miércoles julio 17 de 2024

Adictos al poder

08 agosto, 2020 Opinión

Andrés Hoyos

Bogotá, 08 de agosto_ RAM_ Yo entiendo y no entiendo a los adictos al poder, en particular al poder político. El comportamiento de sus viudos y viudas resulta aleccionador. Como que les falta algo.

Claro que hay quienes sacan provecho directo de él porque llenan sus arcas, las arcas de sus familiares o amigos o benefician directamente a alguien que luego los beneficiará a ellos. El abuso del poder es un subproducto casi inevitable del mismo. Ahí la única solución es construir un sistema de justicia eficaz. No es indispensable que este castigue a todo el que se lucra. Con que caiga una parte sustancial de los abusadores, el resto se sentirá atemorizado. También es crucial la sanción social, más bien rara en Colombia. ¿Que después van y meten la mano en la olla de todos modos? Cierto, y ojo que pasa igual en los países avanzados. O, si no, miren el espectáculo de la familia Trump.

En Colombia, por fortuna, nadie en el último siglo ha podido aferrarse al poder. El contraste con el vecindario es dramático. Los Castro en Cuba, Chávez y Maduro en Venezuela, para no hablar de las numerosas satrapías latinoamericanas del siglo XX, se han perpetuado en el poder con efectos desastrosos. Uribe, el único intento conocido de adueñarse del palacio aquí fue frenado por la Corte Constitucional. Después quiso mandar por interpuesta persona, sin verdadero éxito. En el primer caso, su sucesor hizo una política propia, incluso firmó la paz pese a la airada oposición de su elector. Duque, el caso siguiente, sí era un claro subalterno del ex hasta agosto de 2018; de ahí en adelante mostró tener un proyecto muy limitado, al que le cayó la roya del coronavirus. En los primeros dos años hemos visto que el presidente no obedece del todo –eso al menos es bueno–, pero tampoco manda de verdad. No es adicto al poder. Mañana cumple la mitad de su mandato y se va para su casa en agosto de 2022 con toda seguridad. Sospecha uno, por lo demás, que no habrá un tercer uribista elegido para esa fecha.

Es muy conocida la anécdota de Darío Echandía el 9 de abril de 1948, quien ante la propuesta de que asumiera el poder, contestó: “El poder, ¿para qué?”, señalando que la gente en la calle no le iba a obedecer a las buenas. A lo largo de sus 91 años, Echandía fue en tres oportunidades presidente a medias, aunque nunca tuvo el poder pleno. Se limitó, pues, a ser la “conciencia moral y jurídica del liberalismo” y a cumplir con bastante competencia los cargos en los que lo nombraba otra persona. Tampoco era adicto al poder.

El poder privado desde luego que existe y tiene pocas limitaciones en el tiempo. Pero ahí cuentan los marcos legales que suelen poner cortapisas a lo que cualquiera puede hacer. Sí, la acumulación de dinero llega a ser gigantesca y eso produce tentaciones varias. Entre ellas, la del poder político. Por fortuna, en una democracia estas transiciones entre lo privado y lo público son muy problemáticas.

El poder es jarto y solo raramente saca a relucir las virtudes de una persona. Lo más corriente es que magnifique sus defectos. De ahí la sabiduría de Montesquieu y su formulación sobre la separación de poderes, adicionada después con limitaciones en el tiempo, así como la idea de Weber, de que el Estado tenga el monopolio de las armas que solo se pueden usar con restricciones legales perentorias. ¿Qué a veces se propasan? Cierto, como lo es que en democracia con frecuencia los castigan.

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