martes julio 16 de 2024

Turquía (1). Estambul no es Constantinopla

Por Augusto León Restrepo

 

Estambul desde el Bósforo. Foto: Felipe Nauffal.

Valió la pena viajar en un avión durante treinta horas, ida y vuelta, para estar nueve días con sus noches en la legendaria Turquía y recorrer gran parte de su territorio, estadio de su apabullante historia, antigua y moderna, que no solo deslumbra sino que confunde. Por su estratégica situación geográfica y en especial por su trascendente papel  de puente entre dos continentes, Asia y Europa, es obligada referencia geopolítica.  La cosmopolita  Estambul, de quince millones de habitantes y que fue capital del país hasta 1923, año en el que que  Mustafá Kemal Atatürk proclama a Ankara como su centro político y administrativo, es el destino mas promocionado. Pero hay que dejarse deslumbrar también por la región de Capadocia, con sus lecciones geológicas sobre el origen de las primeras asentaciones y residencias humanas y las ruinas conservadas de lo que fue el  imperio romano en esas tierras.

Pero Estambul, mágica y ensoñadora, envuelve, como si convirtiera a los viajeros en actores de una película cuyo rodaje no quisieran que terminara. Al esculcar la memoria y tratar de saber cuando oimos por primera vez de Estambul, nos encontramos con un tema musical de nuestra lejana juventud que bailábamos en Anserma, mi pueblo, un foxtrot que decía en su estribillo que Estambul no es Constantinopla, así como Nueva York no es Nueva Amsterdam. Y que si fuéramos a tener una cita de amor era en Estambul, “el encanto turco en una noche de luna”. Y, provinciano que es uno, fue esa tonada en el recuerdo la que me sensibilizó cuando respiré el aire de Estambul, esa mañana en que desembarcamos y salimos presurosos a tragarnos la ciudad, con el grupo de amigos con quienes incursionamos por esas lejanías. Al paso, digamos que Estambul fue fun dada por los griegos  hacia el año 660 antes de Cristo como Bizancio, denominada como Constantinopla  en el 330 de nuestra era y oficialmente Estambul desde 1930. Napoleón como que dijo que si el mundo fuera un Gran Estado, Estambul debería ser su capital.

Estuvimos a nuestro ritmo el primer día, guiados por Lucía Jaramillo Ayerbe, quien repetía viaje y sabía de los atractivos de Estambul. Primer estación, la Plaza de Taksim, donde comienza o termina una larga Avenida peatonal, la Istiklal Caddesi, moderna, con almacenes lujosos a lado y lado, multicolor por sus andantes, turistas de todas partes del mundo, con grandes hoteles y tiendas, aseada, con ventas de castañas y mazorcas dulces, pashminas en cada zaguán, y músicos de esquina,  que caminamos a paso lento, disfrutándola y con la retina alerta. Las callejuelas laterales llenas de restaurantes con sus mesas en las aceras y un ambiente bohemio que hubiéramos querido disfrutar en una noche deleitosa, pero que no fue posible por la premura del itinerario, las asociamos con novelas de intrigas, bailes de ombligo y cabarets, espías y actividades non santas, tramadas alrededor de los narguiles o pipas de agua con tabaco y otras yerbas, fruto tal vez tal vez este criterio del estereotipo descalificador que se tiene de ciudades y gentes, influenciado por lecturas e imaginaciones ligeras.

Gran Bazar. Estambul. Foto: Felipe Nauffal

Rodeamos la emblemática Torre de Gálata, una construcción del 1348, que fue atalaya y cárcel en una época  y desembocamos en un puente con su mismo nombre, desde el que ilusos pescadores utilizan sus sedales y sus cañas para exhibir pescaditos pequeñitos, pequeñitos, que no sé que misterio entrañan para sus pacientes captores. Ya empezaba a rielar el sol sobre las aguas del Cuerno de Oro, brazo del  Bósforo, que es un estrecho que separa la parte europea de la parte asiática, cuando  recuperamos fuerzas con un almuerzo de comida turca, en un restaurante mirador, que cubría unos ciento ochenta grados de un esplendosroso atardecer.

Y muy temprano al otro día, ya con visita orientada por un ilustrado y preparado guía turco, en un español descriptivo y  ameno de que hace gala, el señor Necati Tekin -para los excursionistas, Neyat- iniciamos el itinerario acordado, con visitas a “las joyas de Contantinopla” como palacios y mezquitas, Bazares, recorrido por el Bósforo y otras novedades, que serán objeto de posteriores apuntes periodísticos, que de ninguna manera pretenden convertirse en ambiciosas o ampulosas crónicas de viaje. La crónica de viaje es un fascinante y minucioso género literario, lejos de mi intención y capacidades descriptivas y analíticas. Pero estos apuntes podrán ser una aproximación a la Turquía tan promocionada hoy en día y hacia la cual salen a diario aviones con cupo completo de colombianos, fáciles de identificar en hoteles, paradores y cacharrerías.

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