los trajes de la Compañía Swing Latino, también proveedores, de hace diez años, de campeones mundiales de salsa. Seguir el meneo vertiginoso de sus cuerpos al ritmo de una salsa acelerada en la consola, divide opiniones. “¿Es baile? o ¿es acrobacia?”, oye uno murmurar entre ortodoxos que peinan canas, aquellos que aún no han salido del embrujo del gran Watusi y de Amparo Arrebato en los ya desaparecidos bailaderos de Juanchito.

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Doña María del Pilar Durán Noreña, una mujer con mucha tela que cortar: modista de planta de Carpa Delirio. Foto: La Pluma & La Herida

Lo cierto es que para espectáculos macro como este que se vive en Cali, hay que proveerse de varias botellas de bebida energizante, y de un par de tarjetas con sobrada capacidad digital, toda vez que el buen observador no da abasto a capturar en su cámara las mil y una postales que surte por doquier la Bienal Internacional de Danza.

Lo pudimos comprobar en el acto inaugural, con las casi tres horas del Elenco Nacional de Folclore del Perú y su espectáculo Retablo, que desplegó sobre el escenario la historia de la danza en el hermano país, en todas sus vertientes y territorios, desde la Amazonía, hasta el altiplano, y de ahí a la sierra y el litoral, con su atractivo y variado vestuario –que seguramente ha sido varias veces motivo de exposición-, con sus fabulosas máscaras de carnaval, como las de los toritos, y un vibrante concierto de cajones que seguirá repicando en la memoria sonora de nuestros días.

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El deslumbrante espectáculo del Elenco Nacional de Folclore de Perú, con su revista Retablo. Foto: La Pluma & La Herida

Arte, belleza, desdoblamiento del cuerpo, poética de sus formas, levitación, fue lo que planteó la compañía francesa de Wang Ramírez y su montaje Bordeline: una fusión de hip hop con ballet y artes marciales, que proyecta en el escenario, con sutil manejo de luces, una visión cósmica de la coreografía, en espacios alternos y diálogos interrelacionados con el cuerpo y el espíritu. Bordeline es imperdible por el trabajo de grupo, la sincronización del mismo y la dirección escénica.

La noche pinta joven y un lucero agorero en la bóveda de Cristo Rey nos pone al tanto de buenas nuevas. Lizeth Acosta, coordinadora de medios en este tránsito por la bella Cali, confirma que tenemos acceso a la carpa Delirio, el circo de herencias, salsa, orquesta, magia acrobática y aérea, que hace parte del Centro de Eventos Valle del Pacífico.

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Postal cinematográfica de Sandra Marcela Segura, maquilladora y bailarina de Delirio. Foto: La Pluma & La Herida

Ir a Cali y no asistir a Delirio es quedarse a mitad de programa, cuando de oídas y vídeos promocionales, y el río de tinta que ha destilado este renombrado espectáculo, ratifica que está a la altura de los mejores del mundo. De hecho ya es un patrimonio cultural de los caleños.

Andrea Buenaventura Borrero (de la dinastía artística de los Buenaventura, con su máximo exponente, el maestro Enrique Buenaventura, alma y nervio del Teatro Experimental de Cali)  es la directora y hacedora de este colectivo que, además de su monumental trabajo escénico en tarima, genera empleo en diferentes aéreas: modelaje, modistería, maquillaje, logística, tramoya, utilería, promoción y publicidad, bebidas y gastronomía, etc.

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La iglesia casamentera de San Antonio de Padua, en el barrio bohemio que lleva su nombre. Foto: La Pluma & La Herida

La carpa estaba al tope en la noche que asistimos, ya que el doble programa, ‘Vaivén, sueños de vapor’ (reminiscencias de los 100 años de la llegada del ferrocarril a Cali), y ‘Nadie es igual’ (tributo a Michael Jackson), hacía parte de las actividades programadas para la apertura de la 2° Bienal Internacional de Danza. De modo que no podíamos estar mejor gratificados.

Delirio te pone efervescentes los sentidos, los fisiológicos y los metafísicos, y durante las tres horas y media que abarca los dos montajes, hay que tener abiertos por igual cuatro diafragmas: el del ánima, la psíquis, la imaginación y la cámara fotográfica.

El color, la rotundidad de sus personajes, entre ellos niños y adolescentes, el copioso ritmo con el que avanzan sus narraciones, que no es el mismo de su romántica locomotora que ilustra al espectador la memorabilia de vívidas postales y estaciones a la antigua; los infantes de boina y calzonarias de telegrafista; la tanda de boleros expeditos al amacice con ojos entreabiertos, y el frenesí de la salsa, todo esto mientras desde la cúspide de la carpa siluetas corporales, como figuras chinescas, revelan riesgosos números de contorsión y acrobacia, entre cuerdas, telas y trapecios.

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El milagroso Cristo de la Caña, depositario de la fe y la oración en la Sultana del Valle. Foto: La Pluma & La Herida

La de Delirio es una lujuria visual que hay que catalizar con unos mesurados cuba libres para que la adrenalina, la dopamina y la serotonina no desemboquen en el afluente nefasto de las taquicardias.

Hace tiempo que no tenía noticias del actor Alejandro Buenaventura (hermano de Enrique Buenaventura), hasta esa noche que lo vi asumiendo el rol de maestro de ceremonias, e inmediatamente su figura robusta y bonachona, su traje de colorines y su sombrerito de juglar de comedia renacentista, me remontaron al cinemascope irreverente del neorrealismo italiano en esa joya que es 8 y ½ de Federico Fellini. Incluso, entre los espectadores, había extras patéticos como en la película original.

En el intermedio de ‘Vaivén, sueños de vapor’, salimos a tomar aire fresco y a estirar las piernas. Quince minutos para merodear por pasillos y recovecos exteriores, y aprovechar el baño, donde de entrada te dan la bienvenida en gran formato, Daniel Santos y Bebo Valdés.

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Los bailarines del colectivo Swing Latino, en plena acción. Foto: La Pluma & La Herida

Reconfortados de la vejiga retomamos en averiguaciones, y antes de que sonaran los tres avisos para la continuación del programa, la sorprendente puesta en escena de ‘Nadie es igual’, nos encontramos con un personaje en el que podríamos invertir otros tres mil caracteres: María del Pilar Durán Noreña.

La dama en cuestión, una mujer con mucha tela que cortar, es la modista de planta de la compañía. Lleva más de veinte años pedaleando en su Singer  -seis con Delirio-, lo que equivaldría a varias vueltas a Colombia. El arraigado oficio de la costura es herencia de su señora madre, doña Luz Mery Noreña, que aún vive, y que en su época dorada, que también fue la de la salsa en Cali, diseñó, cortó y cosió bajo patrones y figurines los exuberantes vestidos de Amparo Arrebato, el Hombre del Arete, El Tosco y Alicia, y el gran Watusi, entre otros célebres bailarines del eufórico ritmo.

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La diversidad de la cultura dancística de la 2° Bienal Internacional de Danza de Cali, en el escenario de Proartes. Foto: La Pluma & La Herida

Contiguo al puesto de Durán Noreña, la mirada coqueta de Sara Marcela Segura, maquilladora y bailarina de Delirio, nos obliga a obturar impacientes. La instantánea nos revela una tarjeta a la antigua, que si la tornamos en sepia, nos devuelve en volandas a la Cuba de mediados del siglo pasado, a los albores de las legendarias vocalistas de la Sonora Matancera, con su intérprete insigne –que volvió a ponerse de moda con la serie televisiva-: Úrsula Hilaria Celia de la Caridad de la Santísima Trinidad Cruz Alfonso, la siempre ponderada Celia Cruz, la Guarachera de Cuba.

Tres de la madrugada del domingo con efluvios tibios de ceibas y samanes de Palmira, ve. Tiempo justo para retornar al hotel, dormir un par de horas y aprovechar el precioso tiempo en Cali, que se va raudo como las monedas en los traganíqueles de los casinos.

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De admirar la vitalidad y energía de doña Amparo Siniesterra de Carvajal, alma y nervio de la Bienal Internacional de Danza. Foto: La Pluma & La Herida

5:30 am., con el rosicler de la aurora es inexcusable la visita a La Ermita, derecho por la Avenida Colombia, que da paso al Bulevar del Río. Otra vez los Gatos de la ribera que despiertan el interés de los extranjeros. El emblemático Puente Ortiz, construido en su fase inicial por Fray Ignacio Ortiz entre 1842 y 1845, que en su evolución a la fecha ha experimentado grandes transformaciones, la más actual, de 2011, el desmonte de los aproches que conformaban el costado sur, para hacer posible el hundimiento de la Avenida Colombia.

En el umbral de La Ermita del Río me acogen pulsaciones de solemnidad y arrepentimiento. De ella sólo tenía referencias por las Lecciones de Historia y Geografía, editorial Bedout, en la primaria, y en la edad adulta, por vídeos y folletos de promociones turísticas.

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Carlos Molina, el papá de los coleccionistas de salsa en Cali, director-propietario de la Casa del Melómano, con más de 6.000 acetatos. Foto: La Pluma & La Herida

Instalado frente a la imagen del Cristo de la Caña, la única pieza que, valga el pleonasmo, sobrevivió milagrosamente al terremoto de 1787, y al que se le atribuyen prodigios y bondades de diversa índole, repito tres veces la oración en su gracia. Hay potencias energéticas que nos marcan de por vida. La Ermita es una de ellas.

En busca de un café mañanero, en la intersección de La Ermita, la torre financiera que lleva su nombre, el imponente Teatro ‘Jorge Isaacs’, y esa joya arquitectónica de estilo republicano que es el viejo edificio de la Compañía Colombiana de Tabaco, hoy dispuesto para oficinas gubernamentales, quedo embebido con los bronces ilustres del Parque de Los Poetas.

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El espectáculo de calle de la 2° Bienal Internacional de Danza, en el Bulevar del Río. Foto: La Pluma & La Herida

Allí, bajo la sombra de los almendros, pervive incólume la memoria de letrados y poetas como el autor de María, los vates Carlos Villafañe, Ricardo Nieto y Antonio Llanos, gracias al interés cultural y  la virtud del escultor vallecaucano José Antonio Moreno Montalvo, el fundidor Leonardo Castro Cabrera, y las asistentes Diana Figueroa Acevedo y María del Pilar Ceballos Puglisi, inscritos en placa conmemorativa de Santiago de Cali 1994-1995.

No se puede uno desprender de ese nicho de inspiración y lírica, sin antes tomar nota del poema Cali en mi corazón, de Eduardo Carranza, y que en uno de sus apartes, dice:

(…) Cali, desde entonces/ me perfuma el recuerdo/, la poesía, la sangre/, el tiempo y el verano/, y un nombre y otro nombre/ como un jazmín continuo/ mi rostro perfumaba/ y mis sueños…/ y ya era Cali un sueño/ atravesado por un río.

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Amparo Sinisterra de Carvajal, Andrés Vélez y Luz Marina Zuluaga, disfrutaron a granel en la carpa Delirio. Foto: La Pluma & La Herida

Salgo de ese albur poético por el llamado de la curvilínea y adorada Diana Sardi, coordinadora de promoción y mercadeo de Cotelco Valle del Cauca, quien me ilustra sobre la agenda del día, y la hora en que nos recoge en el hotel el bus destinado a los periodistas para emprender un nuevo recorrido.

Uno de los privilegios con el que cuenta dicho expreso adscrito a la firma Colombia Pacific Travel es la guía turística en la sapiencia y el carisma de Diana Liseth Rosas, que con su voz radiofónica, sus justas pausas y su cautivadora sonrisa, le roba de entrada el corazón al más frío y escéptico de los mortales.

Con Diana nos enteramos de la magia de Cali, de sus atractivos y coordenadas, de norte a sur, de oriente a occidente, del estadio olímpico Pascual Guerrero, punto equidistante de la Sultana, de la antigua y moderna urbe, de su gastronomía y sus bebidas típicas, de sus mitos y diretes, del alma hospitalaria de sus habitantes, y del espíritu enamorable de sus mujeres, como ella, empezando por el baile. Si tienes la fortuna de cogerle el paso a una caleña, ten por seguro que, en asuntos de conquista, ya tienes asegurado un 1-0.

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El color y la magia del Pacífico representados en esta exótica bailarina de la compañía Swing Latino. Foto: La Pluma & La Herida

Y como el baile era el motivo fundamental de esta cita, nada mejor que anclar en la sede de Proartes, la casona destinada por antonomasia a las Bellas Artes, que por años regenta la gran matrona de la cultura, la sensibilidad y el pensamiento, no sólo en Cali sino en Colombia entera: doña Amparo Sinisterra de Carvajal.

A esta noble e infatigable dama se debe el engrandecimiento de las artes en todas sus expresiones, en Cali y sus alrededores. Como también la realización de un sueño que ella y su equipo, con el respaldo del Ministerio de Cultura, la industria, la banca y la empresa privada, abrigaba de tiempo atrás: la consolidación de la Bienal Internacional de Danza, como un evento de interés mundial, tal y como lo sustenta su segunda versión.

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La capilla de Virgen de Los Dolores de La Ermita, en el templo que lleva su nombre. Foto: La Pluma & La Herida

Uno no se explica cómo a la orilla de sus años, cuando otras señoras de su edad ya están guardadas en costureros, zurciendo medias o pegando botones, doña Amparo, con una vitalidad asombrosa, atiende las peticiones de los reporteros, convoca a su comité a una reunión de última hora, cumple puntual al desayuno con embajadores y delegaciones de países invitados, y saca tiempo y se recarga de energía para seguir los pasos de una clase de salsa con un joven instructor del colectivo Swing Latino, el mismo que a través del baile, como disciplina y terapia, ha rescatado a un sinnúmero de jóvenes que sus familias daban por perdidos sin remedio en el fango del vicio y el delito.

Justo al frente de la puerta de ingreso a Proartes, hace su aparición Paola Andrea Yate, una jovencita de 20 años, esposa y madre, habitante del Terrón, que empuja un carrito provisto de corneta -desde las ocho de la mañana a las cinco de la tarde- que anuncia, según ella, el mejor jugo de borojó que se pueda encontrar en la Sultana, con una poderosa receta a la vista garantizada para la virilidad: Kola granulada tarrito rojo, miel de abejas, propoleo, esencias de maní, almendra y canela, y un tónico del que no tenía ni la menor idea, el ‘meromacho’, que la surtidora de placeres indómitos refiere como un secreto celosamente guardado.

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El bronce de Jorge Isaacas, autor de ‘María’, inspirador del monumental teatro construido en su memoria. Foto: La Pluma & La Herida

Paola Andrea queda extasiada con la ejecución dancística, una mezcla de tango y salsa, que a esa hora, doce del día, presenta la compañía Tango Vivo. Dice que desde niña le hizo ilusión la danza, pero como su familia es de escasos recursos, las zapatillas de cintas y el tu-tu de Cascanueces quedaron archivados en los escaparates de la frustración.

Le digo que no es tarde para aprender, que está muy joven, y que ahora hay un abanico de posibilidades, sin costo alguno, para inscribirse en cualquiera de las escuelas de baile que abundan a lo largo y ancho de Cali, en sus remotas comunas. Dejo de insistir cuando la vendedora de borojó recalca que la dureza de la vida la hizo señora prematura, y que su máxima responsabilidad es una criatura de año y medio, por quien trabaja de sol a sol.

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Las enormes casas de balcones y tejas de barro del barrio San Antonio. Foto: La Pluma & La Herida

De Proartes nos embarcamos en otro tour por la ciudad. Diana Liseth pide al conductor del bus que disminuya la velocidad para ilustrarnos que estamos atravesando la Plazoleta-Museo de Jairo Varela. El hombre al timón refuerza el discurso de la guía turística sobre el legendario fundador, director, productor y arreglista chocoano, alma y nervio del Grupo Niche, con su partitura bandera, ‘Cali ají’, del álbum ‘Cielo de tambores’, de 1990:

Si por la quinta vas pasando/, es mi Cali bella/ que estás atravesando…

No me diga más, caballero. Coincido con mi compañero de puesto, Carlos Castro Arias, de Caracol Radio, que el disco y el ambientazo que se vive al interior del automotor, amerita unas espumosas bien frías. Diana Liseth sugiere que más adelante, una vez cumplido el itinerario de la Manzana de los Franciscanos, de la Torre Mudéjar y de la bella iglesia erigida en nombre del santo de Asís, donde un cura extrovertido saluda a todos los feligreses de mano y otro santigua pecadores y despacha penitencias desde un módulo transparente que más parece una cabina telefónica.

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Cristo Rey, amo tutelar de la Sultana del Valle y obligado motivo de peregrinación. Foto: La Pluma & La Herida

Camino a San Antonio, el barrio bohemio de Cali, nos proveemos de cervezas en el Bar Tabú (inmediaciones de la Plaza de Caycedo) que, como su nombre lo indica, es tiquete abierto a las altanerías de la carne. Una chica de escasas vestiduras, dotada de un busto prominente, nos entera de su disponibilidad para atendernos. Le explicamos que cumplimos a una excursión, y que no podemos demorarnos.

San Antonio es la versión caleña del barrio La Candelaria de Bogotá: sus casas coloniales de tejas de barro, la mayoría con buhardillas y mansardas, de amplios balcones decorados con jazmines, hortensias y geranios. Arriba, la Iglesia de San Antonio de Padua, de estilo mudéjar y barroco, que la mayoría de novias caleñas eligen por estímulo providencial, por su pátina romántica, pero también como buen presagio para el amor feliz y duradero, siempre y cuando la casadera haya hecho concesiones previas con el santo boca abajo y la oración que se le endilga:

San Antonio, dame un novio/, San Gabriel, que me sea fiel/, San Alejo, que no sea pendejo/ San Benito, que sea bonito/, San Pacho, que sea macho/, San Vicente, que sea decente/, San Cipriano…, etc., etc.

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La locomotora de ‘Vaivén, sueños de vapor’, homenaje a los 100 años de la llegada del ferrocarril a Cali, de la compañía Delirio. Foto: la Pluma & La Herida

Aledaño a la iglesia de los casamenteros se encuentra la gruta de los cuenteros, que en fines de semanas y puentes festivos es una cita obligada con la oralidad y la cultura popular. Detrás del templo, el cementerio de Las Clarisas, predio de constante devoción y peregrinación de los creyentes caleños.

Salimos de San Antonio, no sin antes entrometernos en la Escuela de Salsa Arrebato, que a esta hora del medio día dicta una clase de boogaloo a un grupo de turistas holandeses alucinados por el fragoroso ritmo.

El músculo pide pista y todos quedamos a merced de las baldosas, enganchados con el Panama’s Boogaloo de Charlie Palmieri, como también queda enganchada la colega Deysa Rayo con un rubio cabecipelado de la patria de Rembrandt, asombrosamente parecido al pornostar español Nacho Vidal, con quien intenta, por señas y musarañas, darle a entender que está soltera y sin compromiso.

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Panorámica de Cali, en la vía que conduce al santuario de Cristo Rey. Foto: La Pluma & La Herida

Salsa dura, salsa golpe, salsa sinfónica, el ritmo frenético que identifica a Cali, que ha dado innumerables bailadores y campeones en competencias internacionales, y mares de tinta en ensayos, ponencias, cuentos y novelas, como ‘Viva la Música’, de Andrés Caicedo que, por obvias razones, he decidido retomar, después de varios años, durante mi estadía en Cali.

De ahí que no podía irme sin visitar el renombrado Museo de la Salsa o La Casa del Melómano, como se conoce a este templo de la melodía vernácula, ubicado en la calle 11B#24-44 del Barrio Obrero, a siete minutos del centro, en automóvil.

Allí te abre las puertas Carlos Molina, el papá de los coleccionistas de esta región del Pacífico. De sus sesenta y cinco años de vida, ha invertido cuarenta y seis en el cuidadoso y atento archivo de la música afroantillana, de la salsa y el bolero, particularmente Daniel Santos, y de una colección que sobrepasa los seis mil acetatos, además de instrumentos, libros, souvenirs, corbatas, muñecos, posters, llaveros, gorras y sombreros, y más de tres mil fotografías de autores, cantantes, músicos, orquestas, luminarias de la salsa, que cubren las paredes de las tres plantas de su vivienda, incluidos baños y cocina.

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‘Engállame la gata’, de Ana María Millán, el gato más fotografiado por los turistas del Bulevar del Río. Foto: La Pluma & La Herida

Curiosamente, en Cali, sobre todo en la tradicional avenida 6°, han venido despareciendo los barcitos que otrora cultivaban la esencia de la salsa en sus mejores épocas. Los hay crossover, pero eso no es lo que busca el salsero de ley. Por eso recomiendo El Museo de la Salsa de Carlos Molina, que además de su envidiable acopio de música, ostenta cuarenta y cinco mesas en forma de acetato, para atender con todos los hierros a su distinguida clientela. Y, si cualquier noche estás de buenas, tomar un curso intensivo de baile de salsa con Carlos Paz, el ‘Resorte colombiano’, instructor y campeón fuera de concurso en esta modalidad.

Cali conserva su belleza y sensualidad, y podría estar mejor si los políticos de turno no escamotean para lucro propio lo que corresponde al erario. Ulises Bonilla, taxista de toda la vida, tiene esperanzas en el alcalde electo, el empresario Maurice Armitage. “Ese man tiene toda la plata del mundo. No necesita robarle un peso al pueblo”, sostiene Bonilla, y como el taxista, la mayoría afinca ilusiones en aras de una Cali renovada, más segura, vivible, limpia y moderna, y lo más importante, con mejor calidad de vida, generación de empleo y erradicación del delito, el vicio y la pobreza. ¡Manos a la obra, señor Armitage!

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Decorado con sombreros vueltiaos y maleta viajera en el lobby del Hotel Movich, donde sirven el más suculento sancocho valluno. Foto: La Pluma & La Herida

Quedan escasas horas para retornar a Bogotá, que aprovecho para tomar otras fotos en la plaza central que rinde homenaje a la memoria del héroe militar Joaquín de Caycedo y Cuero y a sus soldados, promotores de la Independencia Colombiana, fusilados en San Juan de Pasto, el 26 de enero de 1813.

En ese ejercicio se reportería gráfica me llama la atención una negra robusta de labios reventones que yace recostada en una de las bancas de cemento, y que con una sonrisa perlada, pregunta:

-¿Ya le hiciste fotos a la Venus de Milo?

-¡¿La Venus de Milo?! No, ¿en dónde está?-, interpelo.

-Muy cerca, si quieres yo te llevo. La entrada vale treinta mil pesos.

Mi malicia indígena pone a prueba el caucho templado del cabreo. ¡Hummm!, esto no es cuestión de pandebono, pienso.  Le digo a la negra que no, que gracias, que tengo el tiempo justo para llegar al Hotel Movich, en el exclusivo barrio Granada, donde me espera el más exquisito sancocho valluno del que tenga memoria mi paladar.

Igual, me queda la duda de la Venus de Milo, y para cerciorarme le narro la experiencia que acabo de vivir con la negra al consorte del hotel:

-¡Compadre-, exclama con una sonrisa de oreja a oreja. La mulata te quería llevar a un motel. Esa Venus está instalada al frente del ‘Kiss me’, el desnucadero que más frecuentan las parejas en el centro caleño.

Cali, caliente, caleidoscópica, de ti me llevo los más entrañables y bizarros recuerdos.

Visite la web de la 2° Bienal Internacional de Danza de Cali:

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