jueves julio 18 de 2024

Menos fusiles y hombres para la guerra

Óscar Tulio Lizcano

 Por: Óscar Tulio Lizcano

  Por fin se dio un gran paso para el fin del conflicto armado con las Farc. Un paso como nunca antes habíamos visto entre tantos intentos de la tan aplazada paz. Hoy estamos ad portas —a seis meses— de que la guerrilla más antigua del mundo entregue sus armas y asuma la legalidad desde la actividad política.

Son muchas las regiones del país que sufrieron la confrontación armada de las Farc. Ahora, el gran reto es que quienes pertenecen a esta guerrilla puedan sentirse parte de un Estado generoso y responsable. Garantizar la presencia de las instituciones del Estado en cada rincón del territorio donde los grupos armados han operado libremente, es una condición fundamental para que la paz sea duradera y sólida. Y de suma importancia: evitar que otros grupos ilegales asuman el poder allí.

Solo resta que el Acuerdo Final no se lleve más tiempo del estimado por las partes y que lo que falta quede bien cerrado. Ahora bien, es una responsabilidad democrática de los colombianos hacer veeduría a las condiciones para que la paz se logre con justicia y que lo pactado se cumpla. De ello dependerá que podamos emprender con éxito el camino al posconflicto, un camino en el que el odio transite con paso firme y consciente hacia la reconciliación. Un asunto difícil que en algunos ha motivado una discordia frontal.

El posconflicto es, a la vez, una puerta que nos abre espacios para trabajar en políticas públicas que permitan construir un país mejor en educación, salud y justicia. Esa es una condición urgente para reducir la terrible desigualdad y para democratizar la violenta concentración de riqueza, que en el país se centra en unas cuantas familias.

Hay que recordar por qué un grupo de campesinos tomó las armas y reclamó justicia. Esa inspiración —con objetivos políticos e ideológicos valientes y legítimos—, lamentablemente se degradó en un mezquino terrorismo e interesado narcotráfico. Hoy las Farc tienen a cuestas un grande rechazo. Precisamente, pienso, ese rechazo motivó que el grupo guerrillero entendiera que iba por el camino equivocado y emprendiera el diálogo con el Gobierno. Su lucha armada fracasó y políticamente perdió terreno.

El anuncio de esta semana en La Habana es un hito histórico; un esperanzador paso que pone fin a una dolorosa historia de sangre y muerte. Pero, ahora más que nunca debemos vigilar que con las Farc no se repita el aniquilamiento sucedido con la Unión Patriótica hace tres décadas. El Estado tiene una altísima responsabilidad en esa prenda de garantía, pues de surgir nuevos grupos paramilitares, de nuevo se profundizaría el aislamiento y la pobreza del campesinado. Otra guerra, sin duda, reaparecería.

Por ahora celebremos el presente: por fin se le está quitando hombres y fusiles a la guerra. Celebremos la cercanía de esa paz que para algunos es escasa en heroísmo simplemente porque no es tan gloriosa como la sangrienta guerra que ni siquiera ellos están dispuestos a librar cuerpo a cuerpo. El Colombiano.

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