martes noviembre 19 de 2024

Desde La Santamaría

10 febrero, 2017 Bogotá, Opinión, Variedades

Por Augusto León Restrepo

Se nos había olvidado  que el sábado 4 de febrero se correrían novillos en la Plaza de Santamaría de Bogotá. La empresa organizadora le puso la mínima atención a la presencia en el ruedo de tres jóvenes que dan los primeros pasos en la escabrosa profesión que aspiran a coronar en sus sueños, profesión que hasta cárcel puede tener en el horizonte, si las leyes colombianas consideran el toreo como maltrato animal. Maltrato animal el boxeo , las puñaladas y las pedradas que se intercambian los joligans criollos después de los partidos de fútbol. Ejemplo mas reciente, los tumultos y los heridos del debut del América de Cali, de nuevo en la primera categoría del fútbol colombiano, que tratan de emular  los alborotados antitaurinos. Decíamos que la empresa, la prensa, la publicidad y hasta los cronistas le dieron la espalda a los novilleros. Sin embargo, unos dos mil quinientos aficionados estuvimos en el examen de los primíparos y sí que disfrutamos. Un encierro parejo en su presentación envió la ganadería de Ambaló que pace en el departamento del Cauca, en Silvia, de los herederos de Don Pepe Estela a quien los sabihondos de Cali lo apodaban el Marqués de Toro Manso. En la Santamaría su encierro embistió y le permitió a Guillermo Valencia, tocayo y paisano del Maestro popayanés, el poeta Guillermo Valencia, Andrés Manrique, de la Dinastía bogotana de los Manrique -su padre lo acompañó desde el callejón- y el español Antonio Catalán, «Toñete», a todos y cada uno, a poner en práctica las lecciones que les dieron sus tutores en las escuelas taurinas y los novillos en las tientas y las plazas de provincia. Bien trajeados, valientes los tres, se entregaron de lleno y si no cortaron orejas fue por su falta de destreza en la suerte de matar, que solo se aprende a punta de experiencia. Pero les vimos maneras y sitio y los mas variados lances y pases: porta gayola, afarolados, chicuelinas, gaoneras, navarras, toreo de rodilla, finos derechazos y naturales, ganas, valor. El español Toñete se llevó dentro de la chaquetilla el único trofeo de la tarde. Muy agradable novillada.

Así como Manizales le rinde adoración a los toros de Miguel Gutiérrez, Bogotá tiene la ganadería de sus entretelas: Mondoñedo. En sus temporadas, así sus exponentes salgan mansos e imposibles de lidiar, sus fracasos se los adjudican a la falta de toreros cojonudos en la plaza. Pero en juego largo hay desquite y hoy nos descubrimos ante el lucimiento en presentación, casta y poderío de los que se corrieron el domingo 5 de febrero en la Santamaría de Bogotá y que encontraron  toreros que los asumen con su picante y su peligro y se entregan con honradez y los machos bien puestos para justificar los honorarios en dólares que ganan por sus actuaciones. Rafael Rubio, «Rafaelillo», el primero de la terna, es un torero que contratan para ser cabeza de cartel y por consiguiente director de lidia en las corridas que por su dureza, se niegan a torear los exigentes y consentidos figurones de la Fiesta. Y a fe que lo hizo a la perfección. No solo impuso su toreo mandón, de fuerza, de poderío, si no que le dio ritmo al espectáculo, con respeto por su ritualidad. Estuvo dando estrictas órdenes en sus propios toros y en los de los demás, para que se cumplieran los tercios de pica, de banderilla y de muerte, en especial el de pica, con respeto del reglamento. Lo que hizo con sus dos toros, nos retrotrajo al toreo de hace cuarenta o cincuenta años, cuando los animales venían en crudo y la genética veterinaria estaba en pañales. Los aficionados viejos, que no los viejos aficionados, saben a que me refiero. Hubo en la forma de instrumentar su toreo reminiscencias de Dámaso González, en especial en su segundo toro, torazo, al que le cortó una oreja. Mejor dicho, se la arrancó, a base de pundonor y valentía.

José Garrido y Rafaelillo eran debutantes en esta Plaza y por consiguiente salieron desmonterados y ambos confirmaron su alternativa. Nos gustó el toreo de Garrido, por pinturero y honrado. Quieto  y solemne le instrumentó a sus dos toros naturales y derechazos para el recuerdo, al llevar a sus enemigos centrados en la panza de la muleta y de afuera hacia su cuerpo. Clásico pero también recursivo. En su primero, cortó una oreja , con fuerte petición de dos y rechifla para la Presidencia, que demoró su decisión hasta el escándalo, lo mismo que la merecida vuelta al ruedo para el de Mondoñedo. El aficionado Nelson Hincapié, que oye un poco mas que yo, me dijo que escuchó un aviso por la demora del toro en caer a la arena, y que esa circunstancia puso a dudar a Usía para otorgar el trofeo, que en puridad no se puede conceder. Ahí les dejo ese detalle para las tertulias taurinas. A su segundo, José Garrido lo toreó como mandan  los cánones: parando, templando y mandando. Y logró que, aupados por César Rincón desde los micrófonos de RCN, los asistentes pidieran el indulto para Tocayito, que hoy debe estar en la dehesa en espera de su muerte natural. Paco Perlaza, nuestro paisano caleño, no estuvo inferior a sus alternantes. Pechó con los mas difíciles del encierro, pero si no hubiera sido por un achuchón que le propinó el primero que le correspondió que le mermó condiciones y las dificultades con el estoque, estaría como triunfador. Y por último, muy merecida la ovación para el subalterno y banderillero Ricardo Santana. Desde hace muchos años no veíamos a seis mil asistentes a una Plaza, de pies, reconocidos con la calidad de un banderillero. Y de unos ganaderos, Gonzalo Santamaría y su hijo, que dieron la vuelta al ruedo con José Garrido y salieron a hombros  por la Puerta Grande de la Santamaría.

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