domingo noviembre 17 de 2024

El maestro Fabio Josías Polanco, Poeta de la Paz y la Reconciliación Una vida dedicada al enriquecimiento del folclore nacional a través de la poesía y la composición

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Por: Ricardo Rondón Ch.

La poesía es lo único eterno y ella demuestra la existencia del hombre y perpetúa su memoria (Germán Santamaría)

“En el fondo, un poema no es algo que se ve, sino la luz que nos permite ver. Y lo que vemos, es la vida”, decía el novelista y poeta estadounidense Robert Penn Warren, autor de la extraordinaria novela Todos los hombres del rey, adaptada al cine por Steven Zaillian en 2006, y protagonizada por Sean Penn.

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“La luz que nos permite ver”, subrayaba el dos veces ganador del Premio Pulitzer, en el caso de la poesía, se transforma en la lumbre íntima del hombre en el lerdo y fatigoso transcurrir de su existencia.

Esa tea olímpica de la inspiración y la palabra que los dioses confieren a ciertos privilegiados, la viene empuñando de hace más de veinte años el maestro Fabio Josías Polanco (Dolores, Tolima), con el mismo rigor y disciplina de cuando fue el pujante y aventajado empresario de la industria musical en Colombia, y la única bombilla encendida al final de la ardua jornada, ya bien entrada la noche, era la de su oficina. Lo sigue siendo.

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Polanco es poeta de tiempo completo. Sólo hay que admirarlo en su escritorio, al frente de la pantalla de su computador, entre mamotretos de poesía y arrumes de diccionarios, tazas de café y volutas de mentolados, para entender que el bardo se tomó a pecho el oficio más solitario y desamparado de todos, y el menos rentable, en franca lid con las palabras, haciendo caso omiso de la estruendosa vocinglería de buhoneros, falsos predicadores, músicos de asfalto y racimos de orates y melindrosos que a toda hora se filtra por sus ventanas.

Sin haber pasado por una academia de literatura, Polanco tiene la facultad de hacer de un verso una filigrana, y de todos sus versos el gran entramado de una obra que él ha distribuido para citar con denodada pausa en su timbre grave de declamador de época (como el recordado Jorge Correa Tamayo), o en el pentagrama del folclore colombiano, con los acordes y las voces de sus amigos artistas más cercanos: la virtuosa intérprete Bibiana, el Dueto de Los Hermanos Tejada, el Dueto Nocturnal, entre una extensa lista de reconocidos artistas como el Binomio de Oro, Ana y Jaime, y el cantautor argentino Mario Álvarez Quiroga, quienes desde sus voces han dado brillo y memoria a sus inspiraciones.

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Sucede con Polanco que, a la sazón de su ininterrumpida labor de poeta, también oficia de psiquíatra clínico y sin cita previa. A su despacho llegan amigos de años a contarles sus cuitas: las tribulaciones de un amor empantanado, las desilusiones de los hijos ingratos y calaveras, los descalabros económicos, o esas tristezas y depresiones propias de la senectud que no tienen remedio en los vademécums de farmacopea, sino en la sabia conversación de un letrado como él, en sus apuntes tocados de socarronería, rubricados por su generosa sonrisa.

Con habilidad de prestidigitador extrae de los archivos de su computador el poema o la melodía indicados para el caso. O una anécdota o añoranza de sus propias vivencias para ilustrar la situación. La terapia, acompañada de infusiones aromáticas y tintos humeantes, transcurre entre la duración e intensidad del poema o de la letra musicalizada. Les aseguro que el resultado es efectivo. Pueden consultarlo.

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Se los digo con conocimiento de causa, yo que he sido uno de sus pacientes más antiguos y frecuentes. Hace un tiempo, el maestro Polanco me compartió un homenaje en tiempo de tango a uno de sus amigos más queridos, ya fallecido.

La historia contada por él y la melodía consecuente, me aprisionaron el pecho y me hicieron un nudo en la garganta, que sólo se pudo saldar con un perlado lacrimógeno.

Pero como dicen que la sal de las lágrimas lava y expurga las penas más delatoras y profundas, sentí después el alivio que depara el placebo milagroso de la palabra.

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Y de la palabra, el poeta de Dolores, Tolima tiene un almacén bien surtido con esas  medicinas del espíritu, que en presentación de frasquitos de onza de sus endecasílabos, como en las boticas centenaristas, son sus estimulantes versos que cantan a la vida, al amor, al destino ineludible, a la mujer como estandarte de su poesía, al calor y la memoria de la nacencia, y al territorio que nos atañe con el verde musical de sus paisajes: Ese universo que en los vuelos de la imaginación, transmuta el poema.

“La luz que nos permite ver la vida tal y como es”, de la que habla el escritor Penn Warren, crepita latente y redentora en el alma de Polanco y ojalá nos acompañe y nos guíe siempre en los derroteros existenciales de nardos, espinas y abrojos que a fin de cuentas es este pedregoso camino de la existencia, ese eterno ejercicio que compromete al hombre a transgredir y cuestionar la condición humana, y nuestro breve y dispendioso viaje terrenal.

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Está escrito: La vida de algunos hombres no siempre está signada por el oficio o profesión con el que comúnmente se les conoce, sino por la virtud intrínseca con que la naturaleza los premia.

A Polanco, en los albores de su vida, aquejada por necesidades económicas, pero más por los derrotes de la persecución y la violencia bipartidista que fue incisiva en el territorio que lo vio nacer, Dolores, Tolima, nunca se le pasó por la cabeza que con el tiempo se fuera a convertir en uno los más vigorosos y prósperos empresarios de la industria discográfica en Colombia, potencial generador de empleo a lo largo de 35 años, al frente de su emblemático  sello Discos La Rumbita, con el que alcanzó a dirigir alrededor de setenta almacenes en diferentes puntos del país.

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La cada vez más abrumadora tecnología digital y la rapiña arrasadora de la piratería acabaron con su razón social, como lo han sufrido cantidad de compañías disqueras y tiendas de música. Hace cinco años, con nostalgia, pero con la satisfacción del deber cumplido, cerró el último almacén, ubicado en la calle 22 con carrera 7°: el Mercado Mundial del Disco.

La Rumbita quedó en el recuerdo, como la primera emisora por internet dedicada a la música colombiana que él fundó y dirigió; pero Polanco no abandonó su querencia. Allí asiste todos los días, como si estuviera cumpliendo al horario puntual que durante años le confirió su rol de propietario y gerente. Después de innumerables bregas con el acetato, el casete y el discompacto, se dedicó de lleno a su vocación de poeta y compositor, oficio que viene desarrollando con esmero y dedicación de hace más de veinte años.

En esa misma oficina donde a diario se reunía con managers, promotores, directores,  gente de la industria, y por supuesto, artistas del momento como Shakira,  Diomedes Díaz, Joe Arroyo, Fruko, Noel Petro, entre otros, Polanco emprende el vuelo de la inspiración a la caza de versos, relatos costumbristas de sus vivencias en las parcelas de la infancia, pero también del amor en todas sus formas, a la mujer que nos dio el ser, a la compañera de vida, a la patria, a su gente, a su música y a sus tradiciones, hasta que cae el velo de la noche.

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En este ejercicio solitario, el bardo tolimense se revela hondo y reflexivo con esa Colombia que lo exalta, pero que también lo toca en lo más profundo, en el conflicto que llevamos padeciendo tantos años, en la desigualdad social, pero también en el anhelo de paz y reconciliación, y en la fortaleza, el ingenio y la capacidad de los colombianos ante la adversidad. Como la historia así lo ha demostrado.

Hay que oír a Polanco relatando sus innumerables anécdotas, como las de aquellos tiempos cuando fue pionero en Colombia del telemercadeo, a través de un televisor de los antiguos donde exhibía en una ventana de su almacén que daba a la calle, las promociones del momento con vídeos domésticos que él mismo producía y mezclaba.

Afuera, la gente se arremolinaba, y varias veces se presentaron accidentes en la carrera 7°, porque quienes iban al volante quedaban embebidos con los saltos y piruetas de un Mario Moreno ‘Cantinflas’ en blanco y negro, bailando descalzurriado al son de La lambada, El revoliático, La maestranza, El pávido navido, o con cualquiera de los hits del momento.

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También de las proezas que hacía con los artistas que invitaba a su almacén, como Shakira, que aparece en un vídeo artesanal de antología enredada con el cable del micrófono, anunciando uno de sus trabajos musicales, con la promoción de rigor para todos los ídolos: ‘Adquiéralo aquí, en Discos La Rumbita’.

Estricto, disciplinado, exigente, con el carácter y la transparencia de los tolimenses curtidos en el trabajo y la confianza en sí mismos, Polanco resume sus nostalgias como empresario discográfico, motor y generador de empleo, y ejemplo para las nuevas generaciones de cómo se puede empezar de cero y, con temple, actitud y perseverancia, llegar muy lejos.

Tal y como él lo hizo hace 50 años, cuando soñaba ser un locutor estrella, pero el destino le tenía otro terreno preparado: el del comercio musical, el mecenazgo como semillero de nuevas promesas artísticas, y en su fuero personal, esa aura de Quijote representada en el oficio silente de la escritura, como lo sustenta su libro Fabio Polanco, el otro, el auténtico, prologado por el reconocido escritor y periodista, hoy Embajador de Colombia ante el gobierno de Portugal, Germán Santamaría.

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La poesía es lo eterno, y ella demuestra la existencia del hombre y perpetúa su memoria. Entre el hombre y la poesía existe un solo puente: el amor (…) En el epicentro de este paradigma fantástico, se encuentra la parábola vital y la obra de Fabio Polanco, hijo de la mujer y de la tierra, pasajero del mundo, cazador de pasiones; asume la poesía como quien enfrenta los más altos desafíos de la existencia.

Con Fabio Polanco no sólo se habla de arte, de música y de poesía, sino de todo lo que concierne a ese ejercicio voraz y apasionante que, como en el título del memorioso libro de Cesare Pavese, El oficio de vivir, nos remite a reflexionar sobre el por qué y el para qué de nuestra rauda estación en el planeta, pero también de las glorias, batallas, frustraciones y mezquindades humanas.

En su apostolado con su recital poético-musical La Paz tiene la Palabra, acompañado en el piano por el maestro Jorge Zapata, y con la interpretación de sus letras de la virtuosa contralto manizalita Bibiana, Fabio Polanco se consolida como el Poeta del Perdón y la Reconciliación, del No rotundo a la guerra, y del Sí perdurable de la Paz, que es el anhelo esperado por tantos años, que todos los colombianos de bien estamos abrigando.

Sus recitales, de lleno en diferentes auditorios, le han retribuido el aplauso y el reconocimiento masivo en escenarios como la Casa de Poesía Silva, la legendaria Librería Lerner (sede centro), el paraninfo de la Biblioteca Nacional de Colombia, el salón ‘Luis Carlos Galán’, del Congreso Nacional, el Comando de Policía del Departamento de Boyacá, en la apertura de la instalación de la Red Nacional de Paz y Prosperidad, el 43° Festival Internacional de la Cultura, en Tunja, la Cárcel de Mujeres El Buen Pastor, la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, el Santuario de Monserrate, en el marco de la Celebración Eucarística oficiada por Monseñor Sergio Pulido Gutiérrez, la Catedral Primada de Colombia, el pasado 9 de febrero, en el Homenaje Nacional a los Periodistas Asesinados, organizado por el Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB); la celebración del Día del Tolima, el 12 de abril, y la versión 29° de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, el pasado 30 de abril.

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El otoño del poeta

(A Fabio Polanco, bajo la luna plena de sus 70 primaveras)

Este hombre que ha librado naufragios y batallas

Bajo soles incendiarios y lunas feroces de tormenta.

Este hombre que ha sobrevivido a los

Cataclismos del mundo y de la carne.

Que ha sentido el dulce aliento de las castas

Y el triste abrigo que ofrendan las impuras.

Este hombre que ha sufrido el azote de la guerra

Y que tuvo por infancia el siniestro

Espectáculo del dolor y la metralla.

Que se vio obligado a abandonar su parcela,

Su rancho, su gozque, dos vacas,

Seis gallinas y un arado.

Este hombre a la vera de su otoño,

Curtido por las moliendas de la vida,

Que no se ha rendido ante nada ni ante nadie,

Que se ha jugado los dados por la cicuta y el almíbar,

Que lleva bajo el brazo un legajo

Y entre labios una espiga

Este hombre de barba y patillas plateadas,

Hoy libre de ataduras y rencores,

Empuña una pluma como espada

Y su único combate es con la furia de las palabras.

Este hombre es un viejo poeta

Y como rapsoda entre sus líneas,

Aún sueña con un país en paz.

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