martes julio 16 de 2024

Los Austrias. El vuelo del águila del historiador español José Luis Corral

22 octubre, 2016 Libros

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La historia desde dentro

Antes de 1492 el país que hoy es España está dividido en varios reinos, incluyendo uno, Granada, en poder de los musulmanes. Menos de treinta años después, todos los reinos están unidos bajo la misma corona, lo que empieza a ser España está incorporando un vasto imperio trasatlántico y el mismo monarca que reina en España lo hace sobre el gran imperio de los Habsburgo. Ese extraordinario proceso se produce en un periodo históricamente muy corto, enormemente complicado y al que, tradicionalmente, los manuales de Historia apenas dedican espacio. Esa serie de acontecimientos decisivos constituyen el argumento de esta novela, y ése sería su primer elemento de interés. Otro es que, como queda dicho, se sabe muy poco de esos años: la mayoría de la gente da por hecho que a los Reyes Católicos les sucedió su nieto Carlos I (el emperador Carlos V) con un brevísimo e interrumpido reinado de los llamados Juana la Loca y Felipe el Hermoso, pero ignora las tremendas luchas políticas que se dieron entre la muerte de Isabel y la llegada de Carlos. Un tercer y decisivo elemento de interés en Los Austrias. El vuelo del águila es dejar claro algo que los viejos libros de Historia dejaban intencionadamente oscuro, dando a entender que aquellos territorios europeos pertenecían a España, en cuyos dominios “no se ponía el sol”. La realidad histórica es mucho más complicada. Tanto se podía decir que España era dueña de todo aquello como, con más razón, que el imperio Habsburgo era dueño de España. Y todo eso –cuarto elemento de interés de esta novela- está contado por medios de personajes, históricos o de ficción, pero con una misma solidez y verdad literaria, con lo que el autor consigue los dos grandes fines de la novela histórica: entretener al lector haciéndole entender con la mayor claridad complejos procesos de la Historia.

Una coyuntura difícil, un giro histórico

Los Austrias. El vuelo del águila empieza con la muerte de Isabel la Católica en 1504, momento en el que se plantea un agudo problema, su sucesión. Su heredera es su hija Juana, y eso implica la separación de los reinos que los católicos han mantenido unidos, Castilla y Aragón, ya que Fernando vive y a Juana las leyes de Aragón le impiden reinar allí. Pero la salud mental de Juana, a la que se acabará llamando la Loca, ofrece dudas, e Isabel deja a su marido Fernando como gobernador de Castilla, aunque Juana sea la reina titular. Loca o no, a un ambicioso Fernando le interesa que así se la considere para permanecer él rigiendo los destinos de Castilla (junto con los de Aragón, de donde es el rey natural). Fernando pretende, incluso, que se invalide el testamento de Isabel, aduciendo que tampoco era consciente cuando lo dictó. Además del problema de la presunta locura de Juana, Fernando tiene dos grandes enemigos que suponen otros tantos obstáculos para sus planes de reinar en Castilla: Felipe, el esposo de Juana (al que también le interesa que se considere loca a su mujer para ser él el que asuma directamente el poder), y la nobleza castellana, que le considera un extranjero. La famosa “unidad de España” de los viejos manuales, llevada a cabo por los Reyes Católicos, dejaba mucho que desear. Castilla y Aragón eran reinos distintos, con leyes e instituciones distintas y llenos de prejuicios de unos contra otros.

Durante unos años, el camino que fuera a tomar lo que todavía no era España (con sus reinos unidos o no, ligada al imperio de los Habsburgo –los Austrias, para nosotros- o sola) estuvo totalmente en el aire. La temprana muerte de Felipe (el Hermoso) aclaró el panorama. La corona pasó al hijo de Felipe y Juana, y nieto de los católicos, Carlos, que trajo consigo –como nieto, a su vez, de Maximiliano de Austria- las posesiones europeas de los Habsburgo. La historia de lo que se conoce como la España imperial echó a andar en ese momento. Pero esos quince años dan para más de setecientas páginas de una novela repleta de acontecimientos, intrigas, enfrentamientos, asesinatos políticos, compleja política internacional, en una sociedad que está entrando en un mundo nuevo; no por casualidad la tradicional división en edades de la Historia sitúa aquí la frontera entre la Edad Media y la Moderna. Una novela que cumple a rajatabla con las dos premisas básicas del género: el rigor histórico y la amenidad narrativa. En cuanto a lo primero, no hay duda de que éste es el libro de un historiador, los apéndices (cronología, árboles genealógicos) y la bibliografía que se incorporan lo dejan claro. En cuanto a lo segundo, la galería de personajes, la intriga, la brillantez de los diálogos, la plasticidad de las descripciones (de las ceremonias cortesanas, las casas, los caminos de Castilla, los vestidos), hacen que el lector se sienta dentro de lo que le están contando, como si hubiera atravesado la puerta correspondiente del Ministerio del Tiempo.

José Luis Corral entreteje a los personajes históricos con otros de ficción, creando una trama tan absorbente como verosímil y respetuosa con los hechos históricos, o que sugiere hipótesis convincentes allí donde hay lagunas históricas. Junto a Fernando el Católico, Felipe y Juana, el cardenal Cisneros, Carlos I, el Gran Capitán, Maximiliano de Austria, el papa Julio II, Germana de Foix, los reyes de Inglaterra y Francia…, el autor crea a una familia de conversos, cuyo cabeza, el médico Pedro Losantos (un converso que cumple con “casi todos” los preceptos de la Santa Iglesia Romana) va a recibir de Fernando el Católico el encargo de realizar alguna misión secreta. Fernando piensa en él, además de por sus cualidades, por ser una persona anónima en la que nadie se fijará. Ese encargo del rey le cambiará la vida a Pedro Losantos.

Los nobles castellanos, entre los que hay una mayoría de detractores de Fernando, conspiran contra él desde el primer momento. Para estos detractores, Fernando es un extranjero y Castilla y Aragón reinos muy distintos, aunque sus defensores alegan su largo tiempo como rey de Castilla y sus éxitos, como la conquista de Granada. Esos enfrentamientos muestran también un momento histórico en que el rey no se ha afianzado todavía como monarca absoluto y no ha dejado de ser del todo el primus inter pares que ha sido durante la Edad Media, un rey que necesita a una nobleza frecuentemente díscola.

Felipe el Hermoso, por su parte, reivindica para sí el trono de Castilla y también quiere que Fernando se retire a su reino de Aragón. El enfrentamiento entre ambos es el de dos zorros que mantienen una larga pugna que, bajo la hipocresía de las formas (tratándose como “querido padre” o “querido hijo”), muestran sus respectivas fuerzas con amenazas apenas veladas. Cuando se encuentren frente a frente, acompañados de sus respectivos séquitos, serán “como dos formidables sementales que se observan a lo lejos sopesando sus fuerzas”.

En lo único que coinciden ambos es en sostener la locura de Juana, que se ve así atrapada entre las ambiciones de su padre y de su esposo, como un peón, como mujer entre perro y lobo. Fernando antepone sus ambiciones políticas a su condición de padre y Felipe llega a mantener a Juana prácticamente prisionera en Flandes.

La locura de Juana

¿Estaba Juana realmente loca? Antes de la muerte de Felipe, las opiniones estaban divididas entre quienes la trataban. Juana siempre había tenido una fuerte personalidad desde pequeña, cuando ya era rebelde e independiente. Luego aparece como inocente e incauta, sometida a su esposo por un amor ciego, y a la vez altiva y orgullosa, fría y dura como un témpano de hielo. Era “dos mujeres en un solo cuerpo, dos sentimientos en una sola alma”, alguien que se enfrentaba a la vida de una forma dual, se dice en el libro. Capaz de pasar en un instante de la más encendida euforia a la más profunda depresión, era un espíritu libre que no admitía reglas ni imposiciones. Juana Losantos, la esposa de Pedro, no la cree loca y la define como “una muñeca rota en manos de hombres sin escrúpulos”.

En todo caso, los celos desaforados que sentía por Felipe fueron un factor agravante, y, tras la muerte de éste, la locura de Juana ofrece menos dudas. Se niega a admitir que Felipe ha muerto y organiza una delirante procesión con su cadáver por las tierras de Castilla en dirección a Granada, procesión que ha sido reproducida por el cine y la pintura histórica, y que da lugar a unas páginas extraordinariamente vívidas en la novela: “Durante varias noches, decenas de nobles, soldados y clérigos avanzaron por los congelados campos de Castilla, con los pies hundidos en la nieve, durmiendo de día en miserables cabañas y mugrientos pajares, y caminando como fantasmas a la luz de las antorchas, empapados hasta los huesos, ateridos de frío, llenos de espanto y sumidos en la estupefacción”.

Notabilísima galería de personajes

Los poderosos personajes que la protagonizan son una de las grandes bazas de Los Austrias. El vuelo del águila. Poderosos, desde luego, en un sentido literario por la potencia con que están dibujados, tanto los históricos como los de ficción. Pero los personajes históricos fueron además poderosos en un sentido real. Y a menudo muy discutibles.

Fernando el Católico aparece como decidido, autoritario, astuto, desconfiado. Usa a las mujeres de su familia como peones de su política matrimonial. Llega a pensar en casar a Juana, viuda y ya claramente loca, con el rey de Inglaterra. Si alguna mujer reivindica el matrimonio por amor, él replica: “Amor, amor… una moda funesta llegada de Italia”. Lujurioso, prácticamente ejerce el derecho de pernada, reclamando a cualquier joven que le guste en los pueblos por los que pasa. No se molesta en recibir a un Colón viejo que le ha dado un mundo nuevo, y que le considera un desagradecido y un egoísta, del que no hay que fiarse. Engaña constantemente al Gran Capitán y, pese a su título de Católico, no se muestra especialmente creyente. Aficionado al ajedrez, practica la política internacional como si fuera un gran tablero

Felipe el Hermoso, menos experto que Fernando, comparte con él la ambición política y el supeditar a ella todo lo demás, incluyendo a su mujer, Juana.

Maximiliano de Austria defiende antes de nada los intereses de su casa de Austria (o Habsburgo, cuyo emblema -el águila- da título a la novela), a la que quiere convertir en el linaje más poderoso de Europa, fin al que supedita todo. Carlos I hereda ese pensamiento. “Lo importante es nuestro linaje, la casa, la familia”, dirá.

El cardenal Cisneros aparece como un hombre inteligente y abnegado, preocupado sólo por los intereses de Castilla.

Julio II es un papa político y guerrero, más interesado en los asuntos temporales que en los espirituales.

Enrique VIII de Inglaterra sostiene que un rey debe ser taimado e imprevisible, ocultando sus sentimientos y actuando siempre en beneficio de su corona y de su reino.

Luis XII de Francia aparece más dedicado a la caza y a oír a músicos y trovadores que a los asuntos políticos.

El Gran Capitán, leal hasta el extremo, pero rodeado de envidias y maledicencias que tratan de sembrar sospechas en la mente de Fernando.

Germana de Foix, segunda esposa de Fernando el Católico, pasa de ser una jovencita sumisa a una mujer fuerte, capaz de tener una relación con el nieto de su marido, y que aprende pronto la hipocresía necesaria en las relaciones políticas y diplomáticas.

Los personajes de ficción no son menos atractivos. Si las mujeres de la familia Losantos, Juana y su hija María, son fuertes y sagaces, Pedro, el cabeza de familia, se ve metido en un mundo y una situación que le superan. Aunque adulto, vive algo muy parecido a una historia de aprendizaje. Se acaba convirtiendo en un instrumento del rey y esa experiencia le endurece y hace de él un hombre distinto. Los Losantos, en tanto que conversos, tienen algo de supervivientes, siempre con la sombra de la Inquisición planeando sobre ellos, y necesitados por ello de protegerse con la cercanía al poder real.

Un mundo no tan distinto

En esos años primeros del siglo XVI la sociedad está cambiando rápidamente. Como dice Pedro Losantos, “el mundo que conocimos se está acabando”. Los astrólogos todavía tienen credibilidad y son consultados por los reyes, pero Lutero acaba de exponer las tesis en las que defiende la reforma de la Iglesia, dando origen a uno de los conflictos característicos de la modernidad.

En todo caso, es un mundo que comparte varios rasgos con el nuestro. Los banqueros empiezan a tener en su poder a los Estados; los agentes del rey actúan como espías profesionales del siglo XX; el poder organiza campañas de propaganda para favorecer sus intereses (por ejemplo, la aceptación por el pueblo de Carlos I); se podían emprender guerras por cuestión de prestigio o como demostración de fuerza ante terceros (Fernando ataca Argel no sólo por ir contra los piratas, sino para mostrar músculo y que Maximiliano, Felipe y el papa se lo piensen antes de ir contra él); los extranjeros (los moros) son vistos con recelo, pero a la vez son necesarios para realizar ciertos trabajos; los cocineros ya tenían perfecta conciencia de la importancia de su trabajo y del valor de “sus” platos, había curas abusadores y las esposas de los reyes (era el caso de Isabel la Católica) aguantaban estoicamente en público los devaneos amorosos de sus maridos, igual que hoy algunas esposas de reyes o presidentes.

Una gran novela histórica

José Luis Corral, un aragonés que en esta novela adopta el punto de vista castellano, ha conseguido con Los Austrias. El vuelo del águila una extraordinaria novela histórica en la que equilibra perfectamente el interés del periodo histórico con el modo de presentarlo en una narración ágil y vívida.

Es un momento de gran cambio, de asentamiento de unas monarquías que, hasta hace muy poco no tenían cortes fijas sino itinerantes y el trono era la silla de montar. El mundo se ha globalizado, todos los monarcas tienen numerosos frentes abiertos y el escenario internacional es un complejo tablero de ajedrez en el que juegan España, los Habsburgo, Francia, Inglaterra, Venecia, el papa, los turcos… “En aquellos días todos trataban de engañar a todos… eran reyes y papas, pero se comportaban como tahúres de taberna, haciendo cuantas trampas podían para acrecentar su poder, su riqueza y sus dominios. Se escribían cartas en las que se trataban con la cortesía propia de los caballeros y se dirigían unos a otros con apelativos como hermano o primo, pero, si se les hubiera presentado la menor oportunidad, se hubieran acuchillado unos a otros por la espalda sin ningún reparo.”

Así, los Austrias consideran su entrada en España como la clave de su plan para dominar toda Europa. Y Fernando no quiere que sus estados queden desvaídos entre los dominios de la casa de Austria. Por eso a Fernando le obsesionará hasta la desesperación el empeño por tener un hijo varón que le herede.

Dentro de ese contexto, los reinos hispánicos tienen problemas propios. El último reducto de poder musulmán acaba de ser expulsado, pero las poblaciones musulmanas que permanecen constituyen una minoría difícil de asimilar, aunque ellos no conocen otra patria que la de Castilla o Aragón, donde llevan viviendo ochocientos años (más de los que han pasado de entonces a hoy). La pugna entre las cortes y el rey marca la política y la frágil unidad conseguida por Isabel y Fernando está en el aire (algo perfectamente plasmado en la novela a través del problema legal sucesorio a la muerte de Isabel). Contrasta el esplendor de Flandes y sus palacios con la austeridad de Castilla, algo que Carlos I percibirá nada más poner un pie en la península. Lo cierto es que en Flandes hay una pujante y emprendedora clase burguesa y en Castilla los hidalgos, como bien vería el Lazarillo y refleja la novela, son una clase ociosa.

Pero todo el cinismo y la dureza de la política deja resquicios en ocasiones para que se filtren los sentimientos y el factor humano en páginas llenas de emoción. Así, el último encuentro entre Fernando y su hija Juana, los dos arrodillados sobre el polvo del camino, abrazados y sollozantes, dolidos y apesadumbrados; o la muerte del propio Fernando, o el reencuentro de Carlos y Juana.

José Luis Corral da cuenta de todo eso, de la alta política y de los sentimientos de los individuos, de un mundo en el que se secuestra a negros de África para llevarlos como esclavos a América, pero en el que también hay hombres que se oponen a la esclavitud. Nos describe usos de la época como la caza con halcón o las comidas y nos introduce en el interior de las habitaciones de los reyes y de la gente corriente. Nos lleva a los palacios suntuosos y por los caminos nevados de Castilla en los que se atascan los carros. Todo, de un modo intenso y ágil a la vez. En una excelente novela histórica que dignifica el género.

EL AUTOR: José Luis Corral es profesor de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza y uno de los autores de novela histórica más reconocidos de nuestro país. Entre sus obras destacan las novelas El Cid, Trafalgar, Numancia, El número de Dios, ¡Independencia!, Fulcanelli, el dueño del secreto, El Códice del Peregrino, El médico hereje o El trono maldito, además de ensayos como El misterio de las catedrales.

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