martes julio 16 de 2024

El huracán Márquez

Por Augusto León Restrepo

No creo que haya colombiano alguno que en estos momentos no sienta desesperanza y desconcierto sobre lo que nos sobrevendrá con la decisión tomada por algunas cabezas visibles de las Farc que se sentaron a la mesa de las conversaciones de La Habana, de retomar la lucha armada, con el pretexto de cobrarle al Estado el incumplimiento de lo pactado en el acuerdo que puso fin al conflicto armado y de pretendidas reivindicaciones sociales y políticas para el pueblo, en un discurso consabido y reiterado que pierde sus efectos por la manifiesta y confesa financiación y orientación bandidesca para lograr sus propósitos.

Para quienes hemos sido cerriles y apasionados defensores de los procesos de paz, del diálogo en vez de las balas, de la búsqueda de consensos para lograr la dejación de los fierros homicidas que ahorre muertes inútiles y víctimas inocentes, así sea una sola, en nombre del valor supremo de La Vida, cualquier hecho que desequilibre esta concepción nos apabulla. Máxime, cuando quienes los protagonizan tienen una cierta ascendencia sobre unos ex combatientes que se sienten frustrados y apaleados por la ineficiencia del Estado, a través de los dos gobiernos sobrevinientes a los convenios, el de Santos y el de Duque, incapaces de cumplir lo pactado con ellos, haciendo gala de un paquidérmico manejo de la implementación de lo que se acordó en La Habana, hoy elevado a norma constitucional de perentorio cumplimiento. Y de una dirigencia de los desmovilizados, que se han hecho los giles, los desentendidos, en el acatamiento de elementales cláusulas, que los muestren exentos de dilaciones o encubrimientos y que los desnudan como incumplidos avivatos.

Pero no es el momento de enjuiciar los resultados prácticos del proceso de paz. Ni de aprovechar en uno u otro sentido el huracán Márquez para exacerbar la galopante crispación de los criterios políticos a este respecto. Sino mas bien, de retomar las prédicas sobre la trascendencia de lo logrado hasta ahora con la cuota inicial de la paz, que ha sido la solución del conflicto armado con las Farc, que nos ofrece un país mas viable, con un nuevo paisaje de convivencia en el que las víctimas y los victimarios han podido volverse a mirar a los ojos, en un ejercicio lento de sanidad interior y de reconciliación. En fin, que para decirlo con frase pambeliana, ha sido mejor la paz que la guerra.

Ojalá que podamos analizar en sus debidas y justas proporciones, con serenidad y realismo, la situación que nos ha presentado a través de los medios radiales en esta madrugada el guerrillero Iván Márquez. Que no es el acabose ni el fin del proceso de paz. De una u otra manera, los que siempre dijimos que la Paz no era la firma de unos papeles ni un rosario de literarias buenas intenciones sino que el camino era culebrero, advertimos sobre estos tropiezos que hay que digerir y encausar. Pero de lo que si estamos seguros, es que cualquier mecanismo institucional que sea instrumentado por el gobierno, por las fuerzas armadas, por la justicia transicional de la Jep, de cuya posición ante los nuevos hechos estaremos pendientes, va a recibir el apoyo incondicional de todos los colombianos sin distingos y que cada quien a su manera enarbolará en su interior el pabellón de la convivencia, de la reconciliación, de la no repetición de una historia que nos ha castigado sin misericordia con sus arremetidas violentas que algún día habrán de amainar.

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