martes julio 16 de 2024

Empresas y universidades, ¡a la escuela!

Jorge Emilio Sierra Montoya

 Por Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

 En escuelas y colegios hay problemas de matoneo, registrados a diario por la prensa. Pero, también los hay de violencia en general, con casos terribles como los ataques físicos a profesores o de estos a sus alumnos. Y de la drogadicción, ni se diga. O de los conflictos familiares, causa muchas veces de la deserción escolar. Allí hasta hay delitos de tipo sexual, como las violaciones.

La lista al respecto es larga, igual que son múltiples las consecuencias negativas para las propias instituciones, las familias y el gobierno, la economía y la sociedad en su conjunto. Lo peor de todo, sin embargo, es que tales asuntos no suelen abordarse en las aulas de clase por la sencilla razón de que sólo se dictan las materias de siempre: matemáticas, geografía, biología, español e inglés…

Y claro, cuando se presentan situaciones críticas, cuando los noticieros de televisión registran la tragedia de turno que da origen al consabido despliegue informativo, las escuelas y colegios, desde sus directivos y maestros, no saben qué hacer porque nunca lo han aprendido. Si mucho, recurren al Instituto de Bienestar Familiar cuando las víctimas son menores de edad.

Se trata, en fin, de una educación a espaldas de nuestra difícil situación social, como si hubiera un completo divorcio entre los centros educativos y la sociedad en que están; la formación que se imparte no parece ser la adecuada, a juzgar por las graves circunstancias descritas, y todos, sin excepción, nos lamentamos a cada momento porque esto suceda en perjuicio de nuestros hijos.

¿Qué hacer, entonces?

Preguntas en serie

El profesor Rubén Fontalvo, con varios colegas de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, se plantea dichas inquietudes desde tiempo atrás. Él ve el asunto desde la perspectiva de un sociólogo, mientras sus compañeros le agregan sus visiones pedagógicas, económicas, culturales y políticas, dado el carácter interdisciplinario que les exige el tema propuesto.

Coinciden, por ejemplo, en la vieja crítica a la educación memorista, repetitiva, de los manuales de estudio que por lo general nos llegan de países extranjeros, al tiempo que ven la necesidad de aprovechar al máximo las capacidades de niños y jóvenes por su imaginación desbordante, aquella creatividad que es clave de la innovación y del desarrollo tecnológico en los tiempos actuales.

Pero, van más allá. En particular, se van lanza en ristre contra la manera de enseñar historia en los centros escolares de primaria y secundaria, desde preescolar hasta el grado once que abre las puertas a la universidad, porque allí se excluye nada menos que a la historia local, o sea, el pasado de las comunidades donde viven los alumnos, como si nada tuvieran que aprender al respecto.

Esta formación, sin embargo, es indispensable para entender los conflictos sociales y, sobre todo, para resolverlos a partir de sus causas que pueden estar en el seno del hogar, en sus personales historias de vida, en dolorosas experiencias como el desplazamiento por la violencia o simplemente en la pobreza generalizada, de las que unos y otros buscan salir con educación.

¿Por qué -se preguntan los investigadores- no aprovechar las aulas escolares para oír de niños y jóvenes sus historias que recogen, a su vez, las que pueden transmitirles los líderes comunitarios o los más ancianos en sus familias, proceso que tendría múltiples beneficios para su identidad individual y cultural o para el sentido de pertenencia a la sociedad, lejos de volverse contra ella?

¿Por qué, además, la creatividad no se estimula en mayor grado por medio de las llamadas tecnologías de la información y las comunicaciones -TIC-, sin reducirlas a un simple manejo mecánico, que incluso aleja cada vez más a los estudiantes de la realidad social que los rodea, como si vivieran aparte, en un mundo virtual, de simples apariencias? ¿Por qué no se hace?

Las preguntas se multiplican, casi siempre para llegar a la misma conclusión: hay problemas por la mala calidad de la formación educativa y los métodos de enseñanza que responden a patrones universales al margen de las condiciones específicas de cada pueblo, cuando no por la falta de valoración del contexto cultural, histórico y social donde se encuentran las escuelas y colegios.

“¿Qué hacer?”, repiten los investigadores en sus reuniones de trabajo.

Y las empresas, ¿qué?

Preguntas similares se hacen, de manera simultánea, varias empresas, entre las cuales se destaca Promigás en Barranquilla, especialmente a través de su Fundación y desde organizaciones como “Empresarios por la Educación”, una de las más representativas en materia de Responsabilidad Social Empresarial en el país. “¿Qué debemos hacer en educación?”, se interrogan.

Y es que el tema en cuestión es de sumo interés para las empresas. Al fin y al cabo del sistema educativo se nutren para su personal o capital humano, incluso para tener sus empleados del más alto nivel que requieren la mayor formación profesional, y si los problemas escolares se resuelven también ganan, aunque sea en el largo plazo. Con mala educación, en cambio, llevan las de perder.

De otra parte, al decir de los expertos, la educación contribuye en forma significativa a construir una sociedad igualitaria, equitativa, incluyente y democrática, además de ser “una medicina para la paz”, para la convivencia pacífica, para el diálogo y la debida superación de diferencias entre los ciudadanos, constituyendo así el pilar fundamental de la paz que anhelamos los colombianos.

De ahí que compañías como ésta no consideren el tema educativo como algo ajeno a sus actividades empresariales, ni dejen solo al Estado o el gobierno con esa responsabilidad, ni se abstengan de participar en la política pública respectiva, ni crean que nada pueden hacer para salir del conflicto armado, el cual en ocasiones se va gestando en las escuelas y colegios.

Para dichos propósitos, en el sector privado se hacen aportes económicos, pero también de conocimientos y experiencia, de capacidad de gestión o de buen manejo administrativo y financiero, que ponen al servicio de las autoridades oficiales, desde el ministerio del ramo hasta las secretarías de educación en los distintos departamentos y municipios.

En Atlántico, por ejemplo, Promigás desarrolla varios proyectos en tal sentido, solo que nunca dejan de aparecer las inquietudes anteriores sobre una educación desconectada casi por completo de la parte histórica, cultural y social, aspectos sobre los que precisamente viene trabajando el mencionado grupo de investigadores de la USB, encabezados por el profesor Rubén Fontalvo.

Es entonces cuando unos y otros, en representación de la empresa y la universidad, se unen para volver a las aulas escolares, como si desandaran los pasos y buscaran retribuir las viejas enseñanzas recibidas cuando apenas iniciaban sus vidas, preparándose para llegar al mundo laboral que ahora los acoge en la industria y la academia. ¡Van de regreso a la escuela!

Universidad-Empresa-Estado

La universidad y la empresa llegaron, por consiguiente, a una alianza estratégica, sellada por la responsabilidad que los une. Pero, falta el Estado, representado en este caso por el Ministerio y las Secretarías de Educación que tienen la última palabra sobre los cambios curriculares propuestos, previstos en principio para cuatro departamentos: Atlántico, Bolívar, Magdalena y Guajira.

Por lo demás, hay seis instituciones educativas de la región, donde la Fundación Promigás hace presencia, que saldrían favorecidas con el citado proyecto que busca contribuir, desde las escuelas y colegios, a mejorar las relaciones con la comunidad que asumirá, por fin, un verdadero protagonismo en la educación, ordenado por cierto en normas constitucionales y legales.

Y ojalá que fenómenos como el matoneo, la drogadicción y los delitos sexuales en las aulas pasen a la historia o al menos disminuyan en gran medida por proyectos donde las universidades y las empresas, tomadas de la mano, vuelven a la escuela…

(*) Director de la revista “Desarrollo Indoamericano”, Universidad Simón Bolívar

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