domingo noviembre 24 de 2024

La artesanía de Humberto de la Calle no se podrá tirar por la borda UNO Y DOS

27 septiembre, 2016 Opinión, Política

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 Por Augusto León Restrepo

 UNO

Una bandera colombiana ondeó sin parar durante el acto en el que el Presidente de Colombia Juan Manuel Santos y el Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Rodrigo Londoño Echeverri, firmaron los Acuerdos de La Habana, que ponen fin al conflicto armado que durante cincuenta y dos años asoló la geografía de nuestro país. Ese emblema era de cuatro colores. Al amarillo, azul y rojo, le agregaron una franja blanca, que es el color que identifica universalmente a la utópica y anhelada Paz, cuyo alcance empezaremos a construir entre todos, a partir del día de hoy 26 de septiembre. La lucha por trabajarla para las generaciones presentes y futuras, va a ser ardua, dificultosa, llena de sobresaltos, pero con vehementes obreros que trabajaremos sin descanso hasta verla coronada como destino histórico. Esos pañuelos blancos que se esgrimieron hoy en ciudades y aldeas en manos de víctimas y de victimarios, de gentes de nuevos rostros y de arrugados ceños, de las diversidades étnicas, de los campesinos, estudiantes y universitarios, artistas, industriales y trabajadores, de los poderosos y de los marginados, nos imponen el compromiso de no desfallecer. Las palomas y las banderas blancas tendrán que dejar de ser símbolos para convertirse en realidades. Y los balígrafos nos servirán para denunciar sin miedos ni reservas los incumplimientos de los Acuerdos, que puedan derivar en combustibles incendiarios. Porque la consigna es NO más muerte y SÍ a la VIDA. La llave alegórica abrió la puerta de ese futuro que hay que volverlo promisorio. Hay que volverlo, con la vigilancia ciudadana para que todos y cada uno de los Acuerdos sean respetados, sagrados. En la vida práctica nada hay que provoque más descorazonamiento que el incumplimiento de una promesa. Si bien la savia de la política tradicional es la violación de las promesas, el desconocimiento de la palabra empeñada, éste negativo paradigma hay que desaparecerlo de las costumbres populistas, demagógicas y democrateras. La nueva política así lo exige y por lo menos un inicial aire de que así será, es la presencia en el posconflicto de la Iglesia, de las organizaciones internacionales, de los países garantes, que van a ejercer una tutoría permanente en este sentido. El trabajo de orfebrería que realizaron los equipos negociadores, en el caso de la institucionalidad bajo la orientación del Jefe del Estado y la inteligente y serena artesanía del ovacionado Humberto de la Calle Lombana y de su equipo no se podrá tirar por la borda porque sería una frustración que no nos perdonarían las generaciones futuras, que al contrario de lo que nos ha sucedido a las precedentes, tienen derecho a una tierra fraterna en la que puedan paladear el bien común, la felicidad y el confort, que son las metas de los Estados modernos, para lo cual La Paz, sobre todo la de los espíritus, es de su esencia y fundamento.

DOS

El proceso político que culminó en Cartagena, es aleccionador y contundente. Es el triunfo de la osadía y la persistencia de un Presidente, Juan Manuel Santos, que se jugó su capital político por obtener un logro que, sería torpe negarlo, va a despejar el camino para que algún día, y el día esté cercano, Colombia entre de lleno en la modernidad civilizadora. Sus enemigos machacan a diario sobre sus falencias de gobernante y para descalificar su trabajo exitoso y triunfador en el proceso que concluyó con el Acuerdo de la terminación de un conflicto armado de 52 años con la subversión, acuden a un inventario de problemas sin solución a la vista, en su mayoría heredados de administraciones anteriores. Y con pasiones y sentimientos subalternos, quieren expresarle sus democráticos y respetables reclamos de oposición, con un voto por el NO en las elecciones plebiscitarias del próximo domingo. Error manifiesto. Las Farc , han sido ingresadas, sin terrorismo y sin armas -así lo dice el Acuerdo de La Habana- a la lucha por el poder, al lado de los partidos tradicionales. Este solo hecho, bien podría hacer retroceder el voto castigo. Porque además, el proceso, lo hemos escrito aquí desde hace tiempo y lo ha repetido el Presidente Santos, no es, no puede ser santista. Es del pueblo en general, como un resultado histórico, original, colombiano, nuestro, con las imperfecciones que De la Calle ha reconocido en su filosófico y aconsejable escepticismo optimista. Y mal haríamos olvidar, pensando en las próximas elecciones, y no en las próximas generaciones, que la realidad lo que se nos impone es apoyar y ratificar con el SÍ los Acuerdos de La Habana , que son el futuro, en vez de sufragar por irreales y soñadoras propuestas caudillistas de retrotraer la historia . En fin: que esa bandera de cuatro colores, amarillo, azul, roja y blanca , flameada sin tregua por la brisa cartagenera del 26 de septiembre sea la que en adelante ondee y que ojalá los dioses tutelares la conserven y no tengamos jamás que arriarla para reemplazar el simbólico blanco por los ominosos crespones de luto. Que así sea.

Post scriptum: ” Los hijos de los ricos no van a la guerra. Si los soldados de la Patria fueran de estratos cinco y seis, la guerra se hubiera terminado hace años”. De la sabiduría popular.

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