jueves julio 18 de 2024

El agua bendita y la mermelada

14 abril, 2017 Opinión, Política

Por Augusto León Restrepo R.

No soy el primero que por estas calendas se refiere al tema de la religión y la política. Algunos católicos confesos predican que no se debe cejar en la defensa de las creencias que profesan en la Iglesia y que por consiguiente es válido que asuman posiciones políticas y recomienden apoyar con ardentía a los cruzados que en su nombre y representación aspiren a que la Iglesia Católica sea la reconocida como la de la nación colombiana, a contrario sentido de la libertad de cultos establecida en la Constitución y del reconocimiento saludable de que convivimos en un Estado laico, en donde lo de Dios es de Dios y lo del César es del César. Un Estado incluyente en el que quepamos todos, cualesquiera que sean las creencias que profesemos e incluso aquellos que no las tienen pero que actúan en sociedad con estricto cumplimiento de lo que el gran Umberto Eco denominó la ética laica en su aleccionador libro “¿En que creen los que no creen?”. Esa ética que es como una especie de principios confucianos, que tienen como valor supremo el respeto a los demás, al prójimo, que comienza por el respeto a su VIDA,  que no se puede arrasar bajo ningún pretexto, ni humano ni divino. La VIDA es sagrada y su extinción debe ser anatematizada en tiempos de guerra y mucho más en tiempos de PAZ. LA VIDA y LA PAZ son las grandes banderas de la moral y de la ética.

Yo escribo sobre la Iglesia Católica, porque es la que está más cerca a mi entorno. Fui educado bajo sus prédicas en colegio de sacerdotes  y la mayoría de mi comunidad familiar y  de amistades, con respetabilísimas excepciones, son católicos practicantes. En lo del César o sea en lo de lo social, de lo político, de lo ciudadano, son conservadores, liberales, socialistas, libremercadistas, rabiosa y visceralmente santistas y uribistas, ¡que pesar!, defensores de los Acuerdos de La Habana o encarnizados opositores, convencidos unos de que esto se compone, o en definitiva catastróficos, que esperan con angustia que llegue el fin del mundo para sacar pecho y gritar a los cuatro vientos que tenían toda la razón. En fin. Arropados por la doctrina del amor, del perdón, de la contrición de corazón y del propósito de la enmienda. Pero críticos de sus Pastores, cuando sus sermones no coinciden con sus convicciones terrenales. Si el sacerdote expone sobre los resultados positivos de los Acuerdos habaneros y recuerda que el Hospital Militar se quedó sin clientela de soldaditos víctimas de minas quiebrapatas, malo. Y si el sacerdote dice que miremos para Venezuela, que ya llega la dictadura y la hambruna, de igual manera malo. Y cambian de parroquia. O de Director espiritual. Pero, sin que yo sepa que en los almuerzos familiares hayan llegado a los puños o a las agresiones con peroles o con platos que vuelan por el aire. Aun cuando, como pintan las cosas, no sería raro que las vajillas de los abuelos no dieran a basto.

No. Pero me perdí en digresiones ociosas. Lo que pretendo es pedir que hasta donde se pueda, para bien de todos, dentro de lo posible no se revuelva el agua bendita con la mermelada. Que sin excepciones se anatemice a quienes violan el decálogo y la ética laica, los homicidas y los corruptos, con mas fuerza. Que los curitas, sí, piensen como políticos-el hombre es un animal político, según Aristóteles,creo- pero que no contaminen desde los púlpitos como que si fueran prosélitos de la hora de la verdad, de la hora de llegada,  y que mas bien propugnen la convivencia, la tolerancia, la reconciliación, la solidaridad cristiana. Y el perdón. Y el propósito de la enmienda y la contrición de corazón. ¿Será mucho pedir?. Para el odio y la virulencia tenemos de sobra con las redes sociales.

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