A VUELAPLUMA
Por Augusto León Restrepo
La VIDA de quienes integran una nación es un valor supremo por el que hay que luchar con insistencia, con pasión, con todas las armas de que dispongan los Estados y los gobiernos. Deslegitima cualquier causa el argumento de que a veces es indispensable sacrificar a algunos de sus integrantes para alcanzar fines generales que se presumen altruistas, como en mala hora lo predicó un constitucionalista y filósofo ya fallecido, Carlos Gaviria Díaz, o como lo han esgrimido combatientes de la izquierda universal , que han pretendido establecer que para establecer la justicia y equidad sociales son necesarios el terrorismo y los asesinatos, fórmula que reprocha , por fortuna, el imaginario popular moderno. Los avances del pensamiento en el sentido de que en la nación todos cabemos, cualesquiera que sean nuestros pensamientos o nuestras banderías, se imponen como fundamento de la civilización, apódese esta teísta o laica. Nadie puede matar a nadie bajo ningún pretexto. O mas utópico aún: nadie debe agredir a nadie. La tolerancia, la razón, el discurso debería establecerse como norma de oro. Es lo que debería ser, que, desde luego, no es lo que es.
Pero dejémonos de diletancias y vamos al almendrón. El Presidente Santos , y nadie mas que el, se la jugó íntegra para aproximar el Estado colombiano con los subversivos de las Farc, el grupo guerrillero mas antiguo y pugnaz de latinoamérica. Desde hace sesenta años para acá, todos y cada uno de los Presidentes que ha tenido Colombia, lo han intentado. No es adánico lo de Santos, conversar con los terroristas, de izquierda o de derecha, presuntos ideólogos con motivaciones políticas, para acabar la guerra. Solo que Santos se singularizó porque para lograr el empeño no dudó en encargar a su hermano Enrique para que diseñara la estrategia, que durante un año se mantuvo en el mas absoluto secreto. Para los colombianos es conocido que Enrique pertenece como Juan Manuel, nuestro pimer mandatario, a la clase política y económica mas rancia de nuestra sociedad. Y que como muchos de los su estamento, también sufrió el sarampión revolucionario, es decir simpatizó de frente y sin antifaz, Enrique, con la insurgencia colombiana, incluso hasta con sus diversas formas de lucha, dentro de las cuales, desde luego, ha estado incluida la lucha armada. Conformó con periodistas, teatreros de pancarta, poetas, novelistas y chesguevaras de café, lo que apodaronlas plumas derechistas los Guerrilleros del Chicó, que no tuvieron la osadía de cargar fusiles a discreción ni exponerse a las sufridas excursiones por las tupidas y húmedas selvas colombianas, si no que a través de sus escritos, sus poemas nerudianos, sus cuadros amejicanados, su teatro contestatario y los editoriales de revistas como la Revista Aternativa de García Máquez , Antonio Caballero, Robertico Pombo, etc, se dedicaron a exaltar la revolución cubana como iluminada idea para solucionar los problemas sociales de latinoamérica.
Pero los Guerrilleros del Chicó, dejaron de creer en que la utilización de » los fierros » era la forma expedita para llegar al poder. Y Enrique, que nunca perdió sus entronques amistosos con la guerrillada colombiana, sin aplaudir sus métodos, hay que decirlo, aceptó el encargo secreto de su hermano el Presidente para conversar con ella sobre la posibilidad de terminar con el conflicto armado y se dedicó a organizar un equipo subrepticio para explorar la factibilidad de sentarse en una mesa común a tirar raya , hasta lograr, después de largas y confidenciales estrategias, que delegados del gobierno y de los » demonios» de la revolución armada terminaran en La Habana, frente a frente, mostrándose los dientes, pero sin duda con la mente puesta en lograr un horizonte, por pequeño que fuera, que permitiera acabar esta guerra demoledora y fratricida. El grupo del gobierno que se fue a La Habana y arrancó con las conversaciones ya oficializadas, el 24 de febrero del 2012, estuvo integrado – no se les olvide – por Enrique Santos, Sergio Jaramillo, Frak Pearl, Alejandro Eder, Jaime Avendaño y la caldense Lucía Jaramillo Ayerbe. El de la Farc – no se les olvide- lo encabezaron dos señoras: una, de cuyo nombre no se acuerda Enrique y a quien no volvieron a ver, y Sandra Ramírez o Sandra García, guerrillera que fue compañera sentimental de Manuel Marulanda Vélez durante mas de treinta años; Mauricio Jaramillo, » El Médico «; Rodrigo Granda, » El Canciller de las Farc «, el mismo al que ordenó poner en libertad el Presidente Alvaro Uribe a pedido del Mandatario francés Nicolás Sarkozy; Andrés París y Marcos Calarcá. Toda esta historia la pueden encontrar en las primeras cuarenta páginas del libro » Así empezó todo «, de Enrique Santos, publicado hace un año por Intermedio Editores S.A.S .
Lo anterior, para concluir en este mes de exaltación de los hombres de buena voluntad, que gracias al proceso iniciado por Juan Manuel Santos y que esperamos que se pueda coronar con éxito, se han logrado salvar numerosas vidas de colombianos. Yo siento que hay en el ambiente, en el aire como un hálito, como un olor a VIDA, que presagia tiempos mejores. La sexta tregua decretada por las Farc en lo que va transcurrido desde el principio de las conversaciones de La Habana, ha dejado de producir víctimas dentro del nuestro ejército y los bombardeos, las bombas contra la infraestructura económica del país y los aleves ataques terroristas, han amainado casi que en su totalidad. Ante este clima, solo queda que se cristalice el desarme mas difícil, el de las almas, el de los espíritus, que se ven crispados, ríspidos, erizados y que con el arcabuz de la palabra se empeñan en aguijonear un proceso que hoy mas que nunca ofrece una luz de esperanza al final del escabroso túnel por el que hemos tenido que transitar los colombianos.