#VotoEnBlanco
Por: Andrés Hoyos
¡Qué lástima!, por pinches 260.000 votos, el 1,35% del total, los polarizadores en jefe se salieron con la suya y no nos han dejado para la 2ª vuelta más opciones que… un momento, no, claro que sí nos queda una opción clarísima. Podemos promover el voto en blanco para el 17 de junio y así no nos veríamos obligados a escoger entre el cianuro o la estricnina, cuando bien podemos tomarnos un vaso de agua.
Tan buena es esta opción, que al plantearla yo en Twitter se me vino encima un enjambre de trolls, con más furia los cercanos a Petro, aunque también me atacaron los uribistas. Aparte de insultarme y llamarme amigo de los paramilitares (o de Maduro), algunos aseguran, como si descubrieran el elíxir hermético, que en la Constitución no están previstas consecuencias jurídicas para un eventual y en extremo improbable triunfo del voto en blanco en la 2ª vuelta. No le hace. Si esta opción saca de dos millones de votos para arriba, el efecto político será considerable y creciente. Ni hablar si son 2,5 o 3 millones. Porque en ambas campañas andan frotándose las manos con los 5,9 millones de votos de centro que se depositaron este domingo; los quieren para completar las cuentas alegres que le hacen a su respectivo candidato.
El objeto del voto en blanco es simbólico. Si es copioso, ayudaría a preservar el espacio para el centro político, que sencillamente colapsaría si dirigentes como Sergio Fajardo, Claudia López o Humberto de la Calle, para no hablar de los diversos intelectuales y congresistas que están con ellos, se adhieren a cualquiera de las dos campañas extremistas. No sé, entre otras, de dónde sale esta idea de que si uno no adhiere a A o a B, no está en nada. Es al contrario. No adherir es hacer mucho y hacer lo correcto. Además, un voto en blanco abundante obligaría, de facto, al que salga elegido a morigerar su ejercicio de gobierno, porque aparte de la oposición representada por el perdedor, tendría una nueva oposición más calmada representada por el voto en blanco. No es lo mismo que alguien gane con el 60% de los votos, a que gane con el 52% o con el 48%. Recibe un mandato distinto en cada caso.
La idea, por supuesto, no es votar en blanco y ponerse a esperar a que llueva maná del cielo. No, habrá que usar la cohesión que brinda el acto para empezar un plan de acción política concreto y construir una plataforma que después sea una alternativa a los extremos que hoy se disputan la Presidencia. Un grupo de centro que vote en blanco en forma disciplinada podrá, por ejemplo, presentar candidatos únicos a las elecciones regionales de 2019. Es la única alternativa política que hoy permite de veras adelantar una agenda reformista, no extremista. Claro, más adelante habría que definir un programa único de centro, como premisa para lograr formas de unidad más robustas, ojalá, desembocando en un partido político por el estilo del que formó Ciudadanos en España, sin que haya que copiar la orientación ideológica de ellos.
La alternativa de afiliarse a las candidaturas extremistas vigentes, en cambio, conduce a la catástrofe. Algunos dirigentes podrían rescatar de allí dos o tres bolsas de lentejas, pero perderían del todo su autonomía, pues quedarían a merced del ganador. Ya ambos candidatos andan despintando sus viejas propuestas con ganas de engañar al respetable. ¿Seremos tan caídos del zarzo como para creer en su buena fe? Yo no.
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