Columnistas respaldan candidatura de Sergio Fajardo
María Jimena Duzán, en Semana; Guillermo Perry, en El Tiempo; Alejandro Reyes Posada, Iván Garzón Vallejo y Rodrigo Uprimny, en El Espectador, y Patricia Lara, en El País de Cali, revelan su preferencia.
Lo hacen, tal vez, con la intención de incidir en la decisión de sus lectores habituales, lo que les permitiría ratificar su estatus de ‘líderes de opinión’, o ‘cometer’ un acto de arrogancia (como cree Felipe Zuleta). Usted (lector) decide, no solo su voto sino la efectividad de los columnistas en cambiar su opinión.
“Mi voto lo voy a depositar por el profesor Sergio Fajardo”, dice Duzán, en el epílogo de su última columna en Semana, cuyo propósito esencial era el de romper el miedo que provoca un eventual presidencia de Gustavo Petro.
Guillermo Perry en El Tiempo lo ve como la única alternativa viable y con opciones al populismo de derecha que, según él, entraña Iván Duque, o el populismo de izquierda que representa Gustavo Petro.
Optar por el de Duque significa, según Perry, “desperdiciar la primera oportunidad en 50 años de consolidar la paz”; por la de Petro, “llevarnos a una crisis económica y promover confrontaciones destructivas entre clases sociales”. El mismo planteamiento, casi calcado, es hecho por Patricia Lara en El País.
Perry aboga por Fajardo porque cree que promueve consensos y respeta la opinión ajena; que su programa avanza hacia la igualdad de oportunidades educativas y de servicios de salud para todos los colombianos, y que apoya la iniciativa privada innovadora; y que es el que tiene más credibilidad para combatir la corrupción.
Alejandro Reyes Posada en El Espectador coincide con Perry, aunque expresado de forma diferente: “su fortaleza es que no polariza entre los extremos y logra fortalecer a las comunidades y organizaciones sociales como protagonistas de su propio destino”.
Reyes ratifica las fortalezas de Fajardo enunciando las debilidades de sus contrincantes: de Duque dice que puede ser una reelección de Uribe, “con su carga de odio, venganza, irritabilidad y falta de escrúpulos con la verdad y la honestidad”; de Germán Vargas, que “arrastra consigo el apoyo de las maquinarias más tradicionales y corruptas de la política”; de Petro, ‘caudillo del pueblo’, “heredero de Uribe Uribe, Gaitán, Pizarro y hasta Luis Carlos Galán, todos ellos inmolados como promesas, ninguno probado como ejecutor”.
Iván Garzón Vallejo en El Espectador, sin mencionar el nombre de Fajardo, sino su profesión de profesor, dice que él tiene las cosas claras y es coherente.
“El profesor dijo que la violencia y la corrupción son los principales problemas del país. E insiste en que tenemos que apostar por la educación. Yo coincido, aunque dada la coyuntura, podríamos ponerle un asterisco a la deteriorada economía y ponerla en la lista. En cualquier caso, su diagnóstico es correcto y ha demostrado que puede enfrentar esos retos con eficacia y honestidad”, dice.
Grazón Vallejo, también sin mencionarlos, le critica a Fajardo el socialismo trasnochado de Jorge Enrique Robledo (que apoya su candidatura), y el estilo pendenciero a Claudia Lopéz (su vicepresidente).
Rodrigo Uprimny en El Espectador insiste en la capacidad de Fajardo para crear un gobierno que “convoque y que no divida, a fin de reducir la creciente polarización política”, aunque reconoce que su campaña ha sido ‘regularzona’ y a veces divisiva (aunque no explica por qué, probablemente la negativa a una alianza con Humberto de la Calle sea el mejor ejemplo).
Uprimny le justifica hasta la tibieza de la que ha sido acusado pues, según él, “muestra la apertura mental para discutir y construir consensos” (algo que más de un crítico le encontraría discutible).
Pero Uprimny menciona en un párrafo los problemas a los que Fajardo podría ser la respuesta:
“(…) defender la vida, consolidando una paz integral; fortalecer el Estado social de derecho, combatiendo las corrupciones y las ilegalidades; defender el pluralismo y las libertades, lo cual implica proteger la laicidad del Estado y las conquistas de las minorías étnicas y sexuales; reformar la justicia sin tirar por la borda la independencia judicial; transformar la política y el sistema electoral para superar el clientelismo; enfrentar nuestras intolerables desigualdades sociales, con un modelo de desarrollo socialmente incluyente y ambientalmente sostenible, lo cual supone avanzar a una economía más fundada en el conocimiento que en el extractivismo; todo lo anterior implica un profundo reordenamiento territorial; debemos lograr una posición digna en el escenario internacional, que nos permita, entre otras cosas, promover la reforma de la irracional política frente a las drogas; etc, etc”.