Un año sin Carlos Gaviria: encuentro con su legado
Por: Ricardo Rondón Ch.
La Pluma & La Herida
_ En la antesala del homenaje que la Biblioteca Nacional de Colombia, por intermedio de su directora Consuelo Gaitán, se le tributó a Carlos Gaviria Díaz, a un año de su fallecimiento, navegaban reflexiones y preguntas de contertulios sobre la falta que le hace al país el eminente constitucionalista y ex candidato a la presidencia de Colombia, en momentos aciagos del cada vez más enrarecido proceso de paz, y el intimidante anuncio de la oposición en palabras de su máximo vocero, el senador Álvaro Uribe Vélez.
– ¿Cómo se hubiera pronunciado Gaviria ante la temeraria resistencia civil que ha sido acalorado tema de debate en círculos políticos y sociales del país?
Los jóvenes, los más aventados y sin pelos en la lengua, presentes en el homenaje, se quedaron sin respuestas, de esta y de otras reflexiones que acometieron en el vestíbulo de la sala Germán Arciniegas.
Esa mañana -la del viernes 13 de mayo de 2016-, golpeaba en la calle una lluvia agresiva, y los invitados de primeras filas que asistieron al encuentro emplearon sus fortalezas en sacudir las sombrillas empapadas, y en avivar el saludo y la sonrisa en rostros familiares y conocidos.
Pero no arrojaron una sola sílaba de política ni de politiqueros, ni del proceso de La Habana, ni de las FARC o el ELN, ni de Uribe, ni de impunidad o justicia transicional, ni mucho menos de la contienda a colmillo limpio entre Santos y Uribe. Nada de eso. La reunión pactada destilaba humores de sinceridad y respeto. Iba por el cauce de un reconocimiento postrero: el de revivir la imagen, el verbo, la sabiduría y el valioso legado del maestro.
Así fueron arribando el escritor y columnista Antonio Caballero; la antropóloga y académica Consuelo de Vengoechea; la politóloga y periodista Ana María Ruiz; la abogada y profesora universitaria Natalia Ángel Cabo; el filósofo y abogado Rodolfo Arango; los actores Humberto Dorado y Luis Eduardo Arango, la viuda del homenajeado María Cristina Gómez de Gaviria; dos de sus hijos, Natalia y Carlos, entre una cantidad de allegados y simpatizantes, que minutos más tarde llenarían el auditorio, promedio de 300 localidades. Varias personas de pie.
A una bella y espigada joven, estudiante de Derecho de la Universidad Externado de Colombia, que prefirió reservar su identidad, y que está trabajando en una tesis sobre la obra de Carlos Gaviria Díaz, se le aguaron los ojos con las primeras palabras que, desde su atril de anfitriona, también con la mirada nublada por las lágrimas, pronunció Consuelo Gaitán:
Sería una impostura no decir abiertamente que hoy es un día triste. Que el último año ha estado velado por una tristeza que, por supuesto, tiene una causa, y es la que nos convoca: nuestro país no cuenta más con la lucidez y la integridad de Carlos Gaviria.
No fue solo la universitaria quien se conmovió con estas frases firmes, entrecortadas por el llanto, pero contundentes. Hubo en el auditorio un silencio llano. Y al final un aplauso cerrado. Hubo miradas distantes que se reencontraron con un guiño, con una leve inclinación de cabeza a manera de saludo. Con esas claras intenciones que deja a su paso la añoranza cuando se referencia a un ser querido que ha partido, pero cuyo espíritu vivificador y su enseñanza, perdurarán en el tiempo.
El memorioso acto en honor a Carlos Gaviria Díaz (Sopetran, Antioquia 8 de mayo de 1937- Bogotá, 31 de marzo de 2015), doctor en Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, magistrado de la Corte Constitucional, senador de la República, candidato presidencial, defensor inagotable de la democracia, la educación, la libertad de cultos, el derecho a la eutanasia, la diversidad, la ética, la pluralidad del pensamiento, y por encima de todo, la libertad en todos sus aspectos, fue un repaso inteligente del Gaviria de carne y hueso, detrás de la figura pública y de su magisterio.
Bellas postales en sepia surgieron a partir de esta cita de remembranzas moderada por Ana María Ruiz. Una serena y confidente María Cristina Gómez, con la chispa y la fluidez de las señoras paisas a la antigua, compartió a los presentes una a una las virtudes del esposo, compañero y padre, que se inventaba lúdicas al mejor estilo borgiano, como los escondrijos mentales, para hacer más plácidos y entretenidos los fines de semana en pijama, con sus hijos.
La abogada y catedrática de la Universidad de los Andes Natalia Ángel Cabo, quien trabajó con Gaviria en su despacho de magistrado de la Corte Constitucional, entre 1996 y 2000, contó anécdotas divertidas y curiosas, como cuando él la llamaba urgente al teléfono para que acudiera a su oficina. La emergencia, que Natalia presentía como un flash de última hora de cambios o novedades constitucionales, se traducía en un espacio breve del magistrado para leer poesía. “Ahora que siente renovada, bien pueda volver a su oficina”, le decía.
De la poesía se encargó en el escenario Humberto Dorado, quien recapituló alrededor de los gustos líricos de quien también fue su amigo y mentor. En su voz de remotas ondas radiofónicas declamó uno de sus poemas preferidos: Camino de la patria, del bardo antioqueño Carlos Castro Saavedra.
Hubo espacio hasta para invocarlo en sus tangos. Gaviria, que en sus intermezzos de ocio provechoso pegaba unos saltos de carpa: de las Fugas de Juan Sebastián Bach, a los tangos más profanos y heridos del repertorio porteño. Fue el Quinteto de Leopoldo Federico, con el bandoneón de Giovanni Parra, y la voz de Luis Eduardo Arango como cantor invitado, quien rememoró las páginas de arrabal que más abrigaba Gaviria Díaz, y así, como brotando de una vieja victrola en un bulín de San Telmo o del garito de una trasnochada fonda de Manrique oriental, se oyeron, en su orden: ‘Cambalache’, ‘Por una cabeza’ y ‘Nostalgia’.
Con el hijo del cronista empírico Carlos Gaviria Arango, que una tarde cualquier decidió poner fin a sus tragedias íntimas con sendas copas de cicuta y ajenjo; con el futbolista en ciernes que aprendió del juego limpio de la cancha los principios de la ética que luego edificó como academia y biblioteca con sólidas columnas que fueron sus ininterrumpidos estudios y lecturas de Ludwig Wittgenstein, Jorge Luis Borges, todo Platón y Sócrates, Bertrand Russell, Arthur Schnitzler , Oswald Spengler, Hugo von Hofmannsthal, los Enciclopedistas franceses, Elías Canetti y muchos más; con el profesor de Filosofía del Derecho, escritor, magistrado de la Corte Constitucional, candidato a la presidencia; con el esposo por medio siglo de María Cristina Gómez, con el consagrado padre de Carlos, Natalia, Ana Cristina y Ximena; con el gran inspirador de ideas y logros reformistas de los que hoy goza en gran parte la democracia colombiana, había pendiente una deuda por saldar.
No podía ser otra que Consuelo Gaitán, una sus fieles cómplices en el activismo político e intelectual para disponer de su casa, la Biblioteca Nacional de Colombia, en aras de esta ofrenda al incansable gestor y transformador de la educación, la ética y la libertad; puntual pedagogo en ejercicio de la autonomía y la pluralidad.
Al final del homenaje, entre comentarios generosos, saludos y despedidas unánimes, no pudimos evitar, ante la pesada carga de la realidad que nos atañe, un síntoma doloroso de ausencia y desamparo.
Texto completo de Consuelo Gaitán, en homenaje a Carlos Gaviria
Sería una impostura no decir abiertamente que hoy es un día triste. Que el último año ha estado velado por una tristeza que, por su puesto, tiene una causa y es la que nos convoca: nuestro país no cuenta más con la lucidez y la integridad de Carlos Gaviria.
Un demócrata a ultranza, defensor del respeto y la tolerancia por las ideas ajenas, un pedagogo tan eficaz que, estoy segura, habría contribuido sin duda a hacer entender en qué consiste la justicia transicional que se está perfeccionando en la Habana; que no es impunidad abrir puertas distintas para la reconciliación y, que más vale dialogar con los contradictores que excluirlos de la sociedad.
Su originaria forma de hacer política desde el ejercicio de la jurisprudencia, aplicando sus convicciones de hombre liberal y laico dejó una impronta que aún no hemos reconocido cabalmente como una extraordinaria conquista para nuestro país.
Gaviria creía en las instituciones y a través de ellas defendió sus principios y supo aplicarlos en beneficio del Estado colombiano, del cual reconocía tanto su imperfección como sus posibilidades: el infortunio de nuestros esfuerzos como nación y el enorme futuro que por ende tenemos por delante.
Sus certezas sobre el valor de la palabra, unidas a su férrea coherencia, le condujeron por un camino en el que, si les digo con sinceridad, nunca se sintió cómodo: a Gaviria no le gustaba la praxis política.
Esas interminables reuniones en donde los interlocutores aporreaban el lenguaje y la gramática y en las que dejaban translucir o bien sus intereses personales, o un torpe clientelismo, o el afán de poder, no eran lo suyo.
Sin embargo, se movía en la plaza pública con soltura y elocuencia y en ocasiones hipnotizaba con sus argumentos: desde allí ejerció una política puesta al servicio de la democracia y de la convivencia pacífica, las cuales consideraba imperativo conquistar, tanto como formar ciudadanos libres y autónomos con el único fin de construir una sociedad más justa y decente.
De Carlos Gaviria Díaz se han dicho muchas cosas. Antonio Caballero señaló en un momento que los líderes de una colectividad estaban adheridos gracias a sus babas, capaces, incluso, hasta de sostener lo insostenible. Fernando Garavito, por su parte, indicó que en él se revelaba “un luminoso e intuitivo proceso de selección natural de las ideas”.
Algunos han dicho que destilaba un sentido del humor despiadado e impío y él afirmó sobre sí mismo que era un pésimo estratega. Para nosotros fue un hombre cercano, jovial y entrañable; un ser humano con quien era posible elevarse a las cimas más encumbradas de la filosofía, de la literatura y el arte con un espíritu constantemente gozoso y una avidez intelectual insaciable. Decía lo que pensaba y hacía lo que decía. Y qué delicia de conversador.
No era nada fácil tratar de ser un interlocutor a la altura de su lucidez como lector. Algo que dejó su impronta, como una especie de gimnasia mental que debía ejercitarse día tras día fue su incorregible sentido del humor. No lo perdió jamás, incluso cuando fue objeto de infames calumnias, de amenazas y violentos ataques.
Para los necios tenía siempre un verso de Borges, una sentencia de Sócrates, la línea de un tango, una anécdota de Bertrand Russell…
Fue un privilegio haber recorrido un trecho del camino junto a él, haber sido testigos de su rigor intelectual, de su valentía y reciedumbre, de su ejercicio continuado de una ética humanística expresada en un hermoso lenguaje. Y como humanista fue un obstinado utópico.
Recuerdo un artículo suyo en donde hace una sugestiva descripción del espíritu de El Quijote y que se aplica perfectamente a él mismo: “Juzgar loco al hidalgo manchego es denostar la postulación de un mundo impecable, aunque metafórico, el único donde la utopía que no tiene lugar puede tenerlo. La ineptitud de los medios elegidos para llevar a cabo la hazaña (un rocín extenuado, una lanza endeble y mohosa y un escudo abollado), hacen más explícita aún la moraleja: el sueño de un mundo justo y amable excluye las armas eficaces”.
Sus armas fueron su vida de hombre íntegro, su insistencia en la educación como un derecho irrenunciable, la persecución de la paz y la igualdad a través del respeto a la pluralidad, su pedagogía basada en la autonomía y en lo que consideraba el fin más inapreciable: la dignidad humana.
Hoy, el legado de Carlos es más pertinente que nunca: nos debe acompañar en el ejercicio que estamos emprendiendo de construir una ética social por los caminos del diálogo y el consenso; en esta nueva empresa de formar ciudadanos para la convivencia pacífica basada en el respeto y la tolerancia por las ideas ajenas.
Por fortuna nos quedan sus libros, sus entrevistas, sus declaraciones públicas, que hoy circulan impresas y en vídeos; por suerte nos queda el recuerdo privilegiado a quienes lo conocimos y anticipamos la maravillada sorpresa que asaltará a quienes aún están por descubrirlo.
Consuelo Gaitán
Directora de la Biblioteca Nacional de Colombia
En palabras de Carlos Gaviria Díaz
*La dignidad humana no es otra cosa que la autonomía.
*Una sociedad democrática es una sociedad de derechos y obligaciones, no de privilegios.
*De la posibilidad de que una persona cualquiera se ilustre, entienda de mejor manera su entorno y obtenga los conocimientos necesarios para insertarse en el mercado laboral, depende también su capacidad de tener un criterio político claro y menos vulnerable a la manipulación política.
*Creo que ni la historia de las sociedades humanas ni la existencia individual de las personas tienen más fines que lo que ellas mismas se propongan.
*Soy un mal estratega y no tengo ningún inconveniente en reconocerlo porque por encima de la estrategia sitúo muchas cosas, por ejemplo, los principios. Yo no renuncio a una sola convicción en función de una estrategia.
*La política tiene que estar a tono con la ética, con una concepción moral de la persona.
{Sindéresis}
Tengamos presente esto: la paz es un bien altamente deseable, pero la paz no es un fin en sí mismo; la paz no es deseable por sí misma, sino que la paz permite que tengan vigencia las libertades, que tengan vigencia los derechos y que pueda administrarse justicia como se debe administrar…