martes julio 16 de 2024

Habemus poeta

Augusto León Restrepo

Yo no sabía, hasta la última Semana Santa, que, en Palmira, Valle del Cauca, se había abierto hace muchos, muchos años, como en los cuentos de hadas, una escuela, un kínder para las golondrinas. Y que quien tuvo semejante ocurrencia fue un bacteriólogo, sí, bacteriólogo, nacido en Manizales en 1923 y fallecido en Palmira, donde residió largos años, en 1989. Una tarde entre gris y arrebolada, cuando el espíritu está entre sereno y nostálgico, me encontré este anuncio: Atención: Kínder de golondrinas: están abiertas las matrículas./ Se reciben desde mañana/ golondrinas grandes y chicas./ Local: un sitio del crepúsculo/ con una violeta en la esquina./ Y un ángel parado en la puerta/ con una ramita de oliva./ Aprésurese, no se tarde/ que ya se cierran las matrículas./ Tome el tranvía de las plumas/ en la avenida de la brisa./ Habrá clases por la mañana/para las golondrinas chicas:/ abecedarios de alba y rosa/ en tableros de aguamarina./ Por la tarde traerá el viento/ las golondrinas creciditas,/ para aprender a escribir nombres/ como Lucía o Teresita./ Si yo tuviera siquiera una/ ahora mismo la entraría/para enseñarle a escribir siempre/ tu nombre y la palabra MÍA.

Por esas coincidencias de la vida, cuando levanté los ojos de este aviso y miré hacia el horizonte, una golondrina de esas de las que una sola no hace verano, voló rauda al frente mío. Quise correr detrás de ella porque quería hacerla propia, para enviarla a la escuela de Diego Calderón Jaramillo, su celeste director, a que le enseñara «a escribir siempre tu nombre y la palabra MÍA». Se perdió en lontananza. Pero me dejó la saudade.

Ya imploramos, Señor, por las espigas,/ por la virtud del agua, por el lino,/ por el encaje de las catedrales,/ por la espada de todos los navíos, /por ver el mar y por ganar la guerra…/ Quieren los niños de Colombia, ahora/ pedir buen tiempo para sus cometas…/ Señor; ¡dáles buen tiempo a las cometas!./ Que los hilos sean fuertes y tenaces/ para vencer el aire y sus galeras./ Que no haya sobre el cielo de Colombia/ cometas en estado de emergencia./ No permitas, Señor, que un hosco viento/ desgarre o extravíe las cometas./ Haz que todas regresen a su base/ para que puedan juntos esta noche/ Felipe, Mauricio, Héctor, Raúl, / pasar revista a todas sus cometas./ Que al final del verano no veamos/ en las copas más altas de los árboles/ agitarse marchita su osamenta,/ como de aves marinas o veleros/ derruídos, que hasta ayer fueran cometas…/ Viento de julio y en agosto viento/ para inundar el cielo de cometas, rojas, azules y de mil colores/ con figuras de pájaros y estrellas./ ¡Ay! si mi corazón pudiera un día/ ser carta o telegrama/ en el hilo de todas las cometas./. (Plegaria por las Cometas. Fragmentos).

Es el momento para decirle poeta a Diego Calderón. José Gers, escritor caldense como Diego y como este afincado en el Valle del Cauca, quien conoció de primera mano la reducida pero antológica producción poética de Diego, me ahorra extenderme para referirme a su inspiración. Resulta que Diego Calderón Jaramillo, para que lo sepan desde ahora, es hijo de Tomás Calderón, Mauricio. Gers alude a lo atávico y aplica al hijo lo referente al padre, lo que comparto en toda su extensión. «Diego es el legítimo usufructuario de la hijuela lírica, del tremendo don del canto que le viene de su padre, el inolvidable Tomás Calderón. La fantasía pinturera de su progenitor, su pericia verbal, la magia de embellecer lo pequeño, lo humilde y lo ingrávido, los recibió Diego…». No se diga más.

Diego se abstuvo de publicar su producción poética en vida de su padre. Cuando éste murió, se dirigió a él en una carta póstuma y le dijo en sus palabras: Tu vivirás, padre mío, en mi canto/ que será de tu canto como un lejano eco./ Esta es la hora exacta de la canción y el trino,/ el año para atar la luz y las espigas/ y para consolar arcángeles caídos…/ Daré mi brazo fuerte a un ciego en la calle;/ por un niño desnudo los niños de mi casa/ dormirán sin piyama, romperán su alcancía./ Y cantaré algún día del mar y los navíos/ y veleros azules temblando en alta mar…./. «Primera Carta hacia el cielo.» (Fragmentos). Habemus poeta.

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