Méjico lindo y sufrido (II)
Por Augusto Restrepo
Bogotá, 14 de abril_ RAM_ Las avenidas principales de la Ciudad de Méjico, están congestionadas. Pero fluyen. Mientras anduvimos en vehículo por sus espaciados carriles, no nos desesperamos con los trancones. Llegamos con puntualidad a nuestros destinos, que no fueron tantos. Más bien nos dedicamos a observar la cotidianidad citadina, que es tan rica en paisaje humano. Pero claro, siempre con los ojos muy abiertos, porque los parques y las veredas son generosos en monumentos. Los gobernantes de la capital no han escatimado para hacer de ella una ciudad Monumental. Bogotá es huérfana de reconocimientos a los personajes o los episodios que han sido históricos. Y ni qué decir del resto del país. Nada descomunal ni que deslumbre. ¿O será que nuestra memoria es pobre y cicatera y olvida lo que ha identificado nuestra personalidad? ¿O será que la personalidad colombiana es puro cuento macondiano?
Méjico derrocha personalidad. Y la demuestra en sus calles, en sus plazas, en sus parques, en sus espacios culturales, museos, bibliotecas, en sus edificios públicos, en sus iglesias. Avenidas como la de La Reforma, la de Los Insurgentes, o la Veinte de Noviembre y sus magnificencias esculturales como el Ángel de la Independencia, en cuya glorieta las gentes celebran los triunfos de los mejicanos, representación de la Victoria Alada, que es el monumento identificatorio de la ciudad; el de la Fuente de Cibeles, idéntica a la de Madrid; el de los Niños Héroes, homenaje a los seis cadetes que murieron defendiendo el Castillo de Chapultepec, cuando la invasión norteamericana de 1847 y el Monumento a la Revolución, el mas grande y significativo del país, entre muchos otros, hablan a propios y extraños de la devoción por su identidad y por su sufrido devenir.
En esta ocasión nuestro interés se fijó en el Monumento a la Revolución, que fue reinaugurado en el 2010. Con una estructura muy llamativa, alberga un museo y es coronado por un mirador desde el cual se observa gran parte de la metrópolis, encantada y encantadora. También sirve de Mausoleo pues allí están resguardados los restos de personajes históricos algunos de cuyos nombres son familiares para los colombianos como los de Francisco Madero, Venustiano Carranza, Francisco «Pancho» Villa, Plutarco Elías Calles o Lázaro Cárdenas. Madero fue el iniciador de la época que se señala como la Revolución Mejicana, período comprendido entre 1910 y 1917, de lucha armada por el poder, que dejó un número aproximado de dos millones de víctimas y que terminó con la Presidencia de Venustiano Carranza, que es como el inicio de la creación y consolidación del Estado mexicano.
En este largo y sufrido paréntesis, dos nombres me fueron atractivos en mi remota juventud: Emiliano Zapata y Pancho Villa. ¡Viva Zapata! fue una película que vi como tres veces en el teatro Mariscal Robledo de Anserma Caldas, mi pueblo. De 1952, dirigida por Elia Kazan, con guión de Jhon Steinbeck y actuación de Marlon Brando y Anthony Quinn, ¡nadies más ni nadies menos!, me la voy a repetir por estos días. Así me fusilen, les voy a contar el final de la película y el personaje: a Zapata, el Caudillo del Sur, lo asesinaron en una emboscada que le tendieron en Chinameca, Morelos, hace 101 años, el 10 de abril de 1919, a los cuarenta años de edad.
José Doroteo Arango Arámbula es un nombre que puede ser de un paisano anónimo. Pero si decimos que es el mismo Pancho Villa, el legendario actor de la Revolución mejicana y parce de Emiliano Zapata, es otro cantar. Villa, su vida, ha sido atractivo cinematográfico. Varias películas lo han biografiado, la última en 2003, con Antonio Banderas como protagonista, producciones que desconozco.
Con la película que hicimos los colombianos sobre este charro inmortal tenemos de sobra: en alguna revista, hace varios años, le dieron crédito a una señora oriunda de Palestina -un municipio cerca de Manizales, que va a ser o ya es famoso por un elefante blanco que merodea en su territorio, su fallido aeropuerto- reivindicó su parentesco con Pancho Villa, como su prima. Y aseguró que Pancho Villa había nacido en el pintoresco municipio de Villamaría.
Víctor Hugo Vallejo, Abogado ansermeño, columnista de Eje 21, que cuando ejerció el periodismo como cronista en diarios y revistas nacionales tuvo su estrellato, bien pudo haber sido el autor de la crónica o recordará quien lo fue, sería quien vendría en mi auxilio para corroborar lo que he escrito. O para que me demuestre que esto es fruto de mi afiebrada imaginación. De todas maneras ahí les dejo la inquietud a Vallejo y a los lectores memoriosos. Ah…. la película de la vida de Pancho Villa, el Centauro del Norte, nuestro imaginario coterráneo, termina con su asesinato en una emboscada en Hidalgo del Parral, Chihuahua, el 20 de julio de 1923, a los cuarenta y cinco años de edad.
Y me voy, porque como casi siempre, divago y vuelo por las ramas. Pacientes lectores, hasta el próximo lunes. Ahí nos vemos, cuates.