martes julio 16 de 2024

De paseo por Estambul ¡GÜRU GÜRU ESTAMBUL!…¡ADIÓS ESTAMBUL!…

Por Augusto León Restrepo

Para ingresar a las Mezquitas hay que despojarse del  calzado. Se puede entrar con los pies descalzos o con medias o cubierta estas con algún elemento, como unos zapatones quirúrgicos. Depende del grado de escrupolisidad de cada quien, porque por el trajín las alfombras pueden quedar impregnadas de suciedades o bacterias. Los aromas, como es de suponer, no son propiamente a ámbar. Somos humanos los devotos y los turistas. Los de olfatos delicados, acuden a lociones para enmascararlas. Y los colombianos imaginativos, hasta al vick vaporoub. Yo me atrevería a pensar que  esos efluvios son de los trajinados turistas, porque los musulmanes son aseados. La higiene es parte de la fé, establece El Corán.

Los musulmanes que oran en las mezquitas, deben hacerlo previa ablución. La ablución es un ritual específico que consiste en un lavatorio de determinadas partes del cuerpo: manos, boca, nariz, cara, cabeza, orejas y pies. A medida que lo hacen dicen “en el nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso, confirmo que no hay más Dios que Alá, el Único que no tiene asociados y afirmó que Mahoma es Su Siervo y Su Mensajero”. Las mujeres deben cubrir sus cabezas, hombros y piernas. Y abstenerse de usar prendas ajustadas. Un ujier de la Mezquita se encarga de analizar las curvas femeninas. Si son muy llamativas, obligan a usar ropa amplia, la que ellos facilitan. Los hombres copan los espacios abiertos de las Mezquitas. Las mujeres tienen el propio, detrás de unas celosías. Nada ni nadie debe distraerlos en sus preces.

La Mezquita Azul, Mezquita del Sultán Ahmet, data su construcción de 1617 y sus seis minaretes y su cúpula elevada hasta unos cuarenta y tres metros, la convierte en referente obligado para todo el Islam Turco. Sus sorprendentes enchapados en azulejos del S. XVII, bien conservados, le señala su característica principal, de donde deriva su nombre. Hechos a mano, representan frutas, flores y cipreses. Las Mezquitas a su interior contienen el mihrab que es un lugar al que hay que dirigir la mirada cuando se reza, una especie de altar  desde el cual el Imán dirige las oraciones y un púlpito desde el que se predica a los creyentes los días viernes. En la Mezquita Azul son de llamativo esplendor.

En la misma área se encuentran dos joyas, que deslumbran. La Basílica  de Santa Sofia o Ayasofia y la Cisterna Basílica o Palacio Sumergido.

Santa Sofía nació como centro religioso del Imperio Bizantino hasta cuando los musulmanes tomaron a Constantinopla y la convirtieron en Mezquita durante cerca de quinientos años. En 1.935, El Padre de la Turquía moderna, Atartük, la convirtió en Museo, uno de los mas populares del mundo. Por razones de espacio, remitimos a los lectores a Wikipedia, a Google, que tienen prolífica y detallada información sobre Santa Sofía. Solo nos queda consignar en estos apuntes, que esta obra ha sufrido incendios, destrucciones, reedificaciones y modificaciones numerosas a través de los siglos. Los arquitectos deben extasiarse por dentro y por fuera de la construcción, a pesar de sus permanentes andamiajes. Es que siempre está en reparación o en mantenimiento. Y desde luego nos extasiamos los legos con esa mezcla de islam y Cristianismo, representativa de la Nueva Turquía, laica y pluralista, liberal y convivente, islámica a su manera, que incrustó Mustafá Kemal Atatürk en la modernidad desde 1.923 y que  hoy quiere echar por la borda su actual gobernante Recep Tayyip Erdogan. Nuestro guía, donde me oiga, me baja del bus. Erdoganista pura sangre.

La Cisterna es para algunos, la verdadera joya de Estambul. Fu Basílica antes de ser dedicada a almacenar toneladas y toneladas de agua para surtir a los palacios y actualmente es un Museo, donde se admiran 336 columnas de los mas diversos estilos y procedencias, que soportan su bóveda de ladrillo. Los turistas van tras la fotografía al pie de dos columnas que tienen como base la cabeza de la Medusa,  que con sus trenzas de serpiente dio origen a la leyenda de que no podía mirarse so pena de que quien lo hiciera se petrificaría. Monumental y misteriosa su edificación con sus columnas dirigiéndose desde el agua hasta el cielo.

Un vistazo a una de las alas del Palacio de Topkapi nos dio una idea de la fastuosidad de la que fue residencia de los Sultanes hasta cuando uno de ellos decidió trastearse para el Palacio Dolmabahce, en la parte europea de Estambul, que por la premura del tiempo no pudimos conocer. En Topkapi apreciamos colecciones de armas, pocelanas, utensilios en plata, relojes y regalos de celebridades de todas partes del mundo a los sultanes. Entre las joyas que integran su tesoro, se encuentra un diamante de 88 kilates que perteneció a la madre de Napoleón Bonaparte, María Leticia Ramolino, conocido como el Diamante del Cucharero.

El paseo por la explanada conocida como El Hipódromo, es refrescante y evocadora. Pensar que allí se celebraban competencias de caballos y de carretas, luchas de gladiadores en la época del Imperio Bizantino cuando Estambul era Constantinopla y que también se erigieron paredones y cadalsos para debelar rebeliones y que era el centro deportivo y social donde cabían cuarenta mil personas y que estuvo adornada con obras milenarias que hoy se conservan, como el obelisco egipcio del S. XV A. d. C, y la columna serpiente, el monumento mas antiguo de Estambul, hace sentir al visitante como actor de la historia universal. Emocionante y avasallador lo que se experimenta.

Estambul desde los miradores y Estambul desde el mar. El Café Pierre Loti, es quizás el mirador mas alto, desde donde se puede observar en todo su esplendor el Cuerno de Oro y la ciudad en toda su extensión. El Cuerno de Oro , si se mira el mapa, es un estuario que se encuentra a la entrada del estrecho del Bósforo, que divide a Estambul en su parte europea, entre la ciudad vieja y la moderna. Loti, fue un escritor francés que murió en 1923, quien recaló en Constantinopla y convirtió a la ciudad en motivo de su inspiración, mientras saboreaba desde ese sitio un té de manzana o un café turco y contemplaba extasiado como nosotros el paisaje mas conocido de la capital de Turquía, el mas fotografiado, el que se queda para siempre en la retina. Dicen los malévolos críticos literarios que se recuerda al marinero francés mas por el Café que lleva su nombre que por su obra. Allí compré “Aziyadé”, una novela que tengo en turno para su lectura.  Como a “Estambul” del Nobel turco Orhan Pamuk. Al bajar del Café y bordear a pie el cementerio de Eyup y la Mezquita del mismo nombre, emblemática para los turcos musulmanes, nuestro guía Necati Tekin me expresó que no hay consenso para mantener el sitio con el nombre de Pierre Loti, cuando hay personajes de la historia turca que podían ser recordados, algunos de ellos enterrados en el campo santo que lo circunda. Sus tumbas están acompañadas de profusión de gatos y gatitos, que se dejan hacer mimos. Estambul es la ciudad de los gatos y los gatos son los animales predilectos de los turcos. Los perros brillan por su ausencia, para decepción de los perrunos. Los musulmanes los consideran desaseados. Impuros. Aún mas. Los perros negros deben ser sacrificados. Los tienen como demoníacos. Sin embargo, cuidan solícitos a los canes callejeros, porque son seres de creación divina. Yo soy gatuno.

El paseo por el estrecho del Bósforo, que une el Mar de Mármara con el Mar Negro, nos permite apreciar, desde una embarcación turística y a pleno sol, las riberas europea y asiática  con espectaculares edificaciones. Mármara, por sus islotes ricos en mármol. Sepámoslo. Palacios, palacetes, mansiones de ricos de todo el mundo, pueblitos, barrios periféricos,y un mar sereno con visos dorados, exaltan el paisaje que al atardecer invita a la contemplación. Los ojos fulguran de luces y recuerdos, y uno se despide de Estambul, físicamente, porque una parte de su alma allí se ha quedado. ¡Abur Estambul!. ¡Adiós Estambul!. ¡Güru Güru Estambul.

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