El primer desarme es el de la palabra, sin perder la crítica
Por José David Name
En reiteradas oportunidades sentí que el corazón me estallaba de la ira, ante cada ataque armado, ante cada muerte inocente, ante los ataúdes de nuestros héroes, los familiares de las víctimas y de los secuestrados. Fueron muchas las veces que pensé en el ideal de pagar con la misma moneda. Vencer en la guerra.
Durante más de 52 años vivimos en medio del conflicto armado, los sonidos de las balas y los estruendos de las minas y bombas. De un lado las instituciones y del otro los enemigos de ellas que pretendían llegar al poder ejerciendo la violencia.
Gobiernos sucesivos de uno u otro partido y guerrillas de uno u otros cortes ideológicos pero sublevadas todas en contra de la democracia partidista y de extracción popular, se enfrentaron durante interminables horas en defensa de las libertades en las que creían.
Corrieron ríos de sangre, sin distingo de estratos sociales, sin entender el amor filial ni comprender parentescos. La guerra arrasó con lo mejor de Colombia en más de medio siglo de vigencia y con ella se fue gran parte de nuestros hombres, mujeres, adolescentes y niños. Las pérdidas económicas suman miles de millones de dólares. El atraso como consecuencia de la guerra es evidente y el dolor que deja mucho más.
Intentamos ganar la guerra. En esa dirección hubo resultados positivos. El gobierno de la seguridad democrática fue fundamental para recuperar los valores del Estado democrático, la confianza inversionista y la fe de los colombianos que se habían quedado sin esperanzas. Pero a través de la respuesta armada no se logró doblegar a la guerrilla. Y la guerrilla al mismo tiempo entendió que podía seguir peleando moribunda, pero que no alcanzaría el poder empleando la lucha armada.
En ese contexto, el gobierno de la prosperidad democrática concibió que la salida para todos era negociar un acuerdo de paz. Inicialmente reaccioné con soberbia, lo consideré una claudicación, una derrota que entendía como ir a pedirle cacao a quien ya estaba prácticamente perdido en la guerra y daba manoteos de quien se ahoga en aguas turbulentas.
Tal vez para muchos hubiera sido mejor no deberle el favor a nadie, porque su ideal era haber salido con tanques y aviones cazabombarderos y toda la infantería posible a exterminar el último reducto guerrillero en el país, en una orgía final de sangre y destrucción. Pero si la guerra tiene benefactores en Colombia, hoy por hoy se demuestra que el fin de la muerte violenta y la consolidación de la paz es el sentimiento que anima a las mayorías.
Han transcurrido ya más de 2000 días desde cuando el gobierno de la seguridad democrática, mediante los buenos oficios del doctor Frank Pearl, hizo sus contactos con la guerrilla para estructurar un proceso de paz. Distintas circunstancias lo frustraron, pero el Presidente Juan Manuel Santos retomó las banderas de la paz hasta lograr lo que hoy el mundo destaca y celebra, el Último Día de la Guerra. Entonces, este gobierno no ha sido contrario ni ha traicionado los ideales de nadie.
El Gobierno de Juan Manuel Santos lo que ha sido es firme y persistente, al rodearse de la convicción de la paz para intentar transformar el destino de los colombianos en medio de la convivencia armónica, la erradicación de la pobreza, la generación de equidad y aporte a la justicia social. El primer periodo de administración fue la siembra de la prosperidad y el segundo que transcurre es la convocatoria a construir un nuevo país, bajo los derroteros de la paz pactada.
Esta es la paz en la que he decidido creer y a la que he contribuido desde el legislativo, aprobando el ordenamiento constitucional y legal que la legitima, le da vigencia y la protege contra los jinetes apocalípticos de la guerra. Esta es la paz que he jurado defender y por la que trabajaré mientras me sea posible.
Es la paz que cada día está más cerca. Fue inocultable la emoción el pasado 23 de junio, cuando los distintos actores del conflicto armado firmaron el cese bilateral de hostilidades, la dejación de las armas y los puntos de concentración de la guerrilla a partir del acuerdo final de paz. Sinceramente, pensaba que ese día no llegaría, pero llegó. Y llegó con el acompañamiento de la comunidad internacional y la bendición papal.
Ahora vienen los detalles finales para el acuerdo definitivo. Las partes han comprometido esfuerzos para que no corra mucho tiempo y probablemente de aquí al 20 de julio pueda suscribirse el acto que marcará nuestra historia en el Siglo XXI. El número 23 ha signado por ahora los principales avances del proceso de paz y 23 serán las veredas que se convertirán en epicentros de paz.
Confiamos en el éxito de la paz. Me gustaría que se firmara la paz en La Guajira, en la Bahía de Medialuna, Puerto Bolívar, allá donde el Libertador pensó alguna vez que podría quedar la capital de Colombia. Pero si el sitio es otro, bienvenida sea la paz al siglo de la auténtica transformación nacional. Si ya hay una reconciliación ad portas, en los minutos que siguen desarmemos la palabra para que la ofensa y los odios, no sigan causando más heridas a la paz.