A VUELAPLUMA
Por Augusto León Restrepo
La sensibilidad de la gente cuando las muertes inútiles ( ¿ habrá muertes útiles ? ) se presentan en los escenarios del mundo contemporáneo, es desgarradora. La fotografía del niño ahogado, sí, el mismo de nombre Aylan Kurdi, sirio de nacionalidad, que encontró su trágico destino final cuando con su familia quería entrar a Europa por Grecia y de quien ya casi nadie se acuerda, conmovió hasta a los mas duros y estoicos. Por tratarse de un niño y por el patetismo que logró captar la lente fotográfica, el hecho se volvió viral, como se dice ahora. Hace treinta años la muerte lenta de Omaira Sánchez, a causa del deshielo del volcán Arenas , en Colombia, en la ciudad de Armero, hubiera sido super viral, si los medios electrónicos ya se hubieran puesto en boga. Las fotografías de su prolongada agonía colapsarían las redes sociales. Y centenares de casos, en los que las víctimas son niños, nos dejan perplejos y condolidos hasta las entrañas. No sabemos cuantas muertes de adultos, en las mismas o en peores circunstancias han sucedido en el mundo. Pero se nos aguan los ojos, si los niños son los actores. Su indefensión, sus miradas atónitas ante las agresiones, nos acompañan en días y noches interminables.
Ahora mismo acabo de ver un par de grabaciones efectuadas en Siria después del bombardeo francés retaliatorio por los absurdos ataques terroristas de París. Con ojos desorbitados y ya secos de llorar, un niño mostraba a los camarógrafos las ruinas debajo de las cuales se encontraba toda su familia: sus padres, sus abuelos, sus hermanos, sus tíos. Sin entender lo que sucedía, con inocencia y con elementalidad solo alcanzaba a preguntar: ¿ pero por qué, por qué ? . Y yo me sentí compelido, primero a abrazarlo en la distancia, con fuerza, estrechamente, y segundo, obligado a responderle. Y solo se me ocurrió acudir al trascendental simplismo, que no tiene, pero que si tiene explicación : por que desde que la humanidad existe , el hombre se inventó las mas disímiles razones para acabar con la vida de sus congéneres: por todo, por nada o porqué sí. Pero para no ser tan gaseoso y aterrizar, la respuesta podría ser: por el petróleo, por el oro, por los diamantes, por el poder, por la economía, por el mercado, por la religión, por la política, por la democracia, por las ideologías, por las reivindicaciones sociales, por el narcotráfico y hasta por unas banderas futbolísticas. Cada uno podría hacer su propia lista, para terminar incluso en el crimen gratuito, en el matar por matar, en el crimen inmotivado, como demostración de que el superhombre existe. Pero para un niño estas respuestas serían incomprensibles. Y para muchísimos de nosotros.
La información permanente y al minuto sobre los hechos sangrientos que nos azotan, hace que vivamos en una constante zozobra y en un continuo estremecimiento. Todas estas muertes, las ocasionadas por los terroristas cobardes y facilistas , y las vengativas, con sus víctimas indiscriminadas, en fatídicos bombardeos, claman al cielo. Las armas , que jamás sabemos de donde salen, ni quienes las fabrican, ni quienes las trafican – mercaderes de la muerte – vuelven a hacer de las suyas en esta confusión histórica. Por estos días días leemos y escuchamos hasta la saturación sobre los chiitas y los sunitas, sobre Irak, Siria, Afganistán, Francia, Rusia y Estados Unidos, el Califato, el Estado Islámico, el Imperio Otomano, los Hermanos Musulmanes, la yihada, Boko Haram, y se nos convierte todo en un caos demoledor y asfixiante. Uno ya no sabe quienes son los unos ni los otros , los buenos o los malos, y quienes tienen o no la razón para emprender nuevas cruzadas e imponer sus creencias y sus convicciones. Que si fuera la lucha racional, vaya y venga. Pero cuando de lo que se trata es de imponer el fundamentalismo a través de la destrucción de quien no comulga con las propias ideas, a través de la guerra, y los campos y ciudades se tiñen de sangre, es cuando nos agreden las incógnitas sin respuesta, los sentimientos encontrados ante la agresiva realidad. Los niños sirios se nos convierten en permanentes fantasmas, pero también las imprecaciones de viudas y huérfanos, padres y hermanos de quienes una noche salieron de sus casa y no regresaron por haber sido víctimas de balas terroristas, de agresiones mortales al grito de reivindicaciones religiosas, nos persiguen como bestias desbocadas. Y vaya uno a saber en que puede desembocar semejante paisaje de irracionalidad, destrucción, muerte y venganza. Y miedo.
Ese miedo, que como lo describió el periodista español Ricardo Bada en El Espectador, lo sentimos no por nosotros mismos si no por nuestros hijos y por nuestros nietos, por los hijos y los nietos de nuestros amigos y por los hijos y los nietos de todas las personas de buena voluntad, que, por dicha, no son pocas. Pero, ! que demonios!, agrego yo, vamos con todo por LA VIDA, contra el miedo, contra la muerte y contra la desolación.
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