martes noviembre 19 de 2024

*Maradona: Los dioses también mueren. *

Diego Maradona celebrando tras marcar el gol del triunfo ante Inglaterra por los cuartos de final del Mundial de 1986.
REUTERS/Ted Blackbrow

Por Esteban Jaramillo Osorio

Intrigante, fabuloso, desbordado. Maradona: *de su esplendor a la decadencia, de la decadencia a la muerte*.

Jugador irresistible, de recitales geniales, ídolo de masas, que animó el espectáculo mientras destruía su vida.

Para él, la fama después del esfuerzo. La camiseta con toda la pasión. La victoria como única meta. Insolente, indómito, descarriado. Vocero de los desvalidos, campeón mundial contra el poder. Desenfrenado, incontinente, con gambetas infinitas.

Futbolista genial, fantástico, con el mundo a sus pies, en frenética vida llena de fama, de fortuna y encanto.

El «barrilete cósmico» con su mejor gol del mundial. La bestia sagrada, el embrujo del futbol y la mano de Dios en hereje exaltación de una trampa, que tuvo conexión con su iglesia impura y su padre nuestro transgresor.

La desmesura de sus actos, en un tobogán que no encontró un contacto directo entre su condición de futbolista único y la complejidad de su existencia, con sus repetidas caídas. Siempre en pelea, Maradona, con su monstruo interior que empaño sus proezas. Con su familia, la que abandonó y la pelota que alguna vez manchó.

Irresistible su influencia en el futbol, por su clase artística y la idolatría de masas.

Inteligente, calculador, goleador, con intuición e inventiva, destreza, habilidad y velocidad. Lo tuvo todo.

Desde el sueño del pibe, hecho realidad, su consagración ante el mundo y las tinieblas de las drogas.

Dios de carne y hueso. Mito viviente. El placer de haberlo visto en su esplendor. De haber transmitido sus partidos… de haberlo entrevistado…Y el dolor por su caída y su muerte. Como a todos, a él también “se le escapó la tortuga”, y murió. *EJO*

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