miércoles diciembre 18 de 2024

El Campanario

03 mayo, 2016 Música, Opinión Tomás Nieto

Por Tomás Nieto

Que se respete la memoria de los Panchos

Vemos por estos días en avisos de prensa un espectáculo en el que se anuncia en Bogotá como atractivo central al Trío Los Panchos. El gancho es falso de toda falsedad. El último pancho en morir fue Alfredo Gil, el inventor del requinto. Se le adelantaron en la partida Hernando Avilés y Jesús Navarro.

En vez de insistirle a los dueños de estos establecimientos para que no se coman el cuento peregrino que les echan unos avivatos venidos de Méjico que vienen a ofrecer sus servicios con motivo del día del madre, le damos curso, en este Campanario, a una crónica del amigo Luis Javier Jaramillo, vecino de Niza IX, sobre el irrepetible trío, el más famoso del mundo. Don Mario Jaramillo, su padre (figura de la radio de la edad de oro), que sí estuvo de gira con Los Panchos, en el pasado. Leámoslo:

Las artistas del cine y de la canción despertaban en sus giras y a su paso por nuestras ciudades enorme simpatía. La muerte de Gardel en Medellín, por ejemplo,  fue un episodio inédito que arraigó el tango en la vida cotidiana de Medellín, e hizo de ella una ciudad con  “aire de tango”. Y es que los artistas aportaron las bases afectivas, antes inexistentes, de una identidad latinoamericana. Luego vendrían los grandes novelistas con su “boom”, incluso el comercio y los empresarios con sus productos. Los artistas de los cuarentas y cincuentas hicieron “integración cultural” y acercaron a  gente de diferentes países. El espejo era el cine donde nos llegamos a ver parecidos, o las giras artísticas, que es de lo que trata la presente nota.

Mario Jaramillo  tuvo que ver en más de una presentación en la radio con algunos inolvidables artistas mejicanos que marcaron época y que transitaron en sus giras por varios países, en virtud de los aviones de hélice. Recuerdo las palabras de Mario describiendo a un Andrés Soler, que actuó en el Salón España, o al Dr Ortíz Tirado y su actuación en el radioteatro de la Voz de Antioquia en 1947.

En los comienzos de los cincuenta el cine mejicano llenaba los teatros de la ciudad. La Ranchera y el bolero recorrían toda América. Ver a los artistas en el cine era una cosa, al fin y al cabo era celuloide, pero verlos palpables en la vida real con su aureola, era capítulo aparte.

Medellín era una parada clave de la gira de los Panchos por Colombia y tuvo lugar a comienzos de1951. Aún puedo reproducir con detalles la llegada de Los Panchos a Medellín, al  “Aeropuerto de las Playas”.

Los Panchos,  envueltos en un aire como de gloriosos astronautas,  descendieron del DC-3 de Avianca, tal vez el llamado “Ciudad de Corozal”, procedente de Bucaramanga, que escupía candela por los tubos de escape de sus dos motores. Al descender por la escalerilla, Gil, Navarro y Avilés, lucían elegantes guayaberas blancas nunca vistas antes en Medellín, seguro cosidas para ellos con exclusividad en el Veracruz cantado por Lara. Traían por todo equipaje de mano  los estuches con sus guitarras y la verdad es que no les cabía un rótulo más y eran emblemáticos de lejanos hoteles del mundo.  El mismo Mario Jaramillo venía también de guayabera blanca de manga larga, acompañando a los inmortales boleristas. Los Panchos se hospedaron en el recién inaugurado Hotel Nutibara, donde varias veces tuvimos como niños el privilegio de saludarlos.

Esa noche de la primera función con Los Panchos,  a Mario Jaramillo le enaltecía en el escenario del Junín su pinta de locutor y su “smoking tropical”. Para comenzar el  espectáculo – que vimos con pases de cortesía a los diez años de edad – Mario ambientó de la manera más agradable el significado del bolero y el papel de cada uno de los integrantes del trío: el requinto puntero del “guero” Gil, la segunda voz del médico Chucho Navarro y la primera y finísima voz del “boricua” Hernando Avilés. En su presentación inicial Mario los situó en el panorama internacional del bolero antes de invitarlos al escenario. Contó como  cosa curiosa que el famoso Trío había surgido en Nueva York en 1944, que ya comenzaba a recibir emigración Latina. Destacó como Los Panchos innovaron el género de los tríos cantando a tres voces y tres guitarras. Entre otras innovaciones instrumentales, el “Güero” Gil desarrolló la guitarra  requinto, más pequeña que la convencional, pero con un sonido más agudo, que le permitía bordar con su punteo las introducciones a los boleros,

Gil, Navarro y Avilés, ingresaron al escenario en medio de una salva de aplausos, de luneta y galería, sección ésta ubicada en el segundo piso y en la parte trasera del Teatro Junín, y a quienes Mario, cariñosamente, llamaba “los de Avianca”, por estar más arriba.

Antes de cada canción recuerdo que Mario hacía una evocadora  reseña a veces salpicada de anécdotas sobre la génesis de cada canción y como se había fabricado. Captaba con su fabulosa memoria los detalles que hacían peculiar cada composición y que resultaba muchas veces de la conversación entablada con ellos a lo largo de esta gira. Lamentablemente, lo verbal se evapora pronto y nos quedamos sin un buen registro de estas valiosas anécdotas.

En mis inolvidables conversaciones con Mario, siempre admiré su manera de retratar los detalles críticos de una situación y de una persona. Percibía lo que no era común y corriente, para concentrarse en lo más esencial.  La gira tuvo para Mario ese sabor excepcional  de compartir con Los Panchos varias semanas y de haber podido escarbar la evolución de este Trío.

Un privilegio de Mario fue haberse sentado horas con el “Huero Gil”, a jugar con las palabras y las rimas de nuevos boleros, en el patio del “Hotel del Prado”, de Barranquilla, o del Hotel Caribe de Cartagena. El trío terminó convirtiéndose en un “cuarteto”, pues Mario llegó a ser parte del conjunto.  Se produjo una simbiosis en el espectáculo: las animadas y cálidas presentaciones de Mario Jaramillo, predisponían la sensibilidad del público. Eran parte del show musical.

Pasados unos meses de esta gira por Colombia, Mario recibió un cable de Los Panchos pidiéndole que se uniera a ellos para una gira por Los Ángeles  para hacer parte del espectáculo como su exclusivo presentador. Mario no era muy devoto de las tierras lejanas y extrañas para él.  No se unió más a sus amigos, Los Panchos, pero podría decirse que esos boleros, como a Don Quijote las lecturas de caballerías, le acrisolaron su talante romántico, siendo esta gira para su vida un equivalente de las salidas para el ingenioso hidalgo.

Supimos luego que el Trío se instaló un tiempo en Tokio, donde Los Panchos fueron acogidos con singular atención. Si duda, ellos le dieron universalismo a las melodías latinas,  pues era evidente que los japoneses no manejaban el significado de las canciones aunque alcanzaron a grabar varias canciones en este idioma. Supe muchos años después y por una pura casualidad, gracias a un amigo mejicano, experto en propiedad intelectual que asesoraba a la viuda de Chucho Navarro, que en el Japón se vendieron tantos discos del Trío que todavía están dando lugar a interesantes regalías.

Impulsaron el valor universal del bolero, pero interpretaron el tango, el vals peruano, el pasillo, el son, la rumba, el mambo, la guaracha, el cha cha chá, el joropo, el merengue, la clave, la guaranía, la cueca chilena y el pasaje llanero.

Increíble pensar que “Rayito de Luna”, «Caminemos», «Sin un amor», tuvieran seguidores en japonés, y, como si esto fuera poco, en  inglés, árabe, tagalo, griego e italiano. Lo latino adquirió con ellos valor universal.

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