jueves julio 18 de 2024

Tristeza solidaria

25 junio, 2017 Bogotá, Opinión

Augusto León Restrepo

Cualquiera que haya sido, persona o grupo, el autor del atentado que se presentó en el Centro Comercial Andino de Bogotá, logró el cometido que persigue el terrorista: sembrar el caos, la desolación y el miedo y producir efectistas resultados políticos; romper por sus bases la esperanza de mejores días en la pirámide social y lograr que la gente de a pié piense y crea que su país regresa a oscuros días y que la muerte acecha en calles y recintos donde se supone que estamos sin amenazas ni peligros. A medida que pasan los días, así lo hemos visto en Colombia, se vuelve a una relativa tranquilidad gracias a lo que llaman ahora resiliencia o la capacidad que tenemos para sobreponernos a las tragedias que nos afectan, así sean las mas agresivas e invasoras. El cobarde asesino con premeditación y alevosía desafía al Estado, con el expediente criminal mas fácil. Con su acto, que es un fin en sí mismo, se pone por encima de los mecanismos que aún en las sociedades mas confiables, como las de las grandes potencias mundiales, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Israel para mencionar solo algunas, se han instrumentalizado para combatir el flagelo mas deletéreo  que padece el mundo contemporáneo. Estos crímenes, de una inutilidad supina,  ocasionan muertes de personas ajenas a los conflictos. Si los terroristas creen que con sus actos van a paralizar el mundo o transformarlo de repente, se equivocan.  La vida sigue y lo que se activa es una desconfianza en el entramado social, que se traduce en extremas medidas que afectan la cuotidianidad de los ciudadanos.

Los efectos políticos que se pretenden saltan a la vista. El gobierno de turno carga sobre sus espaldas con la responsabilidad inicial. Así lo vimos hace una semana, cuando sin extinguirse el olor a pólvora, voces inconsecuentes pedían a través de los medios sociales la defenestración del Alcalde de Bogotá y del Presidente de la República. La presencia física de éstos, loable y lógica, en el lugar de los hechos, fue tomada como aprovechamiento para fines políticos, por quienes, estos sí con propósitos desestabilizadores, señalan responsabilidades y falencias con visos de apasionamiento y odio irrefrenables. A los treinta minutos del atentado del Centro Comercial Andino ya se había creado un grupo de WatsApp: #Fuera Santos, en el que hay centenares de mensajes casi tan desmoralizadores como la misma bomba. Insania mental y fratricida de muchos colombianos, que ojalá curen pronto para su propio bien y el de sus prójimos. Y el dedo acusador no faltó con visos novelescos: señala a una de las víctimas,  la joven francesa Julie Huynh, como la portadora del artefacto letal, solo porque hacía trabajo social en sectores populares y porque en su pasaporte aparece una visita reciente a Cuba, que según las mentes calenturientas son prueba fehacientes de terrorismo castrochavista, consecuencia del proceso de paz de La Habana y de la entrega de Colombia a las Farc. Las investigaciones de las autoridades competentes, conocidas hasta el día de hoy, van en contravía de esta imaginativa narración, que si llegare a ser cierta, solo corroboraría la perfidia y canallada de los terroristas que incitan a las inmolaciones como trofeo de su locura homicida.

Para mí en especial el atentado de El Andino me toca las mas sensibles fibras. Tal vez si no hubiera estado de puente fuera de Bogotá, me habría pasado ese día y a esa hora por sus amplias y acogedoras instalaciones. Con mis hijos y mis nietos hemos tenido allí gratísimos momentos. En el Pomeriggio, nos hemos citado con entrañables amigos. Su plazoleta de comidas nos ha calmado antojos culinarios. Sus salas de cine nos han permitido solazarnos con las óperas y los museos del mundo. En sus juegos infantiles hemos disfrutado de la lúdica . En su Casino hemos ido detrás de los caprichosos números de la ruleta. En sus almacenes y sus perfumerías le hemos dado satisfacción a nuestro moderado consumismo. Y desde luego, hemos utilizado sus asépticas instalaciones sanitarias, donde nos hemos topado con bebés lactantes, con madres solícitas, con ancianos de pasos cansinos, con bellas adolescentes, en sus afanes humanos. Lejos de pensar que en ese sitio  se perpetrara un ataque dinamitero. Pero allí puso los ojos la bestia terrorista, con los efectos conocidos.

Pues hasta a El Andino hemos ido de nuevo. A depositar una rosa, a inclinar la cabeza y con el corazón estrujado, a demostrar nuestra tristeza solidaria. Y para, al pie de una gran bandera blanca y del tricolor colombiano a medias asta, ratificar nuestra fe y esperanza en una Colombia pacífica, sin ametralladoras ni bombazos que ocasionen víctimas gratuitas e inocentes. Que así sea.

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