lunes noviembre 18 de 2024

La iglesia debe dejar sus comodidades y apegos para renovarse recomendó el Papa Francisco

09 septiembre, 2017 Antioquia, Generales, Internacionales, Medellín

Medellín, 09 de septiembre_ RAM_ Durante su homilía en la ciudad de Medellín, el Papa Francisco aseguró que nadie viene al mundo sin una meta definida y manifestó que en la diversidad y riqueza de vocaciones, cada ser humano debe descubrir cuál es el sentido de su vida para vivir un compromiso de la construcción del reino de Dios.

El Papa, en su mensaje de la Santa Misa, hizo varios enunciados para el discipulado.

“La inquietud que debemos tener es preguntarse qué es lo que le agrada a nuestro Dios, que no es otra cosa que cumplir y caminar detrás de él, un transitar que lo ponía frente a leprosos, paralíticos y pecadores. Realidades que demandaban mucho más que una norma establecida, y es que la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes. Por eso debemos tener tres actitudes esenciales: ser esenciales, renovarse e involucrarse”, expresó.

El Sumo Pontífice explicó que ser esencial es no tener un discurso estático, si no un camino constante hacia Cristo: “La experiencia del aprendizaje al Señor es que la escucha de la palabra se imponga sobre las necesidades de nuestros hermanos”.

Sobre la renovación dijo que es zarandearse para dejar las comodidades y apegos: “La renovación no nos debe dar miedo, la iglesia siempre está en renovación, no se renueva a su capricho, sino firme y fundada en la fe”.

Mientras que sobre el involucrase anotó que para algunos pueda ser ensuciarse o mancharse, pero que hoy se nos pide como discípulos crecer en arrojo y coraje evangélico, los cuales brotan de saber que son muchos los que tienen hambre: “Hambre de Dios, hambre de dignidad, porque han sido despojados. Y como cristianos debemos ayudar a que se sacien de Dios, no impedirles o prohibirles ese encuentro”.

El Papa aseguró que “La Iglesia no es nuestra, hermanos, es de Dios. El es el dueño del templo y del sembrado. Todos son invitados a encontrar aquí su alimento. Dios manda a buscar a todos, sanos y enfermos, buenos y malos, nosotros no podemos impedir ese encuentro con Jesús, al contrario, como lo hizo a sus discípulos: denles ustedes de comer, comer el pan de Dios, comer el amor de Dios, este es nuestro servicio”.

“Hermanos y hermanas, la Iglesia en Colombia está llamada a empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros que sepan ver, hablar y actuar desde el Corazón de Jesús, comprometidos y actuando”, finalizó en su homilía el Papa, ante más de un millón de fieles que presenciaron la ceremonia en el Aeropuerto Olaya Herrera.

Homilía del Papa Francisco en la misa en el Aeropuerto Olaya Herrera, de Medellín

Queridos hermanos y hermanas:En la misa del jueves en Bogotá escuchábamos el llamado de Jesús a sus primeros discípulos; esta

parte del Evangelio de Lucas que comenzó con aquella narración, culmina con el llamado a los Doce. ¿Qué recuerdan los evangelistas entre ambos acontecimientos? Que este camino de seguimiento supuso en los primeros seguidores de Jesús mucho esfuerzo de purificación. Algunos preceptos, prohibiciones y mandatos los hacían sentir seguros; cumplir con determinadas prácticas y ritos los dispensaba de la inquietud de preguntarse: ¿Qué es lo que le agrada a nuestro Dios? Jesús, el Señor, les señala que cumplir es caminar tras Él, y que ese caminar los ponía frente a leprosos, paralíticos, pecadores. Esas realidades demandaban mucho más que una receta, una norma establecida. Aprendieron que ir detrás de Jesús supone otras prioridades, otras consideraciones para servir a Dios. Para el Señor, también para la primera comunidad, es de suma importancia que quienes nos decimos discípulos no nos aferremos a cierto estilo, a ciertas prácticas que nos acercan más al modo de ser de algunos fariseos de entonces que al de Jesús. La libertad de Jesús se contrapone con la falta de libertad de los doctores de la ley de aquella época, que estaban paralizados por una interpretación y práctica rigorista de la ley. Jesús no se queda en un cumplimento aparentemente «correcto», Él lleva la ley a su plenitud y por eso quiere ponernos en esa dirección, en ese estilo de seguimiento que supone ir a lo esencial, renovarse e involucrarse. Son tres actitudes que tenemos que plasmar en nuestra vida de discípulos.

Lo primero, ir a lo esencial. No quiere decir «romper con todo» lo que no se acomoda a nosotros, porque tampoco Jesús vino «a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud» (Mt 5,17); es más bien ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida. Jesús enseña que la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida. Tampoco nuestro discipulado puede ser motivado simplemente por una costumbre, porque contamos con un certificado de bautismo, sino que debe partir de una viva experiencia de Dios y de su amor. El discipulado no es algo estático, sino un continuo movimiento hacia Cristo; no es simplemente el apego a la explicitación de una doctrina, sino la experiencia de la presencia amigable, viva y operante del Señor, un permanente aprendizaje por medio de la escucha de su Palabra. Y esa palabra, lo hemos escuchado, se nos impone en las necesidades concretas de nuestros hermanos: será el hambre de los más cercanos en el texto proclamado, o la enfermedad en lo que narra Lucas a continuación.

La segunda palabra, renovarse. Como Jesús «zarandeaba» a los doctores de la ley para que salieran de su rigidez, ahora también la Iglesia es «zarandeada» por el Espíritu para que deje sus comodidades y apegos. La renovación no nos debe dar miedo. La Iglesia está siempre en renovación —Ecclesia semper reformanda—. No se renueva a su antojo, sino que lo hace «firme y bien fundada en la fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia» (Col 1,23). La renovación supone sacrificio y valentía, no para considerarse mejores o más pulcros, sino para responder mejor al llamado del Señor. El Señor del sábado, la razón de ser de todos nuestros mandatos y prescripciones, nos invita a ponderar lo normativo cuando está en juego el seguimiento; cuando sus llagas abiertas, su clamor de hambre y sed de justicia nos interpelan y nos imponen respuestas nuevas. Y en Colombia hay tantas situaciones que reclaman de los discípulos el estilo de vida de Jesús, particularmente el amor convertido en hechos de no violencia, de reconciliación y de paz.

La tercera palabra, involucrarse. Involucrarse, aunque para algunos eso parezca ensuciarse, mancharse. Como David o los suyos que entraron en el Templo porque tenían hambre y los discípulos de Jesús entraron en el sembrado y comieron las espigas, también hoy a nosotros se nos pide crecer en arrojo, en un coraje evangélico que brota de saber que son muchos los que tienen hambre, hambre de Dios, hambre de dignidad, porque han sido despojados. Y, como cristianos, ayudar a que se sacien de Dios; no impedirles o prohibirles ese encuentro. No podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de «prohibido el paso», ni considerar que esta parcela es mía, adueñándome de algo que no es absolutamente mío. La Iglesia no es nuestra, es de Dios; Él es el dueño del templo y del sembrado; todos tienen cabida, todos son invitados a encontrar aquí y entre nosotros su alimento. Nosotros somos simples «servidores» (cf. Col 1,23) y no podemos ser quienes impidamos ese encuentro. Al contrario, Jesús nos pide, como lo hizo a sus discípulos: «Denles ustedes de comer» (Mt 14,16); este es nuestro servicio. Bien entendió esto Pedro Claver, a quien hoy celebramos en la liturgia y que mañana veneraré en Cartagena. «Esclavo de los negros para siempre» fue su lema de vida, porque comprendió, como discípulo de Jesús, que no podía permanecer indiferente ante el sufrimiento de los más desamparados y ultrajados de su época y que tenía que hacer algo para aliviarlo.

Hermanos y hermanas, la Iglesia en Colombia está llamada a empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros, así como lo señalamos los obispos reunidos en Aparecida en el año 2007. Discípulos que sepan ver, juzgar y actuar, como lo proponía aquel documento latinoamericano que nació en estas tierras (cf. Medellín, 1968). Discípulos misioneros que saben ver, sin miopías heredadas; que examinan la realidad desde los ojos y el corazón de Jesús, y desde ahí la juzgan. Y que arriesgan, actúan, se comprometen.

He venido hasta aquí justamente para confirmarlos en la fe y en la esperanza del Evangelio: manténganse firmes y libres en Cristo, de modo que lo reflejen en todo lo que hagan; asuman con todas sus fuerzas el seguimiento de Jesús, conózcanlo, déjense convocar e instruir por Él, anúncienlo con la mayor alegría.

Pidamos a través de la intercesión de nuestra Madre, Nuestra Señora de la Candelaria, que nos acompañe en nuestro camino de discípulos, para que poniendo nuestra vida en Cristo, seamos simplemente misioneros que llevemos la luz y la alegría del Evangelio a todas las gentes.

Más de un millón de personas asistieron a la Misa Papal en Medellín

 

El Papa Francisco bendijo a los asistentes al aeropuerto ‘Enrique Olaya Herrera’ de Medellín, donde ofició la tercera misa de su visita a Colombia.

Medellín, 09 de septiembre_ RAM_ Esta misa contó con 3.500 ministros de la comunión, 3.500 jóvenes voluntarios y cerca de 2.500 sacerdotes.

-Se repartieron más de 600.000 hostias hechas por religiosas de una comunidad de clausura.

-Se dispuso una ubicación especial para cerca de 100 reclusos, una delegación de 100 personas con discapacidades auditivas y 300 personas con diferentes quebrantos de salud.

Un hecho histórico vivió Medellín este sábado 9 de septiembre cuando más de un millón de personas de diferentes lugares de la ciudad, el país y el mundo se congregó en el Aeropuerto Olaya Herrera para escuchar al Papa Francisco durante la Santa Misa.

Las primeras palabras del Papa, antes de iniciar la ceremonia, fueron de excusas por prolongar un poco más la espera de su arribo debido a la lluvia que cayó durante la mañana de este sábado y que lo obligó a trasladarse por tierra hasta el Olaya Herrera y no en helicóptero como estaba previsto.

“Quiero agradecer las horas que han pasado acá bajo la lluvia”, expresó el Papa Francisco, antes de dar inicio a la ceremonia eucarística.

En su homilía dijo que la Iglesia pasa por un momento de renovación lo que no debe generar miedo, sino que se renueva en la fe, y agregó que esa renovación supone sacrificios: “La Iglesia no es una aduana, quiere las puertas abiertas”.

Esta misa contó con 3.500 ministros de la comunión, 3.500 jóvenes voluntarios y cerca de 2.500 sacerdotes y fueron repartidas más de 600.000 hostias hechas por religiosas de una comunidad de clausura.

El coro Cantante Domino Cánticum Novum y Selección de Ministros del Canto Litúrgico Arquidiócesis de Medellín integrado por 300 personas ambientó la Eucaristía.

Se instalaron 20 sagrarios, cada uno con 150 copones atendidos por los servidores de la Sagrada Comunión. En total hubo 6.240 personas entre diáconos, candidatos al diaconado permanente y ministros extraordinarios de las parroquias de la Arquidiócesis de Medellín y de las diócesis aledañas. Ellos fueron los encargados de entregar la comunión a los fieles, con el apoyo de 3.000 jóvenes de la Pastoral Juvenil.

La Alcaldía de Medellín dispuso una ubicación especial para cerca de 100 reclusos, una delegación de 100 personas con discapacidades auditivas acompañadas por 10 intérpretes del lenguaje de señas y 300 personas con diferentes quebrantos de salud.

Al final de la ceremonia, el arzobispo de Medellín, Ricardo Tobón Restrepo, le entregó al Papa Francisco una réplica de la Virgen de la Candelaria, y expresó: “en signo de nuestro amor y gratitud le entrego una imagen de Nuestra Señora de la Candelaria, la madre buena que acompaña a la Iglesia desde sus comienzos en este Valle de Aburrá hace cuatrocientos años”. En medio de aplausos, Su Santidad recibió el obsequio.

Símbolos

La imagen de la Virgen de la Candelaria, patrona de la Arquidiócesis de Medellín, acompañó la Santa Misa. Dicha imagen ha sido venerada por siglos en la Iglesia de la Candelaria, ubicada en el Parque Berrío. Este cuadro fue pintado en España y donado por la reina regente Mariana de Austria y su hijo Carlos II.

Otro importante símbolo fue el Cristo de la Plataforma, donado por la Gobernación de Antioquia, y que hará parte de una parroquia nueva que se construirá con motivo de la visita del Papa Francisco a Medellín.

Terminada la misa campal en el Olaya Herrera, el Santo Padre se dirigió al Seminario Conciliar de Medellín en donde tomará un descanso y posteriormente sostendrá una reunión con seminaristas y formadores.

Homilía del Papa Francisco en la misa en el Aeropuerto Olaya Herrera, de Medellín

Queridos hermanos y hermanas:En la misa del jueves en Bogotá escuchábamos el llamado de Jesús a sus primeros discípulos; esta

parte del Evangelio de Lucas que comenzó con aquella narración, culmina con el llamado a los Doce. ¿Qué recuerdan los evangelistas entre ambos acontecimientos? Que este camino de seguimiento supuso en los primeros seguidores de Jesús mucho esfuerzo de purificación. Algunos preceptos, prohibiciones y mandatos los hacían sentir seguros; cumplir con determinadas prácticas y ritos los dispensaba de la inquietud de preguntarse: ¿Qué es lo que le agrada a nuestro Dios? Jesús, el Señor, les señala que cumplir es caminar tras Él, y que ese caminar los ponía frente a leprosos, paralíticos, pecadores. Esas realidades demandaban mucho más que una receta, una norma establecida. Aprendieron que ir detrás de Jesús supone otras prioridades, otras consideraciones para servir a Dios. Para el Señor, también para la primera comunidad, es de suma importancia que quienes nos decimos discípulos no nos aferremos a cierto estilo, a ciertas prácticas que nos acercan más al modo de ser de algunos fariseos de entonces que al de Jesús. La libertad de Jesús se contrapone con la falta de libertad de los doctores de la ley de aquella época, que estaban paralizados por una interpretación y práctica rigorista de la ley. Jesús no se queda en un cumplimento aparentemente «correcto», Él lleva la ley a su plenitud y por eso quiere ponernos en esa dirección, en ese estilo de seguimiento que supone ir a lo esencial, renovarse e involucrarse. Son tres actitudes que tenemos que plasmar en nuestra vida de discípulos.

Lo primero, ir a lo esencial. No quiere decir «romper con todo» lo que no se acomoda a nosotros, porque tampoco Jesús vino «a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud» (Mt 5,17); es más bien ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida. Jesús enseña que la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida. Tampoco nuestro discipulado puede ser motivado simplemente por una costumbre, porque contamos con un certificado de bautismo, sino que debe partir de una viva experiencia de Dios y de su amor. El discipulado no es algo estático, sino un continuo movimiento hacia Cristo; no es simplemente el apego a la explicitación de una doctrina, sino la experiencia de la presencia amigable, viva y operante del Señor, un permanente aprendizaje por medio de la escucha de su Palabra. Y esa palabra, lo hemos escuchado, se nos impone en las necesidades concretas de nuestros hermanos: será el hambre de los más cercanos en el texto proclamado, o la enfermedad en lo que narra Lucas a continuación.

La segunda palabra, renovarse. Como Jesús «zarandeaba» a los doctores de la ley para que salieran de su rigidez, ahora también la Iglesia es «zarandeada» por el Espíritu para que deje sus comodidades y apegos. La renovación no nos debe dar miedo. La Iglesia está siempre en renovación —Ecclesia semper reformanda—. No se renueva a su antojo, sino que lo hace «firme y bien fundada en la fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia» (Col 1,23). La renovación supone sacrificio y valentía, no para considerarse mejores o más pulcros, sino para responder mejor al llamado del Señor. El Señor del sábado, la razón de ser de todos nuestros mandatos y prescripciones, nos invita a ponderar lo normativo cuando está en juego el seguimiento; cuando sus llagas abiertas, su clamor de hambre y sed de justicia nos interpelan y nos imponen respuestas nuevas. Y en Colombia hay tantas situaciones que reclaman de los discípulos el estilo de vida de Jesús, particularmente el amor convertido en hechos de no violencia, de reconciliación y de paz.

La tercera palabra, involucrarse. Involucrarse, aunque para algunos eso parezca ensuciarse, mancharse. Como David o los suyos que entraron en el Templo porque tenían hambre y los discípulos de Jesús entraron en el sembrado y comieron las espigas, también hoy a nosotros se nos pide crecer en arrojo, en un coraje evangélico que brota de saber que son muchos los que tienen hambre, hambre de Dios, hambre de dignidad, porque han sido despojados. Y, como cristianos, ayudar a que se sacien de Dios; no impedirles o prohibirles ese encuentro. No podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de «prohibido el paso», ni considerar que esta parcela es mía, adueñándome de algo que no es absolutamente mío. La Iglesia no es nuestra, es de Dios; Él es el dueño del templo y del sembrado; todos tienen cabida, todos son invitados a encontrar aquí y entre nosotros su alimento. Nosotros somos simples «servidores» (cf. Col 1,23) y no podemos ser quienes impidamos ese encuentro. Al contrario, Jesús nos pide, como lo hizo a sus discípulos: «Denles ustedes de comer» (Mt 14,16); este es nuestro servicio. Bien entendió esto Pedro Claver, a quien hoy celebramos en la liturgia y que mañana veneraré en Cartagena. «Esclavo de los negros para siempre» fue su lema de vida, porque comprendió, como discípulo de Jesús, que no podía permanecer indiferente ante el sufrimiento de los más desamparados y ultrajados de su época y que tenía que hacer algo para aliviarlo.

Hermanos y hermanas, la Iglesia en Colombia está llamada a empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros, así como lo señalamos los obispos reunidos en Aparecida en el año 2007. Discípulos que sepan ver, juzgar y actuar, como lo proponía aquel documento latinoamericano que nació en estas tierras (cf. Medellín, 1968). Discípulos misioneros que saben ver, sin miopías heredadas; que examinan la realidad desde los ojos y el corazón de Jesús, y desde ahí la juzgan. Y que arriesgan, actúan, se comprometen.

He venido hasta aquí justamente para confirmarlos en la fe y en la esperanza del Evangelio: manténganse firmes y libres en Cristo, de modo que lo reflejen en todo lo que hagan; asuman con todas sus fuerzas el seguimiento de Jesús, conózcanlo, déjense convocar e instruir por Él, anúncienlo con la mayor alegría.

Pidamos a través de la intercesión de nuestra Madre, Nuestra Señora de la Candelaria, que nos acompañe en nuestro camino de discípulos, para que poniendo nuestra vida en Cristo, seamos simplemente misioneros que llevemos la luz y la alegría del Evangelio a todas las gentes.

-1.296.000 personas asistieron a la misa campal con el Papa Francisco en el Aeropuerto Olaya Herrera

A la asistencia masiva en la misa campal se agrega la multitud que se volcó a las calles por donde pasó el Sumo Pontífice.

La Alcaldía de Medellín destaca el buen comportamiento de la ciudadanía que participó de los encuentros con el Papa Francisco durante su visita este sábado 9 de septiembre a la ciudad. La visita de Su Santidad constituye un hecho histórico para Medellín al movilizar una cifra sin precedentes de ciudadanos en torno a la espiritualidad y la fe católica.

Durante 18 horas de espera en la plataforma del Aeropuerto, la ciudadanía tuvo un comportamiento ejemplar y una actitud de paciencia destacable previo a la misa con Su Santidad.

Se calcula que 1.296.000 personas asistieron a la misa campal, lo que lo convierte en un multitudinario encuentro. La evacuación total de este significativo número de asistentes se realizó en una hora y veinte minutos.

Emvarias adelanta labores de limpieza y aseo en el Aeropuerto Olaya Herrera. EPM realiza el desmonte de las instalaciones de energía y la empresa logística retira las estructuras que se emplearon para el encuentro con el Papa.

A la asistencia masiva en la misa campal se suma la multitud que se volcó a las calles por donde pasó el Sumo Pontífice, aun sin importar el predominante mal estado tiempo.

Esta misa contó con 3.500 ministros de la comunión, 3.500 jóvenes voluntarios y cerca de 2.500 sacerdotes.

-Se repartieron más de 600.000 hostias hechas por religiosas de una comunidad de clausura.

-Se dispuso una ubicación especial para cerca de 100 reclusos, una delegación de 100 personas con discapacidades auditivas y 300 personas con diferentes quebrantos de salud.

Un hecho histórico vivió Medellín este sábado 9 de septiembre cuando más de un millón de personas de diferentes lugares de la ciudad, el país y el mundo se congregó en el Aeropuerto Olaya Herrera para escuchar al Papa Francisco durante la Santa Misa.

Las primeras palabras del Papa, antes de iniciar la ceremonia, fueron de excusas por prolongar un poco más la espera de su arribo debido a la lluvia que cayó durante la mañana de este sábado y que lo obligó a trasladarse por tierra hasta el Olaya Herrera y no en helicóptero como estaba previsto.

“Quiero agradecer las horas que han pasado acá bajo la lluvia”, expresó el Papa Francisco, antes de dar inicio a la ceremonia eucarística.

En su homilía dijo que la Iglesia pasa por un momento de renovación lo que no debe generar miedo, sino que se renueva en la fe, y agregó que esa renovación supone sacrificios: “La Iglesia no es una aduana, quiere las puertas abiertas”.

Esta misa contó con 3.500 ministros de la comunión, 3.500 jóvenes voluntarios y cerca de 2.500 sacerdotes y fueron repartidas más de 600.000 hostias hechas por religiosas de una comunidad de clausura.

El coro Cantante Domino Cánticum Novum y Selección de Ministros del Canto Litúrgico Arquidiócesis de Medellín integrado por 300 personas ambientó la Eucaristía.

Se instalaron 20 sagrarios, cada uno con 150 copones atendidos por los servidores de la Sagrada Comunión. En total hubo 6.240 personas entre diáconos, candidatos al diaconado permanente y ministros extraordinarios de las parroquias de la Arquidiócesis de Medellín y de las diócesis aledañas. Ellos fueron los encargados de entregar la comunión a los fieles, con el apoyo de 3.000 jóvenes de la Pastoral Juvenil.

La Alcaldía de Medellín dispuso una ubicación especial para cerca de 100 reclusos, una delegación de 100 personas con discapacidades auditivas acompañadas por 10 intérpretes del lenguaje de señas y 300 personas con diferentes quebrantos de salud.

Al final de la ceremonia, el arzobispo de Medellín, Ricardo Tobón Restrepo, le entregó al Papa Francisco una réplica de la Virgen de la Candelaria, y expresó: “en signo de nuestro amor y gratitud le entrego una imagen de Nuestra Señora de la Candelaria, la madre buena que acompaña a la Iglesia desde sus comienzos en este Valle de Aburrá hace cuatrocientos años”. En medio de aplausos, Su Santidad recibió el obsequio.

Símbolos

La imagen de la Virgen de la Candelaria, patrona de la Arquidiócesis de Medellín, acompañó la Santa Misa. Dicha imagen ha sido venerada por siglos en la Iglesia de la Candelaria, ubicada en el Parque Berrío. Este cuadro fue pintado en España y donado por la reina regente Mariana de Austria y su hijo Carlos II.

Otro importante símbolo fue el Cristo de la Plataforma, donado por la Gobernación de Antioquia, y que hará parte de una parroquia nueva que se construirá con motivo de la visita del Papa Francisco a Medellín.

Terminada la misa campal en el Olaya Herrera, el Santo Padre se dirigió al Seminario Conciliar de Medellín en donde tomará un descanso y posteriormente sostendrá una reunión con seminaristas y formadores.

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