martes julio 16 de 2024

Una rosa blanca

 Por Augusto León Restrepo

Yamith José Rad Muñoz, Freddy de Jesús López Gutiérrez, Yossimar Márquez Navarro, Anderson René Cano Arteta , Freddys de Jesús Echeverría Orozco. Parezco llamando a lista a los alumnos de una escuela ubicada en algún barrio humilde. Por sus nombres los identificaréis. En todo caso no son de los colegios alemanes, italianos, americanos o franceses que pululan en las principales ciudades cuyos estudiantes  ostentan nombres y apellidos lights. No. Son los nombres de humildes muchachos que fueron víctimas del atentado terrorista ocurrido en Barranquilla y cuya responsabilidad se ha atribuído el mal llamado Ejército de Liberación Nacional, cuyas actividades bélicas se remontan al 7 de enero de l965 con el asalto a la población santandereana de Simacota. Más de cincuenta años de lucha contra el establecimiento gubernamental colombiano con las banderas de la justicia social marxista leninista cristiana, en los que ha atentado contra la vida de cientos de uniformados de las Fuerzas Armadas y contra la infraestructura petrolera y el medio ambiente de regiones del país donde sientan sus reales.

Muñoz, López, Márquez, Cano, Echeverría ya no formarán al lado de sus compañeros al toque de diana en sus cuarteles, porque a unos insensibles descerebrados se les ocurre que con la muerte a mansalva y sobre seguro, se solucionan la inequidad, la injusticia social o el desbalance entre los que tenemos todo y los que no tienen nada. El mismo error histórico del grupo subversivo Farc que está rectificado por el proceso de terminación del conflicto armado, que en cuanto al cese al fuego ha sido cumplido y que ha logrado evitar las muertes inútiles de cerca de tres mil colombianos.

De estos policías nuestros, asesinados por la insensatez, solo quedarán la mención efímera de sus nombres en los medios de comunicación, unos toques luctuosos de corneta en sus sepelios, unas banderas simbólicas en manos de sus viudas y de sus huérfanos y, eso sí, una intensa desolación en el sentimiento de esperanza de millones de colombianos que hemos creído sin desfallecimiento que nos merecemos una paz estable y duradera.

Este es el escueto cuadro de lo que acontece. LA VIDA, de nuevo arrollada y pisoteada por el terrorismo, arma infernal que es y ha sido usada por aquellos que quieren doblegar a los estados para establecer regímenes ideológicos dictatoriales, militaristas y de camarillas, bajo el pretexto de la obtención de reivindicaciones sociales. Craso error. En Colombia a estos actores de la obsoleta violencia política hay que obligarlos a que depongan las armas, con procedimientos disuasivos, pero también manteniendo las puertas abiertas para el diálogo. Las mesas de entendimiento no hay que patearlas.Salvar una sola vida, así haya que sentarse hasta con el mismo diablo para lograrlo, es un alcance irrenunciable.

Obvio que estamos de acuerdo con el gobierno al levantar la mesa de negociaciones de Quito. El proceso con las Farc, tuvo sus propias características. Con el ELN, negociar en medio del conflicto, parece que no es lo mas aconsejable. Ni lo mas político, entendiendo como tal, la búsqueda del diálogo a cualquier precio por parte del Estado. El inamovible de que se exija un cese unilateral del fuego por parte del ELN, debe mantenerse. Y buscarse sin tregua el desmantelamiento de las redes terroristas por parte de las fuerzas regulares. Es perentorio rodear a las autoridades y moderar las críticas contra las fuerzas armadas, que a la larga son quienes ponen las víctimas en la guerra y en las confrontaciones.

Las voces señaladoras e irresponsables, los mensajes incendiarios que quieren incentivar la guerra y aprovechar capítulos como el de Barranquilla, para, mezquinamente, familiarizarlos con los desarrollos del proceso con las Farc, hay que rechazarlas de plano. Esta no es la hora de  recriminaciones oportunistas y malévolas. Es la hora mas bien de la unidad ante el enemigo común que es el terrorismo, flote en las manos de quien flotare. En la tumba de Muñoz, López, Márquez, Cano, Echeverría, deposito una rosa blanca. Del color de la Paz.

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