Colombia huele a café
Por Karen Bernal Marrugo
Revista MIA
Fotos Cortesía y Revista MIA
¿Le ofrezco un tintico? Es una amable invitación, acompañada de una sonrisa cálida y amigable, de la que nadie puede escapar cuando visita un hogar colombiano.
En Colombia, el café, más que una rica y revitalizante bebida, representa toda una cultura, que comienza desde los campos, con el esfuerzo y la pasión de los caficultores.
De visita en las tierras cafetaleras
“Bienvenidos al Paisaje Cultural Cafetero, una tierra acogedora, de gente amable y trabajadora, donde más que café, sembramos paz”, exclamó el conductor y guía Luis Eduardo Correa al llegar al departamento de Risaralda. Su público, que disfrutaba de un calentao’, el desayuno típico de la zona, aplaudió ante el entusiasmo de este ‘paisa’ de gran sonrisa.
Y es que se siente mucha paz en aquel agradable lugar de clima templado y casas de fincas integradas a la naturaleza de las montañas, con coloridos corredores embellecidos por helechos y orquídeas; donde los cultivos de café, plátano, maíz y frijol visten simétricamente las faldas de las cordilleras.
Es un sitio formado por pueblitos paisas (se le llama así a los colonos de Antioquia que empezaron la cultura cafetera en el lugar hace más de 100 años), distribuidos alrededor de la plaza y la iglesia, de calles empinadas y casas típicas de bahareque y teja de barro. Allí el 70% de los habitantes depende de la caficultura y, a diferencia de otros lugares del mundo, existe relevo generacional en el cultivo de este grano.
El Paisaje Cultural Cafetero se encuentra hacia el centro-occidente colombiano, un territorio entre los departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda y parte de Valle del Cauca, ubicados en las ramificaciones Central y Occidental de la cordillera de los Andes, que están conectados entre sí por la llamada Autopista del Café. En este sitio se produce una categoría especial de los cafés arábicos, conocida como suaves colombianos, famosa en el mundo por ser la mejor de los cafés de este tipo.
Ésta es una de las zonas donde se produce más café del territorio colombiano desde hace más de un siglo (el grano es cultivado en más de 43 mil fincas), desde que se dio la colonización paisa en Colombia. De manera que allí se concentra más de una tercera parte de la producción de café del país (alrededor del 23%), según datos de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, una de las ONG rurales más grandes del mundo que representa a más de 560 mil familias dedicadas a la producción cafetera en el país.
La magia y la tenacidad detrás de la taza
En el Paisaje Cultural Cafetero se puede disfrutar de atractivos como el Parque Nacional del Café (en el Quindío), el volcán Nevado del Ruiz (en Caldas) y las aguas termales de Santa Rosa de Cabal (en Risaralda), pero el mayor encanto de este destino es poder observar de cerca la meticulosa producción que hay detrás de cada taza de café colombiano.
En Risaralda, la mayoría de las fincas pertenecen a pequeños propietarios (es decir, aquellos que tienen entre una y cinco hectáreas de terreno), que trabajan los cultivos en familia.
Cuando es época de colecta, en octubre, se contrata mano de obra temporal, a la que muchas veces se le brinda hospedaje y alimentación, pues, por lo general, las fincas se hallan en áreas un poco distantes de los pueblos.
La jornada laboral en estas viviendas comienza con los primeros rayos del sol, y termina entrada la noche, debido a que el trabajo es complejo, especialmente en época de cosecha, donde se recolecta manualmente la cereza roja del café. La verde se deja para los próximos pases (cada vez que el recolector toma la cosecha de un mismo cafeto). Cada cafeto tiene 7 u 8 años de vida, luego de este tiempo se corta para sembrar otro nuevo.
La cereza es llevada por cada trabajador al lugar donde el administrador realiza la pesa. En una buena época, un recolector eficiente puede recoger hasta 150 kilos (más de 330 libras) de café por jornada, lo que equivale a tres sacos.
Después, se hace el proceso de beneficio, donde el grano se lava y se pela y, posteriormente, se pasa por unas máquinas que le quitan la cáscara y la baba y separan los granos defectuosos. Por último, se hace el proceso de secado, que puede ser en silos o al aire libre, del cual resulta el pergamino del café, de color blanquesino.
De allí, los granos son comercializados a través de las cooperativas de caficultores o agentes privados. En algunas fincas, el café se vende húmedo.
Mientras tanto, en la casa, la mujer, por lo general, permanece haciendo las labores domésticas. Luz Piedrahita junto a su esposo Ángel Soto cuidan la finca La Cabaña en la Vereda de Manzanillo, en el municipio de Santa Rosa de Cabal. Ella comienza a hacer los quehaceres de la casa a las 7:30 de la mañana y termina a las 10 de la noche.
“Acá no hospedamos a los trabajadores porque viven cerca, pero sí hay que levantarse bien tempranito para tener todo listo en la casa mientras el señor (refiriéndose a su esposo) está por allá por los cafetales”, cuenta mientras dirige el tour por la impecable casa de paredes blancas y puertas naranjas, donde cada mueble se encuentra tan bien acomodado que una no se atrevería a moverlos para no romper el encanto del lugar.
Nos ofrece “un alguito”, que consistía en un chorizo santarrosano, acompañado con arepa, tomate y naranja, típico de la región. “Los mejores del país”, señala con orgullo, aclarando que “no es mucho, pero lo hacemos con mucho cariño”.
Más que un rico café
La caficultura es parte importante de la vida social y económica y de la idiosincrasia de los habitantes de esta zona del país. Solo basta con escuchar los cantos alegres de los recolectores, mientras cosechan entre los cafetales que sobrepasan sus cabezas; o visitar a una de las amables familias que administran las pequeñas y pintorescas fincas cafetaleras; o mirar en cada parque y plaza a señores conversando, mientras disfrutan de una taza de café a cualquier hora; o hablar con algún miembro de la Federación Nacional de Cafeteros, que siempre tiene un dato interesante que aportar sobre el cultivo del café.
“Aquí en Risaralda no cultivamos solo café, sino también trabajo y paz. Aquí no vendemos el fruto de nuestros árboles, sino que vendemos el fruto de nuestros sueños”, dice el representante al comité directivo y nacional de Federacafé por Risaralda, Alejandro Corrales Escobar, explicando que parte del compromiso del caficultor colombiano es que precisamente su trabajo es bien remunerado. “En época de cosecha, como la que vivimos ahora, un recolector eficiente puede ganar hasta dos mil dólares al mes. Acá se vive bien”.
El compromiso y el amor por el trabajo, cultura e historia, es el motor que impulsa el desarrollo de la caficultura sostenible en esta región. “El arraigo, la querencia, la idiosincrasia y el sentir de nuestros caficultores es algo único”, dice el ingeniero Luis Miguel Ramírez, quien representa a 2,250 caficultores del municipio de Belén de Umbría (el quinto productor más grande del país y el tercero más tecnificado). Además, “es el municipio con más asociatividad en el país y en Latinoamérica, lo cual significa que nos gusta trabajar en equipo”, según el ingeniero.
La cultura, el esfuerzo familiar de varias generaciones, la producción de un café de calidad (cuyos estándares son referencia a nivel internacional), la construcción de un capital social estratégico, a través de la asociatividad; y la conservación y equilibrio entre tradición y tecnología (la mayoría de los procesos se hace de forma manual debido a las condiciones topográficas) para garantizar la calidad y sostenibilidad de los cultivos, hizo que la Unesco reconociera el lugar como Patrimonio Mundial en 2011.
Viaje cortesía de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia