lunes noviembre 25 de 2024

Cuadros patéticos

Por Augusto León Restrepo

Muy temprano salí a votar en el puesto que me asignó la Registraduría en la Universidad Konrad Lorenz de Bogotá . Yo tengo nietos, como Uribe, y me hice acompañar con uno de ellos, como Uribe. De once años, Felipe distingue algunos personajes de la política y lleva al colegio en su celular las fotos en las que está con algunos personajes, que han accedido a posar con el futuro elector. Y durante el día hubo que explicarle como es eso de las elecciones y que era el Senado y que la Cámara y en general para darle una elemental lección de lo que en mis tiempos se llamaba Educación Cívica. Pero en lo que le recalqué, conmovido, era que por primera vez en su vida, el abuelo había podido acudir en paz a unos comicios, a unas elecciones. Que no olvidara esta fecha y que la paz se hizo para él, para todos los hijos y los nietos de Colombia. Que no la dejara perder. Que la defendiera por el resto de sus días.

Los resultados de la noche del domingo, a pesar de los incidentes de los tarjetones uribistas y petristas que por fortuna no ascendieron a mayores y que podían haberse previsto, nos permitieron saber con normalidad y prontitud  que cerca de diez y siete millones y medio de sufragios aparecieron en las urnas, sobre un total de treinta y seis millones que contempla el censo electoral colombiano. Las consultas del petrismo y del uribismo se robaron la atención y estuvimos más pendientes de esos eventos que de la conformación del Congreso.

Al amanecer, por prensa, radio y televisión los voceros de los Partidos y movimientos comenzaron a realizar sus análisis. Y dieron la impresión de que todos ganaron. Ninguno aceptó que hubo un reacomodamiento en las curules  ni que hubo quienes ganaron y quienes perdieron. Y arrancaron a hacer cábalas sobre deslizamientos a las candidaturas presidenciales, en un ejercicio que ratifica que los políticos colombianos no son serios y que es aceptable, natural, que quienes obtengan sus puestos en el Congreso abran una subasta mercenaria que termina desdibujando los idearios y los programas de las colectividades. Abren consultorios astrológicos para adivinar como se van a alinear los astros para la primera y segunda vuelta presidenciales y agudizan sus narices para olfatear la choriza del poder y acomodarse al lado del presunto ganador. Los Directorios, juntas de parlamentarios o cenáculos minúsculos, creen representar a sus electores y ordenan los trasteos respectivos, con la fatua excusa de que van a defender los altos intereses de la comunidad y la institucionalidad del país y que se trata es  de acuerdos programáticos. Pamplinas. Los aromas de la choriza son los que los cautivan.

Por fortuna, el pueblo raso da golpes de opinión que ni los Directorios ni las encuestas logran adivinar. En el ambiente de las elecciones presidenciales comienza a sentirse un aire de rebelión contra las groseras ambiciones burocráticas que son las únicas que explican los saltos mortales en el trapecio político. Es que no se entienden tan ostensibles contradicciones. ¿El Partido de la U, el del Presidente Santos, pidiéndole pista a Vargas Lleras, el malicioso y cazurro ex vicepresidente insolidario con el proceso de La Habana, quintacolumnista del corrupto Cambio Radical ?. ¿El Partido Conservador, lo que queda de mi Partido, en arrumacos desvergonzados con Iván Duque, hijo unigénito de Alvaro Uribe, que arrasó a la candidata de Andrés Pastrana, Marta Lucía Ramírez, éstos últimos que señalaron con zaña a las Directivas del Conservatismo como mafiosos mermelados y a sus parlamentarios como bandidos?. ¿O deslizándose con lentitud felina hacia el vargasllerismo contaminador de la doble moral?. Ver para creer. Y hasta risa produce hoy la fotografía de Andrés Pastrana con Alvaro Uribe, festejando su alianza retrógrada y conservadurista, con el Señor de las Cargaderas como testigo, y las sonrisas titiritescas de Iván y Marta Lucía. Ni tanto honor ni tanta indignidad. Pero no amarguemos ni torturemos a nuestros lectores con los patéticos cuadros de la fangosa política nuestra, en vísperas del día del humilde carpintero, padre putativo de Jesús, San José.  Dejemos así.

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